domingo, 28 de diciembre de 2014

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA. Gabriel García Márquez

En este año 2014, que tiene los días contados, hemos perdido a Gabriel García Márquez (1927) uno de los grandes de la literatura hispanoamericana, y también el representante más genuino del llamado realismo mágico. Si hubiera que elegir en su producción narrativa las tres mejores novelas, la crítica es casi unánime en destacar como  su obra cumbre Cien años de soledad (1967). Aunque no la he leído aún, acepto esa preferencia, y añadiría en segundo lugar ésta que nos ocupa hoy, seguida de Crónica de una muerte anunciada (1981).
         El amor en los tiempos del cólera (1985) fue desde su edición un gran éxito de ventas. No hace muchos años que la versionaron al cine y, como suele ocurrir, parece que decepcionó a los admiradores incondicionales de la novela. Entre éstos últimos se cuentan algunos de mis amigos y uno de ellos la ha comparado, creo que acertádamente con una cebolla, ya que, al núcleo central que relaciona a los protagonistas principales, el escritor va añadiendo, a modo de capas, más y más personajes secundarios -hasta 86- con sus propias historias que enriquecen la trama argumental, configurando así un conjunto armónico y -valga el símil hortense- concéntrico y redondo. Entre esa multitud de personajes algunos, citados de pasada, son reales e históricos y sirven para encuadrar el relato en sus correctas coordenadas temporales y espaciales. Porque al escritor colombiano le gustaba interactuar con el lector e implicarlo en la historia, y con esa intención omite deliberadamente las ciudades que son el principal escenario de los  hechos narrados, así como el tiempo en que transcurren. Como recursos orientativos utiliza la alusión a dichos personajes, la cita de  unos pocos sucesos históricos y algunos topónimos de lugares más remotos, todo lo cual nos permite ambientar la historia en la costa caribeña colombiana, con Cartagena de Indias como escenario principal, y en el margen temporal de  los sesenta años que van de 1870 a 1930, una época de transición entre el extinto régimen colonial y la modernidad. Años de grandes cambios sociales, culturales y políticos, plagada de conflictos que reproducen y recuerdan los del siglo XIX español, cuyas secuelas configuran y  aún condicionan a la Colombia actual. 
         No obstante, con ser destacable el ambiente histórico y local caribeño, enriquecido éste en colorido y sensualidad por las descripciones del autor, no estamos ante una novela histórica sino, como indica el título, frente a una estupenda historia de amor; el que siente el joven Florentino Ariza por Fermina Daza, frustrado desde sus comienzos cuando ésta se casa  con el doctor Juvenal Urbino. Un amor al que se mantendrá fiel en alma, que no en cuerpo, hasta su vejez. García Márquez dijo haberse inspirado en una historia parecida; las difíciles relaciones de sus propios padres, aunque aclaraba que: «La única diferencia es que mis padres se casaron. Y tan pronto como se casaron, ya no eran interesantes como figuras literarias». En realidad la novela es casi un tratado sobre el amor y sus múltiples variantes que van desde el romántico o platónico hasta la sensualidad más carnal; del posesivo al tierno y sosegado; del amor materno a la  amante maternal; del cobijo en la amante madura y en la adolescente casi púber; de la rutina a las fantasías del juego amoroso. También se reflejan en el relato los sentimientos y condicionantes negativos del amor; el orgullo, los celos, los prejuicios de clase y los convencionalismos sociales, o el matrimonio de conveniencia. Por último es una reflexión sobre el paso del tiempo que nos destruye y de cómo reconciliarnos  con nuestra memoria. Los dos viajes de Florentino Ariza por el río Magdalena simbolizan este devenir temporal, y el sorprendente final es su personal ajuste de cuentas con el pasado.
         La novela está narrada en tercera persona, por un narrador omnisciente, con casi total ausencia de diálogos y sin el recurso al monólogo interior de los personajes, pero con una precisión descriptiva tal que nos sumerge de lleno en la trama argumental y nos aproxima a los sentimientos de los mismos. El relato se va desarrollando centrado en los protagonistas principales mediante una técnica de enfoque alternativo e individual de cada uno de ellos en distintos momentos de sus vidas, dentro del marco temporal que antes se indicó, es decir, desde su juventud hasta la vejez. En torno a éstos se despliegan los personajes secundarios y sus respectivas historias.
         El lenguaje es muy rico y abundante en palabras propias del argot local caribeño, entreverado de frases sencillas y rotundas que todos podríamos sentir como propias y en ocasiones adornadas de ese humor tan típico del autor. Para ilustrar lo que digo destacaré dos: Un hombre sabe cuándo empieza a envejecer porque empieza a parecerse a su padre. O este consejo de la madre a su hijo Florentino que sufre por los desaires de su amada: Aprovecha ahora que eres joven para sufrir todo lo que puedas. Que estas cosas no duran toda la vida.
La historia es por otra parte muy rica en todo tipo de matices y curiosidades. Oscila entre escenas y ambientes que recuerdan el romanticismo decimonónico hacia otras más realistas y crudas, que rozan a veces lo escatológico, y por fin con algunas de una gran comicidad matizada por la ironía. En cuanto a la etiqueta de realismo mágico yo diría que es la menos mágica de las tres novelas más importantes del escritor, aunque tiene sus toques al respecto.
         En fin, pienso que estamos ante un libro que puede ser justamente incluido entre los grandes clásicos de la narrativa y no debería ser obviado por quien aspire a ser un buen lector.  
        
        


lunes, 22 de diciembre de 2014

CONCIERTO DE ADVIENTO. Partiture Philharmonic Orchestra

En estos días de calles iluminadas y compulsivas compras navideñas, hemos asistido a una velada musical titulada Concierto de Adviento porque estamos en ese periodo del año litúrgico que los cristianos destinaban a la preparación espiritual para celebrar el nacimiento de Cristo -adventus Redemptoris-  con rezos y cánticos. La Navidad fue desde la Edad Media un buen motivo de inspiración para la llamada música sacra, tanto coral como instrumental, y el periodo barroco fue especialmente fecundo en este tipo de  composiciones destinada a la liturgia católica. El programa de la función estuvo íntegramente dedicado a los músicos más representativos de este estilo musical.
La interpretación estuvo a cago de Partiture Philharmonic Orchestra, una agrupación, de reciente creación, integrada por músicos y profesores de nuestra provincia, que aspira a ocupar un espacio en la programación musical de Jaén. Está dirigida por Juan Paulo Gómez, profesor del Conservatorio Superior de Música de Granada, y en lo que va de año han ofrecido ya varios conciertos en nuestra ciudad. En esta ocasión, de acuerdo con las piezas a interpretar, estaba formada por una importante sección de cuerda y otra bastante más reducida de viento y percusión. En la segunda parte del programa fueron acompañados por el coro Cantoría de Jaén dirigido por Cristina García de la Torre, y se añadió brillantez al espectáculo mediante efectos visuales alusivos a motivos navideños.
         Al comienzo de la primera parte  interpretaron las sinfonías de dos famosos oratorios. En este caso no debe entenderse por sinfonía la conocida composición orquestal, integrada por cuatro movimientos, que se desarrolló en el periodo clásico y alcanzó su punto culminante con las famosas de Beethoven. En el barroco se entendía con este nombre la introducción instrumental corta, a modo de obertura operística, de un oratorio sacro compuesto para orquesta coros y solistas. La primera en ser interpretada fue la Sinfonía del Oratorio “El Mesías” de G.F. Haendel, una pieza bastante conocida de esta obra tradicionalmente asociada con el nacimiento de Jesús aunque relata toda su vida. La segunda fue la  Sinfonía del Oratorio de Navidad de J.S. Bach, que ejemplifica bien lo que se conoce como parodia musical, es decir, una composición hecha a base de incorporar y mezclar otras anteriores del propio autor o de otros músicos. A continuación la orquesta nos deleitó con el Concerto Grosso Op. 6 nº 8 de A. Corelli  que lleva el título de “fatto per la notte di Natale” y es más conocido como Concierto de Navidad. Este músico italiano fue, no el creador, pero sí el mejor exponente de este tipo de concierto barroco en el que se contraponen y dialogan un pequeño grupo de solistas (concertino) y el resto del grupo (ripieno) que responden a la melodía de los primeros y marcan el ritmo de la interpretación dando cuerpo al conjunto (relleno). En esta pieza, el concertino está formado por los  dos primeros violines y el cello y como tal tuvieron una actuación destacada. Para terminar la primera parte se interpretó el Adagio en sol menor de T. Albinoni, una obra apócrifa que es posiblemente la más famosa del Barroco, aunque fuera compuesta en pleno siglo XX; objeto de múltiples versiones musicales e interpretada hasta la saciedad en bandas sonoras de películas e incluso como acompañamiento musical en las nupcias. Como es natural el público quedó encantado con su preciosa melodía a cargo de los violines, el acompañamiento intermitente en pizzicato de violonchelos y  contrabajos, y los solos de órgano y del primer violín que dialogan con toda la orquesta de cuerda.
         La segunda parte del programa quedó reservada en exclusiva para el  Magnificat BWV 243 de J.S Bach. Se trata de un género de música sacra polifónica vocal con el texto en latín de un pasaje del Evangelio de San Lucas (1:46-55) que comienza con la frase «Magnificat anima mea Dominum» y se refiere al episodio de la Visitación de María embarazada a su prima Isabel. Fue compuesta para orquesta barroca que incluye trompetas y timbales, coro y cinco voces solistas (dos sopranos, contralto, tenor y bajo). Consta de doce movimientos o pasajes; el primero (Magnificat) y el último (Gloria Patri) son los más espectaculares, con la participación de orquesta y coro al completo; en los restantes se alternan arias de los solistas y coros, ambos con acompañamiento instrumental. En esta ocasión el coro de la Cantoría me pareció algo mermado en voces y situado demasiado al fondo del escenario y, quizás por estos motivos, quedó algo oscurecido por la orquesta, aunque en el primer bis demostró su calidad. En cuanto a los solistas destacaron la primera soprano y el bajo, pero la tesitura vocal de éste último me pareció más próxima a la de barítono. La contralto tenía una actuación como solista reducida a un pasaje y, como suele ser más que habitual, no pudo alcanzar los tonos de graves que se exigen a esta voz femenina y quedó en lo que realmente parecía ser, una mezzo-soprano. No obstante su interpretación fue buena. El tenor en cambio me pareció algo mermado en volumen.
         En los bises se cantó el Aleluya de “El Mesías” de Haendel, una pieza espectacular y muy conocida  que puso de manifiesto la calidad del coro y se ganó el favor del público hacia los cantantes y músicos. Con este primer bis se cerraba el ciclo del concierto retornando a la obra y el compositor que lo inició, pero los insistentes aplausos forzaron un segundo bis con el primer movimiento del Magnificat.

