domingo, 15 de mayo de 2011

ESTAMBUL. Orhan Pamuk


Comentario escrito en 2009 y publicado ahora de forma anacrónica. Dedicado a Antal, que publicó el suyo sobre este mismo libro en el blog Dementes Literarias y parece compartir mi admiración por esta ciudad.

Estambul es una obra de difícil encuadre en un género concreto, pero en ella se puede considerar  en cualquier caso una doble vertiente íntimamente relacionada; es una autobiografía de la infancia y juventud del autor al tiempo que un retrato de Estambul en la segunda mitad del siglo XX, o más bien las sensaciones que la ciudad provoca en  el escritor de clara mentalidad occidental,  y en último extremo, la ambivalencia y el conflicto cultural entre Oriente y Occidente.

Orahn Pamuk  vivió su infancia en los barrios próximos al Palacio de Dolmabahçe en las orillas del Bósforo, la zona noroeste de Estambul, al otro lado del Cuerno de Oro, que tradicionalmente había sido el barrio occidental de la ciudad y que, a partir de finales del siglo XVIII con el traslado del sultán desde Topkapi al nuevo palacio, se convirtió en residencia de la corte otomana y posteriormente de la alta burguesía turca. Desde su barrio siente las consecuencias tardías del derrumbe otomano, los incendios y desaparición de los hermosos palacios de madera a orillas del Bósforo. Ya en su juventud extiende su observación a los barrios pobres de la otra orilla del Cuerno de Oro, los que se extienden desde el Puente de Gálata hasta más allá de las antiguas murallas bizantinas hasta el místico barrio de Eyup. La sensación más intensa que el Estambul de los años 50 y 60 despierta en Pamuk es la de amargura y melancolía por  la caída, a principios de siglo, del Imperio y las consecuencias de pobreza y pesimismo que afectó a la ciudad y sus habitantes, que aún persisten en cierta medida en la actualidad.
        En los distintos capítulos se repasan los contrastes y ambivalencias de la sociedad estambulí. El difícil equilibrio entre la  alta burguesía laica occidentalizada y las masas populares de inmigrantes anatólicos, de cultura islámica. El contraste entre el nacionalismo laico y militarista, fundado por Ataturk, que reclama su incorporación a Europa y otro nacionalismo asiático que simpatiza con el integrismo islámico.
        Pamuk fue aficionado a la pintura así que describe los barrios de la ciudad con un detalle que podríamos llamar pictórico. En algunos capítulos se refiere a pintores occidentales como Melling que realizaron los únicos grabados y pinturas de la ciudad, ya que los pintores otomanos estaban limitados por el rechazo coránico a la representación de figuras humanas. Frente a su propia visión e impresiones sobre Estambul, el autor nos remite a otras visiones, las de los viajeros franceses e ingleses del siglo XIX, como Gerard de Nerval, Teophile Gautier o Gustave Flaubert.
        El pesimismo de Pamuk se hace literario, se traduce en la melancolía que impregna su visión de la relación con su familia y se extiende a otros aspectos de la sociedad estambulí hasta constituir el auténtico espíritu de la ciudad. Existe un cierto paralelismo entre el progresivo hundimiento económico familiar, el deterioro de las relaciones entre sus miembros de una parte y una cierta sensación de fracaso de los valores de la burguesía laica y occidentalizante  que su misma familia representa.
       
En fin, es  un libro  rico en matices y muy interesante. Se trata de un retrato profundo de Estambul que puede ayudar al visitante occidental a penetrar en la mentalidad y forma de ser de sus habitantes, más allá de los aspectos turísticos.  Aunque no es una obra histórica resulta fundamental para comprender algunos hechos de la historia reciente de Turquía y de contradicciones tales como la cuestión Oriente-Occidente.  Entre los europeos occidentales, el “miedo al turco” es ancestral, desde Lepanto, pasando por los piratas berberiscos, hasta las actuales reticencias a la admisión de Turquía en Europa. Pamuk nos ofrece la opinión y el sentimiento de los turcos y contribuye a derribar tópicos sobre su pueblo.


