viernes, 7 de abril de 2017

STABAT MATER. Gioachino Rossini

Un año más, como preludio musical de la Semana Santa, hemos disfrutado, en la Catedral de Jaén, de una pieza de música sacra que tradicionalmente se interpreta en estas fechas. No redundaré en explicar el origen del Stabat Mater, como composición musical, por haberlo hecho ya en una entrada anterior. Baste recordar que el texto se basa en un himno gregoriano del siglo XIII, que resalta el sufrimiento de la Madre ante Cristo crucificado y termina en una plegaria a la Virgen por el perdón de nuestros pecados  y la salvación eterna. Al texto invariable le han puesto música muchos compositores  a lo largo de la historia. El de Giovanni Battista Pergolesi (1710-1736) es uno de los más populares y el más interpretado hasta ahora en nuestra ciudad, quizás por su menor exigencia musical, ya que fue escrito para cuatro voces y cuatro instrumentos, con total ausencia de acompañamiento coral. El Stabat Mater de Gioachino Rossini (1792-1868) ha sido toda una novedad para mí, ya que este autor es más asociado a su abundante producción operística entre la que todo buen aficionado puede citar dos títulos; El barbero de Sevilla (1816) y Guillermo Tell (1829).
Las fuentes consultadas destacan que el músico italiano compuso esta obra religiosa por encargo del archidiácono Manuel Fernández Varela, durante una visita a Madrid en 1831. Al parecer el clérigo, entusiasmado con sus óperas, pretendía una obra que rivalizara con la de Pergolesi, muy famosa por aquella época. Rossini, más habituado a la ópera bufa, parece que tuvo ciertas dificultades en su composición y solo consiguió poner música a parte del texto latino en seis movimientos, encargando  otros cuatro a su amigo Giovanni Tadolini. La historia de la composición tiene otras muchas curiosidades que no destacaré, pero sí diré que, en su época, algunos compositores alemanes la  calificaron como demasiado sensual y mundana para una obra religiosa. No estoy cualificado para  confirmar o rechazar esta crítica pero mi oído me permite asegurar que en algunos movimientos pude detectar claros sones de baile.
El Stabat Mater de Rossini fue escrito para cuatro voces, dos femeninas (soprano y mezzo), y dos masculinas (tenor y bajo). La composición tiene un claro predominio vocal y las voces solistas se suceden y alternan en arias, duettos y un cuarteto, en la mayoría de los diez movimientos o partes que integran la obra. El coro tiene un papel fundamental en la dramática introducción “Stabat mater dolorosa” y en el apoteósico final con inspiración de fuga barroca “Amén in sempiterna saecula” y sirve de breve contrapunto a los solistas en otros dos movimientos. El papel de la instrumentación orquestal es igualmente destacable en la introducción y el final, y acompañando en el resto de las partes.
En esta ocasión la obra ha sido interpretada por el Coro de Ópera de Granada y la Orquesta Clásica del Conservatorio Superior de Música “Victoria Eugenia” de la misma ciudad. Parece que Rossini tenía cierta predilección por la tesitura de mezzosoprano y en esta obra se nota porque reserva en exclusiva para ella la cavatina del séptimo movimiento “Fac, ut portem Christi mortem” una pieza muy dulce y melódica, sin apenas acompañamiento instrumental, en la que se lució Anna Gomà. El resto de los solistas; Cristina Toledo (soprano), David Astorga (tenor) y Francisco Crespo (bajo) tuvieron una magnífica actuación en sus arias y asociación con el resto de voces, y es difícil destacar a unos sobre otros. A mí me gustaron especialmente la soprano y el bajo. En fin, orquesta y coro tuvieron sus mejores momentos en las partes ya indicadas y su coordinación armónica bajo la batuta de los directores Pablo Guerrero (coro) y Andrés Juncos (orquesta) me pareció perfecta.
En  resumen, una velada estupenda que merecería repetirse en años sucesivos, en los que podamos disfrutar de otras versiones musicales del Stabat Mater. Material no ha de  faltar porque se dice que hay unas doscientas contabilizadas.