         Ha sido un buen concierto que consolida los comienzos de la Partiture Philarmonic Orchestra y, en mi opinión, le augura un prometedor futuro.

sábado, 6 de diciembre de 2014

LOS SURCOS DEL AZAR. Paco Roca

En los últimos años el cómic español ha mostrado cierta tendencia a  rememorar la Guerra Civil y sus consecuencias, en lo que parece el compromiso de la narrativa gráfica con la memoria histórica y su particular contribución al esfuerzo de recordar nuestro pasado. Se pueden citar una decena de títulos que ilustran esta nueva orientación y en lo que atañe al autor que nos ocupa, el historietista valenciano Paco Roca (1969), esta es la tercera de sus novelas gráficas que aborda el tema.
Los surcos del azar (2013) ha cosechado ya hasta cuatro premios desde su reciente edición. Su título cita unos versos de Antonio Machado en su obra Campos de Castilla: ¿Para qué  llamar caminos a los surcos del azar?, y alude a los distintos caminos que tomaron los republicanos al final de la guerra. Es también un homenaje al escritor que mejor representó el sentimiento de los exiliados; la tristeza y el cansancio tras la derrota, las ilusiones frustradas y el hogar perdido. En esta ocasión los protagonistas son aquellos que iniciaron su exilio tras una dramática huida  del asediado puerto de Alicante en 1939, se refugiaron en la Argelia francesa donde trabajaron, casi como esclavos en la construcción del ferrocarril transahariano, y terminaron alistados en ejército francés que combatió a Rommel en la campaña de Túnez. Desde allí pasaron a Inglaterra, desembarcaron en Normandía, y liberaron París de la ocupación alemana. La narración se centra en un grupo de esos exiliados españoles que lucharon en la Nueve, una compañía integrada en la segunda división blindada del general Leclerc, que en la noche del  24 de agosto de 1944 entraron en París montados en carros de combate con nombres como Madrid, Guadalajara, Ebro o Guernica, y dos días más tarde encabezaron,  junto a De Gaulle, el desfile de la victoria en los Campos Elíseos. Una historia y una contribución después olvidada y tan solo reconocida por el gobierno francés en 1998. La de unos españoles, luchadores antifascistas, que ganaron batallas pero volvieron a perder la guerra cuando las potencias aliadas vencedoras en la Segunda Guerra Mundial terminaron reconociendo al régimen de Franco.
         Paco Roca conoció, en París y en 2008, esta sorprendente historia de boca de varios de los supervivientes. A continuación inició un largo proceso de documentación que duró varios años antes de dibujar esta aventura gráfica. El autor, en alguna entrevista, ha reconocido  que estuvo tentado de  utilizar un tono épico tipo Hazañas bélicas, pero terminó por elegir un formato parecido al  documental y, para aproximarla al lector y darle un tono más emotivo, optó por introducirse a sí mismo en el relato como personaje. Con este fin adoptó la estructura narrativa conocida como discurso testimonio o novela reportaje, dividida en dos planos temporales. En el primero de ellos, localizado en la actualidad, el historietista entrevista a  Miguel Ruiz, un miembro real de aquella división que desapareció en una misión de comando, convertido en esta ficción en un anciano octogenario, solitario y desabrido, que nos cuenta su personal visión de los hechos. El segundo y principal es la historia en sí misma que se desarrolla entre 1939 y 19945. Los saltos temporales son continuos pero ambos planos argumentales están muy bien diferenciados gráficamente. En el relato bélico, el dibujo es en color, muy detallado y bien sombreado, con un estilo que recuerda vagamente a Las aventuras de Tintín del belga Hergé, un dibujante que Paco Roca reconoce como inspirador de sus comienzos en el cómic. Para el plano de la actualidad se ha reservado el blanco y negro, con predominio de fondos blancos y ligeros sombreados sepia, que mantiene el mismo estilo pero con un dibujo de trazo más esquemático y sobrio. Se trata así de enfocar directamente el relato del pasado sin olvidar por ello el lado humano de los protagonistas y su evolución personal posterior. En las escenas de guerra se  renuncia al fácil efectismo violento, tipo gore, y está más centrado en las emociones de los personajes. Se pretende mostrar la visión subjetiva de la guerra que tiene el soldado, ajeno a estrategias y tácticas militares, que se centra en la misiones concretas y en ellas nos muestra su miedo ante el peligro, también la incertidumbre que provocan las confusas noticias del frente, la euforia de la victoria  y el posterior desánimo por las expectativas malogradas. 
         Para terminar, pienso que relatos gráficos como éste demuestran que  se puede conjugar perfectamente el rigor histórico con la amenidad del cómic sin que la aparente trivialidad del formato menoscabe la veracidad y la finalidad última, en este caso la recuperación de nuestro pasado.     