sábado, 14 de mayo de 2011

EL ASEDIO. Arturo Pérez-Reverte


Comentamos hoy el último éxito editorial de Arturo Pérez-Reverte. La crítica literaria y el propio autor coinciden en no incluir la obra en el subgénero de novela histórica. Se trata más bien de una trama novelesca ambientada en una época muy concreta, los años 1811-12 en Cádiz, durante el cerco de las tropas francesas a la ciudad. El esquema es parecido al de la gran obra de León Tolstói, “Guerra y Paz”, en la que se narran las vicisitudes de varios personajes durante la invasión de Rusia por los ejércitos de Napoleón. En este caso son también varios los personajes y las tramas argumentales que se entrecruzan dentro de aquel marco histórico. La principal es la sucesión de misteriosos asesinatos que parecen tener relación con el bombardeo de la ciudad, pero la acompañan otras de corte romántico, aventurero, científico etc. En términos actuales se la podría definir como un thriller histórico, es decir, una historia de detectivesca, de suspense e intriga, ambientada en una determinada época. Este tipo de literatura suele ser muy fácil de adaptar a versiones cinematográficas. Está además muy de moda y su  abundante producción, de calidad muy dispar, nos abruma en las librerías.
En cualquier caso, Arturo Pérez-Reverte es un auténtico maestro de este subgénero que cultivó en sus comienzos con títulos como  “El maestro de esgrima”, “La tabla de Flandes”, y en cierta medida, la serie de Alatriste. En  “El  Asedio” creo que ha conseguido su novela más lograda. La perfecta caracterización de los personajes, las sospechas sutiles e inconcretas que se vierten sobre algunos de ellos, las relaciones que se establecen entre los crímenes, todo contribuye a urdir la trama novelesca y mantener el suspense y nuestra atención. Ya se sabe que en este tipo de novelas el culpable será el “mayordomo” o personaje secundario, y por ello oculto e inesperado, pero lo importante es no descubrirlo hasta el final. Si lo intuimos a mitad de la narración se produce el fracaso. Para evitar esto, los autores fuerzan la historia hasta el punto de que la solución viene como un “deus ex machina” teatral. El culpable aparece en las páginas finales, tan bruscamente como caído del cielo, y por ello es difícil argumentar de forma lógica sus razones. Algo de esto ocurre en esta novela y para remediarlo, en parte, el escritor recurre a un personaje, el erudito profesor amigo del detective, que va trazando de antemano el perfil psicológico del desconocido criminal, así al final sólo se necesita darle un nombre.
        Pérez-Reverte suele manejar la documentación y el asesoramiento histórico de forma rigurosa y abundante y lo viene demostrando desde el inicio de su producción literaria. Quizás sus antecedentes como reportero y periodista le ayuden en esta tarea. Lo cierto es que la ambientación histórica de sus novelas suele ser impecable y esta no es una excepción. Las descripciones geográficas de Cádiz a principios del XIX, los usos sociales y vestimenta, todo lo relacionados con el cerco y bombardeo de la ciudad, los pormenores de la navegación a vela y las continuas alusiones a hechos de armas e ideas políticas. Todo en conjunto nos introduce en ese  momento histórico decisivo de una ciudad a punto de perder el monopolio comercial de América y por tanto su hegemonía económica, al tiempo que surgen las nuevas ideas liberales, concretadas en la Constitución de 1812, herederas de la revolución francesa que de forma paradójica introducen los invasores napoleónicos. Un mundo nuevo que fue abortado por la reacción absolutista posterior  que nos atrasó casi un siglo con respecto al resto de Europa.

Resumiendo lo dicho, “El asedio”  me parece una estupenda novela, interesante y entretenida en su argumento bien construido, y sólida en el aspecto de la divulgación histórica. Los personajes de Pérez-Reverte han alcanzado ya una madurez y tipología muy propias del autor, con rasgos muy definidos como la firmeza y cierta dureza de carácter, un tanto de escepticismo, bastante de pesimismo histórico y desconfianza ante el poder político. Todo se podría resumir en la frase del Mio Cid: “¡Dios que buen vasallo si tuviese buen señor¡".
       
Para terminar tengo que admitir mis simpatías por  Arturo Pérez-Reverte. Sus comienzos como periodista y corresponsal de guerra, de los que se jugaban el tipo, lo revistió de un aura de aventura y crédito. Desde que se inició su etapa literaria he leído casi toda su producción, su ascenso y reconocimiento en el mundo literario me parece merecido y su entrada en la Real Academia también. No obstante, hizo no hace mucho unas declaraciones en  Twitter sobre un político que me parecieron crudas, poco compasivas y más bien detestables. Las aclaraciones posteriores tampoco  mejoraron mi impresión inicial. La falta de humanidad no puede justificarse por razones de marketing, ni deber ser tolerada, menos a un buen escritor.