jueves, 27 de noviembre de 2014

ALGUIEN DICE TU NOMBRE. Luis García Montero

Cuando los teóricos o críticos literarios se proponen relacionar la biografía de un escritor con su obra, suelen encontrar en esta última, tanto en el plano conceptual como estilístico, ciertas ideas, temas o impresiones recurrentes. Son la impronta que el autor deja en sus escritos, el trasunto o reflejo de su educación y formación, de los asuntos o cosas que lo obsesionan o apasionan, en suma de su propia experiencia vital.  En muchas ocasiones esa especie de huella queda implícita, sólo aparente y revelada a través de envolturas simbólicas o analógicas. En otras, por el contrario, la marca subjetiva del escritor es precisa y explícita, como en el caso que nos ocupa.
Luis García Montero (1958) es un poeta vocacional, político por compromiso y profesor de Literatura de profesión, y estos tres aspectos están perfectamente integrados en su personalidad literaria. En su juventud inició su formación en la Universidad de Granada, en el ambiente social y político del franquismo tardío, envuelto en una atmosfera opresiva propiciada por los últimos estertores represivos del caduco régimen. Desarrolló la mayor parte de su producción poética en la década de los 80 y expuso sus ideas sobre este género en manifiestos y ensayos, con títulos sugerentes y algo ostentosos tales como poesía de la experiencia o la nueva sentimentalidad. Dicen los entendidos que estos conceptos expresan la intención del poeta, que intenta diluir su propia subjetividad en la experiencia colectiva, y añaden que la poesía del escritor granadino destaca por su narrativismo histórico-biográfico. No he leído ninguno de sus poemas, pero puedo añadir que en su narrativa resalta igualmente el componente autobiográfico y la expresividad poética. No hace mucho que leí sus ensayos en Una forma de resistencia (2012), y ahora, en esta novela, encuentro de nuevo esos elementos que al parecer definen toda su obra.
         Alguien dice tu nombre (2013) es una historia de amor. La de un estudiante, con vocación de escritor, y su iniciación sentimental en brazos de la mujer madura - la paráfrasis es intencionada, por cierta analogía temática con la novela de ese título -  al tiempo que descubre la literatura como un medio eficaz para aliviar sus propias tensiones y ajustar cuentas con la cruda realidad social que le rodea. El protagonista, León Egea, nos cuenta en primera persona sus experiencias en Granada, durante el verano de 1963, en las vacaciones de su primer curso de licenciatura. El trabajo temporal en una editorial  le aporta un mínimo de independencia necesaria para comenzar su personal maduración, salvando su inseguridad e inexperiencia gracias a Consuelo Astorga, generosa, serena e independiente, que sabe moderar sus juveniles y tormentosas emociones y le aporta estabilidad. El ambiente de indiferencia y resignación predominante en la sociedad granadina de la época, provinciana y gris, subleva al joven y su rebeldía le induce a escribir su experiencia durante aquel verano, como una forma de resistencia.
         La novela tiene, como ya se ha anticipado, un importante componente autobiográfico. El formato de memorias otorga al protagonista el papel de narrador y la consecuencia es que el retrato psicológico del resto de personajes es subjetivo, o dicho de otra forma, son la visión personal de aquel sobre éstos. Este enfoque tiene trascendencia en el desarrollo de la trama argumental porque mantiene sobre dichos personajes cierto punto de indefinición que incita la curiosidad del lector y mantiene su atención sobre una historia de apariencia sencilla en la que intuimos aspectos no desvelados, o poco entendidos, que se manifiestan en el sorprendente e imprevisible final que recuerda un desenlace típico del  género policíaco.
         La novela es además  un homenaje a la Literatura, en el que se citan de pasada los escritores y poetas favoritos del escritor, y en ocasiones el relato sirve de pretexto para evidenciar sus ideas sobre teoría literaria. Tampoco se puede negar el amor de García Montero por su patria chica, que roza el chauvinismo narcisista. Las descripciones de Granada y sus calles son frecuentes y precisas,  y a  todos los que allí hemos vivido durante algún tiempo nos hace evocar los paseos por el Salón y las riberas del Genil, los cafés del Suizo, o la algarabía canora de los gorriones en plaza Trinidad.
         En fin, estamos ante una novela interesante en la que, una vez más, el autor despliega sus principales activos, estilo sencillo y directo, habilidad con el lenguaje y una contrastada sensibilidad poética capaz de embellecer los sentimientos y dignificar los aspectos más prosaicos de la vida.    


viernes, 21 de noviembre de 2014

CONCIERTO SANTA CECILIA 2014

Este mes de noviembre está siendo inusualmente abundante en eventos musicales. En la tarde de ayer tuvimos oportunidad de asistir a un concierto de profesores y alumnos del Conservatorio de Jaén en ocasión de la festividad de Santa Cecilia, una virgen y mártir romana de curiosa historia ya que debe su tradicional patronazgo de la música a un error en la traducción de las actas latinas que cuentan su martirio.
El programa escogido era muy apropiado para los aficionados, porque incluyó las dos obras más populares del compositor George Gerswin (1898-1937). La Rapsody in blue (1924) es sin duda una de las obras más famosas del repertorio de música clásica. La hemos oído multitud de veces, no sólo en  conciertos sino en bandas sonoras de películas y en muchos otros espectáculos musicales. Su título alude tanto al género musical del blues como a su significado literal de melancolía o tristeza. La rapsodia es una pieza musical típica del romanticismo que mezcla dos temas libremente, uno lento y otro más rápido y dinámico, consiguiendo de esta forma una brillante composición. La de Gerswin, escrita para piano y orquesta, combina a la perfección la tradición pianística clásica con los aires de las bandas de jazz. La obra comienza con un solo de clarinete, conocido en el argot técnico musical como glissando, que se ha hecho célebre entre los clarinetistas por su dificultad. Después se añaden al mismo tema los trombones, trompetas y otros de viento para dar entrada al piano. El resto de la composición alterna los solos de piano con las partes orquestales para terminar en un apoteósico final. En nuestra representación, el solo inicial del clarinete sonó como dislocado o desacorde. Mis carencias musicales me impiden explicar porqué, pero el oído no engaña por más que sea un humilde aficionado. El pianista, Juanjo Mudarra, tuvo en cambio una actuación notable y al final de la interpretación nos regaló con una breve pieza, fuera de programa y desconocida para mí, aunque me atrevería a decir que por su estilo era del mismo compositor. La orquesta ofreció un buen contrapunto al solista.
         Un americano en París (1928) fue compuesta por Gerswin después de un viaje que hizo a esta ciudad para ampliar sus conocimientos musicales. Se trata de una pieza orquestal en la que el compositor intentó reflejar sus impresiones sobre la capital francesa con evocación de sonidos urbanos y sus paseos por los Campos Elíseos y la Rive Gauche del Sena, el barrio de los artistas y escritores. En ella se mezclan románticos solos de violín y aires populares franceses con sonidos de trompeta que recuerdan el ragtime de los años veinte, uno de los estilos musicales que más influencia tuvo en la evolución del jazz. Esta composición se presta especialmente al lucimiento de la orquesta al completo y la  nuestra supo aprovecharlo.  Resaltaron en ella tanto la cuerda como el viento, incluso la percusión tuvo un papel destacado.
         Las dos obras fueron interpretadas en un tempo más lento del habitual y esto en mi opinión puede facilitar su ejecución pero resta espectacularidad a la interpretación. De cualquier forma hemos disfrutado de una meritoria y agradable velada musical.
         
       


martes, 11 de noviembre de 2014

CORRER. Jean Echenoz

Si me hubieran dado a elegir este libro entre varios, estoy casi seguro de haberlo desechado apenas el primer vistazo. De autor desconocido para mí; un título que produce cierto escalofrío a los que somos poco propensos a la carrera; la austera portada de la edición; una foto sugerente y acorde con el título, que cansa de sólo verla; la introducción de contraportada que anuncia la biografía de un atleta, un género que me motiva poco y un deporte que  aún menos. En fin, un cúmulo de intuiciones erróneas y prejuicios negativos suficientes para el desanimo. Por suerte esta ha sido una propuesta de mi club de lectura y, disciplinado como soy, no he querido rechazarla. Ahora, cuando acabo de terminar el libro, me alegro de haber sido, como dice la conocida muleta retórica, inasequible al desaliento.
         Correr (2008), es un buen ejemplo de cómo superar una biografía, con su fría sucesión de fechas y eventos, y convertir este género literario en algo ameno sin perder por ello un ápice de veracidad. Porque en esta historia nada es inventado, todo sucedió realmente; es la forma de contarla lo que la hace diferente, interesante y hasta divertida a pesar del dramático contexto histórico que envuelve la vida del personaje. En resumen, se trata de una biografía novelada, la mirada subjetiva del escritor francés sobre la vida del gran atleta checo.
         Emil Zátopek (1922-2000) fue un deportista original e innovador en muchos sentidos. Corredor de fondo con un estilo torturado que reflejaba sufrimiento pero capaz de imponer un  ritmo agotador a sus adversarios. No tenía preparador físico, inventó el sprint final, y su personal sistema de entrenamiento potenciaba la resistencia. Pulverizó todos los record de su época e inscribió su nombre en la historia del atletismo tras conseguir el oro olímpico en las carreras de 5.000, 10.000 metros y la maratón en el plazo de una semana. Fue un hombre sencillo en su vida privada pero muy ambicioso en lo deportivo. No tuvo ideología política pero fue víctima de los totalitarismos de su época; del terror nazi en su juventud, y después del régimen comunista que lo utilizó con fines de propaganda al tiempo que lo vigilaba, limitaba sus movimientos, y tergiversaba sus declaraciones de prensa. Fue un héroe épico por sus triunfos y dramático por los graves sucesos políticos que vivió. Su angustioso estilo corrió paralelo a la torturada historia de Checoslovaquia durante buena parte del siglo XX. Helsinki-1952 fue su cenit deportivo, y la Primavera de Praga-1968 su personal ocaso; fue humilde en el triunfo y afrontó con dignidad su caída y así se convirtió en un símbolo de afán de superación y resistencia a la adversidad.
         Jean Echenoz (1947) es un experto en este tipo de biografías. Además de ésta ha escrito otras dos, Ravel (2006) y Relámpagos (2010), sobre el genial compositor francés la primera, y sobre el ingeniero e inventor Nicola Tesla la segunda. Su prosa es sencilla, descriptiva, económica en figuras literarias, con uso frecuente de la elipsis, y a pesar de su simplicidad consigue imprimir ritmo a la narración y mantener el interés. El propio escritor es el narrador y nos cuenta la historia en un tono en el que predomina la ironía y el humor, un medio de aliviar la opresiva atmosfera política que rodea al protagonista, al tiempo que le sirve para humanizar y arropar emotivamente la frialdad de las marcas y premios deportivos. Está narrada en tercera persona pero  utilizando el presente histórico, una técnica que busca la complicidad del lector al cual se interpela directamente en muchas ocasiones reclamando su atención. Todos estos recursos nos acercan tanto al personaje y su historia que  casi tenemos la sensación de asistir a un relato oral.
         Para terminar, es una novela interesante hasta el final, breve pero intensa en su desarrollo narrativo modulado por ciertos cambios de ritmo que recuerdan los que el protagonista imprimía a su carrera. Una lectura para recomendar incluso a los poco aficionados al género biográfico.   

domingo, 9 de noviembre de 2014

DON GIOVANNI. W.A. Mozart

Una vez más la Compañía Lírica Ópera 2001 ha incluido Jaén en su gira de provincias y para la ocasión nos ha ofrecido esta obra de  W. A. Mozart. Una ópera casualmente apropiada para este mes de noviembre, de santos y difuntos, por ese final tan conocido en el que se decide la condena o salvación del protagonista, en un fúnebre y fantasmal ambiente de cementerio.    
        Don Giovanni es una ópera en dos actos compuesta por Mozart con libreto del italiano Lorenzo da Ponte. Su argumento es una versión del conocido mito literario de Don Juan, inspirada en El burlador de Sevilla de Tirso de Molina, podemos pues adivinar el desenlace; en esta ocasión el conocido libertino se condena por su tozuda persistencia en el pecado. Habrá que esperar al Tenorio de Zorrilla para conseguir la misericordia divina por la vía del arrepentimiento.
       Se la considera un drama jocoso y  Mozart la catalogó como opera buffa porque, al margen del dramático final, la trama es lo más parecido a una comedia de enredo. Don Giovanni (barítono) es el personaje principal; en el melodrama lo acompañan Donna Anna (soprano), hija del Commendatore, su prometido Don Ottavio (tenor), y Donna Elvira (soprano), abandonada por Don Giovanni. El contrapunto cómico lo ofrecen el criado Leporello (bajo) y los campesinos Masetto (bajo) y Zerlina (soprano), y en el plano dramático, el Commendatore (bajo). En este elenco de ocho cantantes, que diría más numeroso de lo habitual, destaca la abundancia de bajos, una tesitura vocal menos representada en otras óperas. También me parece novedoso que en esta ocasión un barítono interprete al personaje principal cuando el protagonismo masculino suele reservarse para la voz de tenor.
        Ante la nómina de personajes arriba citada, no parece necesario aclarar que el libreto está escrito en italiano. En cuanto a la ambientación histórica es bien conocido que la trama se desarrolla en Sevilla durante en el siglo XVII, pero los personajes de la versión que hemos presenciado no vestían a la moda de ese siglo sino con casacas y sombreros de tres picos del XVIII; quiero pensar que se trata de respetar en ésta ocasión la escenografía de la primera representación de la ópera en Praga, 27 de octubre de 1787, que seguramente adolecía de ese anacronismo en la ambientación ya que era ese el vestuario propio de la época. 
        En la composición de Don Giovanni, Mozart introdujo ciertas novedades y efectos musicales especiales, esto hizo que en su estreno se considerara difícil de interpretar. Así en el baile final del  primer acto aparecían tres grupos de músicos tocando distintas danzas que acompañaban el baile de los personajes principales, y todas sincronizadas. Esta floritura es habitualmente suprimida en las representaciones actuales. 
        La obertura de la opera es espectacular. Se dice que Mozart la terminó un día antes del estreno en Praga. En nuestra representación la orquesta era bastante reducida y eso sin duda restó brillantez a la interpretación. La actuación de los solistas alterna aria con recitativo secco, es decir, solos acompañados de orquesta y  otros con inflexiones de la voz imitando diálogo y acompañados por un solo instrumento. Habitualmente la calidad de los cantantes suele ser acorde con el protagonismo de los personajes y con la mayor exigencia de los principales. Es natural pues que las mejores interpretaciones correspondan a los de mayor protagonismo. Fue muy buena la del barítono (Don Giovannni) y la primera soprano (Donna Anna), también lucida la del primer bajo (Leporello). El final, la cena con el convidado de piedra fue melodramático y espectacular y en suma, asistimos a una estupenda representación.
        Para terminar quiero resaltar dos curiosidades de la obra. En el baile final del primer acto, Don Giovanni y otros personajes brindan al grito de ¡viva la libertad¡ algo que debió sonar subversivo en el ambiente político del despotismo ilustrado y cantado en un estreno dos años antes del comienzo de la Revolución Francesa. Este y algunos detalles más han sido destacados por la crítica para atribuir a la opera una cierta intención social. También debe señalase que en su estreno acababa con un sexteto de los personajes supervivientes a Don Giovanni, de carácter alegre y con algunas connotaciones morales. Este final fue censurado en interpretaciones posteriores por ser considerado subversivo y de dudoso gusto. En nuestra representación, fiel a la original, se ha conservado.   


jueves, 23 de octubre de 2014

EL LÁPIZ DEL CARPINTERO. Manuel Rivas

Cuando finalizo una lectura, quizás por carácter o formación, siento la necesidad de encuadrar la obra en uno de los  géneros y subgéneros literarios que conozco. Respecto a los primeros, es relativamente fácil clasificar entre narrativa, poesía, o ensayo; pero en cuanto a los segundos, es bien conocido que las modernas corrientes literarias han supuesto la aparición de nuevos subgéneros mezcla de los anteriores, a menudo con definiciones imprecisas o solapadas, y muchas veces desconocidas para el simple aficionado.  Pues bien, si aplico mi afición taxonómica a la obra que comento, diré que  es sin duda una novela pero intuía en ella aspectos que rebasan lo puramente narrativo. Para disipar mis dudas recurrí a los técnicos, filólogos y críticos literarios, que la han clasificado como novela lírica, un concepto paradójico según el teórico norteamericano Ralph Freedman que la define como: “un género híbrido que utiliza la novela para aproximarse a la función del poema”. Para aclararlo, se trata de un relato en que lo esencial no es la sucesión temporal de acontecimientos y el conflicto entre los personajes  hasta llegar a un desenlace futuro.  Lo importante aquí es el protagonista cuya sensibilidad, sus sentimientos y emociones, tiñen todos los estratos de la narración. La realidad narrada pasa a segundo plano frente a la visión subjetiva de aquel, y se prima el  momento íntimo frente al desarrollo histórico y causal de los hechos en la trama argumental. Son precisamente en estas premisas  donde encaja nuestra novela como mano en guante.
El escritor  coruñés Manuel Rivas (1957) es, según parece, un experto en este tipo de historias que destacan  lo emotivo y humano de los personajes en el dramático ambiente de nuestra pasada guerra civil. Ya lo demostró en el relato La lengua de las mariposas (1996), versionada al cine, con aquella estremecedora escena final del niño, atenazado por el miedo, que insulta a su admirado maestro (Fernando Fernán Gómez) cuando  lo llevan  camino del paredón cual moderno ecce homo.
         El lápiz del carpintero (2002), ha sido igualmente llevada a la pantalla, espero que en versión favorable porque la novela lo merece.  Es una historia de amor en tiempos de guerra. La del doctor Da Barca, joven líder republicano, y Marisa Mallo, hija de una familia de derechas. Parece que está inspirada en hechos reales  y la trama se desarrolla entre el verano del 36, en el marco de la cruel represión de los republicanos gallegos,  y  los primeros años  de posguerra. Son varios los narradores que nos cuentan la historia, siempre en tercera persona y con frecuentes saltos temporales, lo cual la complica un tanto. En el primer capítulo  el narrador es un desmotivado reportero que  entrevista en época actual a la pareja de protagonistas ya ancianos. Después asume el mando de la narración el guardia  civil Herbal, un narrador  testigo  que cuenta los hechos a una tercera persona, también desde un plano temporal reciente. Por fin, un tercer narrador omnisciente se introduce en los sentimientos y reflexiones personales del anterior testigo. Esta aparente complejidad se diluye conforme avanzamos en el relato pero ha de tenerse en cuenta al comienzo, cuando demanda una mayor atención del lector. 
         El doctor Da Barca es el protagonista objetivo porque está en el foco de la narración, pero en mi opinión el auténtico protagonista es el  guardia Herbal. Ambos personajes son antitéticos; el primero  es elegante, culto e inteligente, con facilidad natural para el liderazgo, generoso y de un valentía serena que infunde ánimo a los desgraciados que comparten su prisión. Tan perfecto  que  parece la alegoría de todas las virtudes. El segundo, por el contrario, es un resentido social, desertor de la miseria campesina que se siente seguro en el lado de los vencedores y odia  a  Da Barca  porque  tiene todo lo que él desea, incluido su amor de juventud. En su testimonio va desnudando sus pensamientos y su alma, todo lo que condiciona su actuación y su visión subjetiva de los hechos. En su conciencia anida tanto el odio como la admiración, personificados en dos personajes  a modo de genios, benéfico y malvado, que le hablan al  oído y  le hacen oscilar entre la crueldad y la generosidad. Herbal es más humano, más emotivo en su imperfección y, en suma, me parece el protagonista que aporta el  componente  lírico de la novela.  Un lirismo reforzado por un lenguaje narrativo cargado de simbolismo, con frecuentes alusiones a la mitología y leyendas galaicas, como la Santa Compaña, o el Santo dos croques. Todo ello  con un estilo y una estética muy próxima a la saudade, ese concepto tan gallego como difícil de definir, mezcla de melancolía, añoranza, pasividad, y fatalismo, en el que no faltan unos toques de realismo mágico.
         La novela es además un ejercicio  de memoria histórica  sobre la guerra civil. Es verdad  que el dramatismo y la crueldad de muchas escenas son aquí el  contrapunto y la ambientación trágica de una emotiva historia de amor y su triunfo sobre la desesperanza;  pero no debemos olvidar que las  sacas de presos, la aplicación fraudulenta de la ley de fugas, los juicios sumarísimos, los fusilamientos reales o fingidos, la miseria de los presos, y la injusta represión del adversario político, fueron hechos reales  que deben ser recordados.
         El lápiz del carpintero es el objeto  que  aparece en todos los planos temporales de la narración y actúa como catalizador e hilo conductor entre éstos. Pasa de mano en mano entre los presos y simboliza el ansia de supervivencia y el alma colectiva de  los mismos también representada en la idea de realidad inteligente que aparece recurrentemente en la historia. Se trata de un concepto muy del gusto de Manuel Rivas. Fue formulado por el patólogo gallego Roberto Novoa Santos (1885-1933), un personaje histórico que, como otros muchos, aparece  de forma tangencial  en la obra.  Se trata como dije, de una especie de alma colectiva formada por el entrecruzamiento de las voluntades y destinos individuales cuyo carácter unitario y coincidente solo puede  ser apreciado desde la perspectiva histórica que da el paso del tiempo.
         En fin, la novela es corta pero intensa y da pie para extenderse aún más  en el comentario. Es preciso dejarlo aquí  por economía de espacio.

miércoles, 1 de octubre de 2014

UNA FORMA DE RESISTENCIA. Luis García Montero

Este es mi primer contacto real con la obra de Luis García Montero (1958). Del poeta granadino sólo conocía sus colaboraciones en prensa, en particular artículos de orientación o crítica política que casi siempre me inspiraron algo de recelo, no por oposición ideológica sino por adolecer en mi opinión de cierto radicalismo que me recuerda olvidadas etapas juveniles de mi propia evolución política, algo no  casual si aclaro que somos casi de la misma edad y coincidimos como estudiantes en Granada durante la misma época, los años 70 a finales del franquismo y comienzos de la transición. Mi opinión ambivalente sobre el autor se ha disipado en sentido positivo tras la lectura de este libro.
         En nuestro escritor, poesía y compromiso político son facetas que resultan inseparables en su quehacer literario. No es un caso aislado sino de ilustres precedentes como Pablo Neruda, Miguel Hernández, Luis Cernuda, y otros muchos que sin duda olvido ahora. En especial, Rafael Alberti parece haber sido su principal inspirador y maestro. En los años 80, García Montero se integró, junto a otros poetas granadinos, en un movimiento conocido como poesía de la experiencia. No procede aquí profundizar en el análisis de esta corriente poética y mi información al respecto, meramente divulgativa, tampoco me lo permite. Por lo que deduzco de sus postulados, se trata de renunciar a la parte más personal y subjetiva del poeta y relacionar sus sentimientos en el contexto histórico que vive. En cierta medida el movimiento parece entroncar con otros anteriores como la poesía social de los años 50.
          Una forma de resistencia (2012) me parece una obra a medio camino entre la prosa poética y el ensayo. De la primera no solo es evidente la ausencia de métrica y rima sino esencialmente el objetivo manifiesto de transmitir sentimientos y emociones personales del poeta, además de un estilo con evidente carga poética y un  lenguaje plagado de  símiles, imágenes metafóricas, paráfrasis, y otras figuras literarias. Del ensayo participa en cuanto aporta una visión totalmente subjetiva en las reflexiones sobre temas de  ética y política, también por el formato de los micro-ensayos que recuerdan por su extensión el artículo periodístico. A riesgo de equivocarme diría que se trata de una colección de estos artículos, publicados o inéditos en prensa. Se puede argumentar en contrario que todos son acordes con unas ideas directrices que se anticipan en el título pero, si nos fijamos bien, esas ideas quedan bien formuladas en el primero y último de los artículos, el resto de ellos  manifiestan una cierta autonomía si los sacamos fuera de contexto, del plan general de la obra.
         En cualquier caso, el poeta nos presenta su particular visión de los objetos que rodean nuestra vida cotidiana como elementos que, de alguna forma, vertebran nuestra personalidad. La memoria es la cuerda que los ata fuertemente a nuestros afectos y sentimientos más íntimos. Las cosas que utilizamos de forma rutinaria son también la expresión más clara de nuestras virtudes y defectos, testigos mudos de dudas y certezas, guardianes fieles de nuestra estabilidad emocional y también de pasadas asignaturas pendientes. En suma, esas cosas forman parte de nuestras raíces sentimentales y nos ayudan a proyectarnos hacia el futuro. Conservarlas junto a nosotros no es coleccionismo estéril sino una defensa de la memoria y una forma de resistencia ante el inexorable paso del tiempo en nuestras vidas.
         Luis García Montero pasa revista, en primera persona, a las cosas que integran o se integraron a su biografía, las trata con mimo, como objetos de evocación o reflexión personal, y nos hace cómplices porque nos aflora similares sentimientos y emociones a los suyos, embellecidos y dignificados por una sensibilidad poética que no se atasca en preciosismos literarios y penetra en nosotros mediante un lenguaje claro y sencillo, acorde con la humildad de objetos como bolígrafos, escobas, o despertadores. A través de los mismos el poeta nos muestra su evolución desde la rebeldía ilusionada de la juventud hasta el escepticismo de la madurez y, entre estos dos polos cronológicos, sus pocas certezas residuales, sus contradicciones, sus manías e ilusiones, los recuerdos nostálgicos de su Granada natal, y también su compromiso, a veces en exceso militante, cuando expone de forma tangencial sus ideas  sobre política, religión, o diversas cuestiones de plena actualidad.
         En resumen, esta colección de ensayos escritos en prosa poética termina por ser una autobiografía intimista del escritor, yo creo que bastante honesta y sincera, que oculta poco, o muy poco, de su personalidad. Un libro de agradable lectura.

         

martes, 2 de septiembre de 2014

SUEÑOS DE SUEÑOS / LOS TRES ÚLTIMOS DÍAS DE FERNANDO PESSOA. Antonio Tabucchi

Los que somos lectores habituales, más aficionados que expertos, en ocasiones escogemos como lectura el libro más representativo, por famoso o premiado, de un determinado autor sin profundizar más en su obra. Puede que ese libro nos haga descubrir a un buen escritor pero no vamos más allá. De Antonio Tabucchi (1943-2012) leí hace años Sostiene Pereira (1994), su novela de mayor éxito, me gustó y de ahí a otra cosa. Ahora encuentro este nuevo título y debo admitir que me ha resultado más atractivo que aquel, porque de alguna forma tengo la sensación de haber conectado mejor con la sensibilidad del autor, tan impresionado por la poesía de Fernando Pessoa que llegó a convertirse en experto y traductor de su obra al  italiano y terminó enamorado de la cultura portuguesa y de Lisboa, hasta el punto de alternar su residencia entre esta ciudad y la Toscana durante la segunda mitad de su vida.
        Se dice de este escritor italiano que en su juventud fue un lector tenaz y viajó mucho por Europa persiguiendo las huellas de sus autores favoritos en un intento de profundizar en sus vidas y obras. Así fue como encontró a Pessoa que en cierto sentido significó la culminación de su peregrinaje, y pienso que aquella obsesiva indagación juvenil  bien pudo ser el sustrato que después cristalizó en estos relatos escritos en la madurez literaria.
        Sueños de sueños (2000) es una colección de veinte relatos muy cortos en los que Tabucchi fabula sobre la vida de una serie de personajes, literatos, pintores, y músicos la mayoría, presentados de forma cronológica ascendente, desde el mitológico Dédalo y los clásicos Ovidio y Apuleyo, hasta Maikovsky y Lorca; unos muy conocidos como el poeta granadino, Goya, o Freud, y otros casi desconocidos -al menos para mí- como Cecco Angiolieri o François Villon.
        Estos cuentos mezclan fantasía y realidad en una especie de biografía ficticia que se ha considerado como un micro-género literario cuyo iniciador fue el escritor francés Marcel Schwob (1867-1905) con sus Vidas imaginarias (1896), que leí hace años. De este mismo género he leído algunos relatos cortos de Marguerite Yourcenar (1903-1987) y creo que también pertenecen al mismo los cuentos de Jorge Luis Borges (1899-1986) reunidos en Historia universal de la infamia (1936). Lo original de Tabucchi en esta colección lo expresa bien el título, la fantasía del escritor sobre los sueños de otros, es decir, una licencia literaria, la ficción dentro de la ficción. En sus sueños, los personajes redimen sus culpas, presienten su trágico destino, se rebelan contra el mismo, o lo asumen con resignación. Entre lo onírico y a veces la pura alucinación mental, patológica o inducida, afloran las obsesiones que modularon sus vidas y condicionaron sus obras. Es en suma la visión subjetiva y emotiva del autor respecto a los escritores y artistas que más le impresionan, a los que hace traspasar los límites de su propia biografía para convertirse en personajes dramáticos.
        El lenguaje es elegante y conciso, impresionista, impregnado de simbolismo y alusiones, que permite interactuar a los personajes con los fantasmas de sus creaciones y termina por desvelarnos aquellas partes más íntimas y ocultas de su personalidad. Un estilo que, trascendiendo lo literario, recuerda mucho a dos de los protagonistas, Goya Debussy, precursores del impresionismo pictórico y musical.
        Como es lógico, estas otras “vidas imaginarias” apelan a la sensibilidad del lector buscando su complicidad que será tanto mayor cuanto más familiarizado esté con los personajes históricos que protagonizan los cuentos. Como esto no siempre es posible, al final de los mismos se incluyen unas breves notas, no frías y objetivas, sino tamizadas por la subjetividad del escritor resaltando los rasgos  biográficos que más llamaron su atención. 
        El libro se completa con Los tres últimos días de Fernando Pessoa un relato breve pero de mayor extensión que los anteriores. El título es de nuevo bastante explícito respecto al argumento. Fernando Pessoa, aquejado de cirrosis en fase terminal, ingresa en un hospital acompañado de sus amigos. Cuando se queda sólo, entre sueños y alucinaciones provocadas por el láudano, recibe la visita de sus heterónimos; Álvaro de Campos, snob, nihilista y homosexual; Alberto Caeiro, el maestro precursor, el padre que no tuvo; Ricardo Reis, monárquico, materialista, imitador de los clásicos; Bernardo Soares, humilde, soñador y poeta lírico; Antonio Mora, pagano y latinista. Todos dialogan con el escritor, van a despedirse pero en realidad van a reunirse con él. Esta historia imaginada de los últimos momentos de Pessoa tiene en mi opinión un sentido alegórico en tanto que simboliza la reconciliación final con sus propias contradicciones, esas que le obligaron a desdoblarse en múltiples personalidades, una pluralidad que, antes de la muerte, vuelve a integrarse en un todo. Al final Tabucchi por boca del poeta portugués hace un canto a la imaginación y la fantasía como motor del alma humana.

        Para terminar quiero comentar que los relatos ofrecen otros muchos aspectos originales que sería prolijo enumerar. Para muestra un ejemplo; El escritor escocés Robert Louis Stevenson, joven y convaleciente de su tisis, antes de iniciar sus viajes, sueña con los días previos a su muerte en Samoa y en su sueño recuerda su pasada vida viajera, lo cual convierte su visión onírica en una profecía de futuro. En fin, la imaginación que hace volar al Minotauro con las alas de Ícaro.

lunes, 18 de agosto de 2014

LAS LEYES DE LA FRONTERA. Javier Cercas

El autor de esta novela ilustra bien la vinculación entre periodismo y narrativa cuyo paradigma más excelso fue sin duda Gabriel García Márquez, fallecido este mismo año. Sí he citado al genio del realismo mágico no es intentando establecer comparaciones valorativas con nuestro escritor, sino pretendiendo resaltar esa estrecha relación, casi a modo de vasos comunicantes, entre ambas especialidades, un trasvase que resulta evidente en estos dos casos y en otros muchos. A fin de cuentas el periodismo escrito, si es de calidad, merece la consideración de género literario.
        Javier Cercas (1962) se formó en filología y durante un tiempo ejerció como docente universitario de literatura española. Desde muy joven alternó las colaboraciones periodísticas con una temprana vocación por la narrativa. Triunfó como escritor con Soldados de Salamina (2001) y desde entonces ha ganado merecido prestigio y reconocimiento en ambas actividades, como novelista y articulista de prensa. Quizás sea esta doble faceta la que más ha condicionado parte de su producción literaria que se caracteriza por la mezcla de géneros en una estructura narrativa conocida como novela  testimonio. El título antes citado, su éxito más galardonado, y ésta última de sus novelas pertenecen a este subgénero en el que Cercas  ha confirmado sobradamente su maestría.
        Los anglosajones, en su afición por la síntesis lingüística, crearon un neologismo para este tipo de novelas a las que denominan faction (fact+fiction), literalmente (hecho+ficción). Porque, en efecto, son una mezcla de ficción literaria y realidad que se articula en torno al discurso testimonio, es decir, mediante el recurso a la entrevista de personajes reales, o ficticios inspirados en reales, con la intención de recabar información sobre hechos históricos o verídicos. El testimonio es la historia llevada al terreno de la subjetividad y por tanto colindante con la ficción, no en balde a la novela testimonio se la conoce también como relato real o meta-ficción. La entrevista es la que refuerza en este tipo de novelas el nexo de unión entre periodismo y literatura.
        Las leyes de la frontera (2012) es desde su propio título toda una declaración de intenciones. Porque la frontera, ese límite tan real como imaginario, es el leitmotiv, la idea directriz que subyace en todo el relato. Una delgada y porosa línea que separa realidad y ficción, la verdad de la mentira, el bien del mal; que traza difusos límites entre adolescencia y madurez, entre amor y sexo, entre orden burgués y marginalidad; tan sutil que apenas consigue distinguir entre persona y personaje, o entre la bienintencionada rehabilitación penal y la manipulación político-mediática de la misma.
        En cuanto al argumento, prefiero copiar lo más breve posible algún fragmento de las sinopsis promocionales de la novela para no desvelar demasiado, destriparla o hacer spoiler, dicho en argot más actual: “Durante el verano de 1978, el Zarco, Tere y el Gafitas se dedican a dar tirones, robar coches, desvalijar casas y atracar bancos, unidos por una atracción tan extraña como indestructible. Veinte años más tarde, el Gafitas se ha convertido en el abogado más notable de la ciudad y recibe el encargo de defender al Zarco, convertido en el delincuente más famoso de España”
        Como hemos adelantado, la narración gira en torno a unas entrevistas. Las hace un supuesto escritor que pretende escribir sobre Zarco, personaje ficticio inspirado en el Vaquilla, un delincuente juvenil que se hizo famoso en nuestro país durante los años 80, la época de la transición. Como el entrevistador solo hace preguntas o da breves respuestas, los diálogos son en realidad monólogos de los personajes entrevistados que enfocan la historia del Zarco desde su propia perspectiva subjetiva, contando su relación o sus impresiones sobre el mismo. En esa estructura de narradores múltiples que hablan en primera persona, destaca el verdadero protagonista que es Ignacio Cañas alias Gafitas, que mantiene una relación triangular con Tere y el Zarco que oscila entre la admiración, la amistad y el amor. Un protagonista con algunas similitudes de tipo autobiográfico con el escritor, que  también vivió su adolescencia en Gerona, tuvo contacto tangencial con las drogas blandas, y quizás soportó su misma condición de  charnego.
        La novela se divide en dos partes. En la primera el Gafitas cuenta sus vivencias con la banda del Zarco en el verano de 1978. La segunda se desarrolla treinta años después y relata la defensa del Zarco y su proceso de rehabilitación. El relato está escrito en un lenguaje claro y directo que sin embargo esconde verdades a medias, situaciones dudosas, y sentimientos ambivalentes que mantienen en todo momento el interés. Porque es la habilidad del autor lo que transforma una historia en apariencia simple, cruzando en ambos sentidos esa difusa frontera entre mito y realidad, para  desmitificar al personaje y mostrar los claroscuros y contradicciones sociales de aquella época de la transición española tan a menudo glorificada, y dejar un final abierto a la interpretación particular del lector.
        Para terminar, una estupenda novela que no dudo en recomendar.


martes, 15 de julio de 2014

INTEMPERIE. Jesús Carrasco

En anteriores comentarios creo haberme descrito como lector impulsivo, sin inclinaciones ni tendencias previas a la elección de una lectura. Añadiré además que procuro no estar demasiado al tanto de la actualidad de los premios literarios cuyos ecos me llegan tarde o nunca; y lo prefiero así porque cuando decido leer uno de esos libros, que estuvieron en la lista de superventas o fueron escaparate de librería, un cierto distanciamiento temporal me parece necesario para alejarme de los condicionamientos inducidos por las campañas promocionales y favorecer esa opción intuitiva que  conduce al descubrimiento propio, liberado en lo posible de inspiraciones ajenas.
         De acuerdo con esos criterios, esta obra me habría pasado desapercibida de no ser propuesta por mi club de lectura. Y no obstante debo reconocer que en esta ocasión me he dejado seducir por algunos aspectos del entorno mediático que la rodea; escritor joven y novel, éxito editorial, la sobriedad y ambientación rural que sugiere su portada, los elogios de la crítica que ha llegado a compararla con Los santos inocentes de Miguel Delibes.  En fin, todo esto atrajo sin duda mi curiosidad.
         Jesús Carrasco (1972) es un extremeño afincado en Sevilla donde trabaja como redactor publicitario. No es poco mérito que su primera incursión en la escritura haya sido elegida por el Gremio de Libreros de Madrid como el libro revelación del pasado año y su éxito haya rebasado nuestras fronteras con ediciones ya previstas en varios países europeos.
         Intemperie (2013) es una novela no demasiado extensa, poco más de doscientas páginas, que consigue interesar al lector de principio a fin y lo hace con una calculada sobriedad narrativa que nos sorprende y nos recuerda aquello de “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. La historia es sencilla e inquietante. Un niño se esconde de su familia y huye de su pueblo, atravesando una llanura desolada por la sequía, perseguido por un alguacil. No conocemos la causa de esta huida desesperada, que no será explícita hasta el final del relato, pero tenemos indicios de su gravedad. Poco después encuentra a un viejo cabrero que lo acoge y lo ayuda a sobrevivir iniciándolo en el pastoreo, la búsqueda de agua, y la caza menor. Pronto se establece entre ellos una relación basada en la lealtad y mutua ayuda mientras el alguacil estrecha el cerco de su persecución y mantiene la tensión argumental hasta el desenlace final.
         El escritor ha pretendido y logrado mantener el foco de atención sobre los dos protagonistas y para ello ha procurado eliminar en lo posible las coordenadas temporales y espaciales que puedan distraer nuestra atención. No conocemos los nombres de los personajes, se evitan deliberadamente noticias históricas y topónimos que nos sirvan de referencia, aunque la descripción del paisaje nos sitúa en algún lugar mesetario y ciertas pistas sutiles parecen ubicar la acción en el primer cuarto del pasado siglo. Lo importante es centrarnos en las pasiones y emociones que agitan a los personajes; el miedo, el obstinado afán de supervivencia, la humillación, el embrutecimiento, la crueldad y la traición más abyecta, pero también la solidaridad, el socorro ante la necesidad, o la fidelidad abnegada hasta el sacrificio, sentimientos éstos últimos que transmiten una impresión de dignidad, la del ser humano que planta cara con valentía a las adversidades de la vida.
         La austeridad de la historia se extiende también a la  estructura narrativa lineal que recuerda las obras clásicas, sin los saltos temporales tan típicos de la novela actual. Está narrada en tercera persona por un narrador omnisciente que se centra en la figura del niño, aunque casi no penetra en sus pensamientos ni recurre al monólogo interior. Solo algunos recuerdos, sus reacciones ante el entorno, y la relación del protagonista con el pastor nos permiten adivinar sus sentimientos y emociones, porque los  diálogos son intencionadamente pocos y cortos, de esos en los que cuentan más los silencios que las palabras. El lenguaje es sencillo pero con cierta profundidad poética. Predomina claramente el elemento descriptivo que no se recrea en detalles nimios sino que es fundamental para mantener la tensión de la trama argumental y otorga  protagonismo al desolado y árido paisaje creando una atmósfera agobiante en torno a los protagonistas y reforzando el dramatismo de sus acciones.
         Me ha llamado la atención la presencia en el texto de muchos términos relacionados con el campo y el pastoreo que me eran totalmente desconocidos. Eso me ha hecho reflexionar sobre nuestra actual cultura, esencialmente urbana, que en pocas generaciones se ha distanciado de ese mundo rural con el que muchos de nosotros aún mantenemos remotos y casi olvidados anclajes infantiles. No quiero pecar de tajante o simplista, pero ese distanciamiento cultural puede ser una más de las causas que expliquen la decadencia de nuestros pueblos.
        Para terminar -salvando la anterior digresión- en mi opinión la novela supera las pretendidas comparaciones con el realismo social de los 50, o con la etiqueta de España negra tan típica de La familia de Pascual Duarte, aunque puedan establecerse algunas similitudes. Siguiendo con el juego de las semejanzas, a mí me recuerda un poco esos western de los 70, con terribles escenas de persecución a través de los áridos desiertos de Nuevo México (Tabernas). Es una opinión subjetiva y no quiero transmitir con ella una impresión peyorativa de dramatismo falso o trivializado, algo que era frecuente en aquellas películas. Nuestra novela es por momentos cruel y opresiva pero es auténtica y tan bien escrita que merece ser valorada entre las mejores que he leído en los últimos años. En cuanto al escritor, una gran promesa de futuro sí es capaz de mantener su narrativa a estos niveles de calidad.

martes, 1 de julio de 2014

EL BANQUERO ANARQUISTA. Fernando Pessoa

Con Fernando Pessoa (1888-1935)  he mantenido hasta ahora una curiosa relación que oscila entre dos extremos, el absoluto desconocimiento de su obra y un interés creciente por el escritor. Lo primero puedo explicarlo en base a mi relativo desafecto hacia la lectura de poesía, quizás algo injustificable en cuanto a este poeta portugués reconocido como uno de los mejores de la moderna literatura europea. Lo segundo, porque he  tenido acceso, de forma más o menos casual, a  muchos artículos de prensa especializada, ensayos, o alusiones de otros escritores, que glosaban su compleja e incluso contradictoria personalidad. Sin duda enfocaron mi atención hacia esta persona - curiosamente la traducción de pessoa -  que trascendió su vida discreta de corresponsal comercial  desdoblándose en personajes que acabaron por convertirlo en esa figura literaria misteriosa que sigue suscitando multitud de estudios en torno a su vida y obra.
Pessoa fue en efecto el creador de sus heterónimos; nombres como  Ricardo Reis, Alberto Caeiro, o Álvaro de Campos, entre otros muchos. No eran simples pseudónimos sino auténticos personajes que van naciendo como alter ego del escritor a lo largo de su vida. Personajes con rasgos biográficos y carácter definido, con tendencias estéticas, filosofía, y pensamiento político propio que condicionaban su poesía y escritos; a los que criticaba a veces, o hacía enfrentarse entre ellos. Los heterónimos fueron en suma el instrumento que permitió al poeta luso multiplicarse y despersonalizarse, manifestando así la amplitud y multiplicidad de su visión del mundo y la complejidad  conceptual y estética de su poesía. Mediante esos escritores de ficción descubrimos a un Pessoa estoico y epicúreo, decadentista y simbolista, monárquico sebastianista, pagano y cristiano gnóstico, místico y ocultista, entre otras muchas facetas, algunas en aparente contradicción.
Este relato breve, de los pocos publicados en vida del escritor en una revista portuguesa, pone fin a mi aislamiento de su obra literaria. El banquero anarquista (1922) es ya desde su mismo título un oxímoron conceptual o más bien una paradoja retórica, es decir, una contradicción. La narración gira en torno a dos amigos o contertulios que cenan juntos y conversan en los postres. El ambiente de simposio y la estructura de diálogo entre los dos interlocutores, uno de ellos centrado en plantear preguntas y dudas frente al otro que expone sus ideas, recuerdan vivamente los diálogos platónicos y es sin duda un homenaje a la literatura clásica.
El enfrentamiento dialéctico de los dos protagonistas se centra en la pretensión del banquero de ser también un anarquista, no sólo teórico sino en la práctica. Para demostrarlo inicia un proceso de razonamiento que partiendo de unas premisas previas pretende deducir las conclusiones que confirman el aserto inicial. Se trata de un juego lógico con matices falaces porque es de sobra conocido que a partir de premisas dudosas o falsos axiomas se pueden obtener todo tipo de conclusiones, incluso las más absurdas, manteniendo no obstante una línea de razonamiento acertado. Bajo la aparente racionalidad de la argumentación subyace una sutil ironía. Así cuando se concluye, rozando lo absurdo, que  la búsqueda individual de la riqueza conduce a la ansiada libertad anarquista, no sólo se establece una nueva paradoja sino que se confirma lo utópico de la filosofía libertaria en su aplicación a los movimientos sociales.
         En mi opinión el relato es una sátira contra el anarquismo en particular y contra la dictadura revolucionaria en general. No debe olvidarse el contexto histórico en que fue escrito, tras la revolución rusa de 1917 que ya mostraba su tendencia al totalitarismo comunista, y la oleada de atentados anarquistas en España y Europa occidental.
         En fin, este cuento ha sido  un primer encuentro con la obra de Fernando Pessoa, una lectura no elegida pero sí una propuesta acertada, una especie de aperitivo previo al abordaje del plato fuerte, su poesía que intuyo atractiva y  sugerente pero también compleja.



miércoles, 25 de junio de 2014

FAHRENHEIT 451. Ray Bradbury

A estas alturas Fahrenheit 451 puede considerarse todo un clásico de la ciencia ficción que, en su momento, ayudó a consolidar la novela distópica como un nuevo modelo o tipo dentro de ese género narrativo. Debe aclarase que la distopía es una anti-utopía, una utopía negativa, un término que sirve para describir una sociedad ficticia e indeseable, todo lo contrario al ideal establecido en la Utopía del inglés Thomas More. Este fue el instrumento utilizado por algunos escritores de la primera mitad del siglo XX para criticar las ideologías y tendencias sociales de su época además de avisar sobre sus consecuencias nefastas o apocalípticas, si se extrapolaban al futuro.  No les faltaban motivos para manifestar esa especie de pesimismo profético. El pasado siglo contempló el nacimiento de ideologías y movimientos políticos que prometían ideales como la acracia, la solidaridad internacional del proletariado, la igualdad, el espacio vital y la pureza racial, y todo ello más o menos apoyado en el progreso científico. Todo concluyó con la tiranía de los regímenes totalitarios y una trágica segunda guerra mundial, con el epílogo de Hiroshima y la amenaza de hecatombe nuclear. Entre las novelas distópicas de esa época deben destacarse dos; Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley, y 1984 de George Orwell publicada en 1949 al inicio de la guerra fría. Ambas, junto a la que comentamos hoy, gozaron de gran popularidad y se reeditaron con regularidad hasta inicios de los años 70.
Ray Bradbury (1920-2012)  fue desde su juventud un ávido lector, le gustaban las bibliotecas y fue desde muy joven escritor aficionado y autodidacta. En su dilatada carrera escribió multitud de cuentos, principalmente fantásticos, de misterio, o ciencia ficción, que agrupó en colecciones, la más conocida de las cuales fue Crónicas marcianas (1950), pero fue esta novela corta la que lo hizo más famoso.
         Fahrenheit 451 (1953) describe una sociedad futurista basada en  principios nada razonables pero prácticos en apariencia, a saber: “La cultura produce insatisfacción individual y provoca el caos social”, y su corolario a contrario sensu: “La ignorancia conduce a la felicidad”. De acuerdo a éstos, la autoridad política controla a los ciudadanos y los mantiene en una especie de nirvana acrítico basado en el control de los medios audiovisuales y las drogas tranquilizantes. Los libros, como instrumento y vehículo del conocimiento, han de ser localizados y destruidos por incineración. A esa tarea se dedican los bomberos, de forma paradójica y con fanática vehemencia. Guy Montag, el protagonista, es uno de ellos, inicialmente convencido, después dudoso e incitado por la curiosidad, y finalmente en franca rebeldía. En la trama argumental lo acompañan toda una serie de personajes secundarios que representan distintas opciones frente al sistema; desde los sumisos e incluso alienados hasta los resistentes en la clandestinidad.
         Es interesante situar esta distopía en el contexto histórico en que fue creada. Allá por el año 1953 triunfaba en los Estados Unidos la caza de brujas del senador MacCarthy que afectó a muchos escritores y  cineastas, Charles Chaplin y Elia Kazan entre otros, acusados de filo-comunistas  en el  tenso ambiente posbélico de la guerra fría. Sin duda esta campaña de represión política debió influir en Bradbury que introdujo en la novela veladas referencias cómplices, tales como la despedida “Buenas noches y buena suerte”, alusiva a la frase con que terminaba sus alocuciones radiofónicas el  periodista Edward  R. Morrow, famoso por su enfrentamiento con MacCarthy y firme defensor de la libertad cultural.
         Volviendo a la novela, lo importante de Fahrenheit 451 no reside en sus cualidades literarias. Su lenguaje es claro, sencillo, y exento de artificio. La narración en tercera persona es lineal y no acude a los habituales recursos literarios que prestan brillantez a la narrativa actual. Su principal valor es provocar la reflexión del lector. A este respecto son importantes dos discursos en la trama argumental; el del jefe de bomberos Beatty, personaje ilustrado que cínicamente aporta la justificación ética e ideológica  de la quema, frente a otro del profesor Faber , defensor del libro como instrumento indispensable para la transmisión del conocimiento.
         Muchos pensamos que, después de 60 años, hemos logrado bastantes de los avances tecnológicos que aparecen en la narración. Lo mismo que ocurrió con Julio Verne, gran parte de la ficción científica es ya una realidad. Lo dramático, lo que impresiona de esta distopía futurista, es que ha resultado ser una profecía que casi se ha cumplido. Porque, si dejamos al margen la obsesiva bibliopiromanía de los bomberos en la ficción, también ahora el poder político intenta controlar a los ciudadanos y la cultura audiovisual predomina en detrimento de la lectura. Los resultados los estamos notando ya. El libro ciertamente no ha perdido prestigio, pero cuando me muestran esas entrevistas de políticos en sus despachos, siempre con una buena biblioteca como fondo de imagen, y a la vista de sus actos, me hago siempre una pregunta que me produce cierto desasosiego: ¿los habrá leído?