domingo, 26 de julio de 2015

EL PIANISTA DEL GUETO DE VARSOVIA. Wladyslaw Szpilman

En el caso del libro que nos ocupa hoy es probable que muchos hayamos visionado antes su versión cinematográfica. Me refiero a El pianista (2002) de Roman Polanski, protagonizada por Adrien Brody, ganadora de tres Oscar y Palma de Oro en Cannes. En contra de lo que suele ser habitual, en este caso la película no desmerece la comparación con su original literario al que es absolutamente fiel e incluso mejora en algunos aspectos porque nos permite disfrutar de la música  y a través de la misma entendemos mejor la sintonía estética y emocional entre la víctima y su inesperado salvador.
El pianista del gueto de Varsovia es una memoria autobiográfica que, pese a su crudo realismo, tiene elementos que la equiparan a la mejor narrativa. Para empezar su gestación tiene de por sí aspectos novelescos. Fue dictada por Wladislaw Szpilman (1911-2000), un pianista y compositor polaco de origen judío, que cuenta sus vivencias durante la ocupación alemana de Varsovia. Este tipo de relatos suelen escribirse con el paso de los años, cuando el distanciamiento de los hechos facilita la objetividad. Pero en este caso los recuerdos fueron editados por así decirlo en caliente, justo recién terminada la guerra en el año 1946. Su amigo Jerzy Waldorff fue quién los recogió y les dio forma literaria, y es precisamente este compilador quién manifiesta en el epílogo algo que captamos claramente mientras leemos el libro; la ausencia de resentimiento o voluntad de venganza en el protagonista, que relata los hechos totalmente despojados de cobertura emotiva. Una frialdad inconcebible en quién acaba de superar seis años de terribles sufrimientos, quizás justificable por esa especie de aturdimiento o insensibilidad emocional que los psicólogos explican como un mecanismo defensivo ante el dolor insufrible.
          Las memorias, editadas como digo en 1946 con el título de Muerte de una ciudad, fueron inmediatamente retiradas por las nuevas autoridades comunistas polacas que al parecer no compartían algunas opiniones sobre la guerra. A fin de cuentas los totalitarismos, incluso de signo político opuesto, tienen la censura como punto en común. Finalmente fueron de nuevo editadas en 1998 y Wladislaw Szpilman alcanzó con ellas el reconocimiento internacional dos años antes de su muerte.
          El relato cuenta en primera persona las vivencias del pianista durante los años de guerra, el progresivo aislamiento y degradación de los judíos en el gueto, la deportación hacia el exterminio en Treblinka de toda su familia, la sublevación de Varsovia, la destrucción final de la ciudad. Se trata pues de un relato de supervivencia, un continuo esconderse de los alemanes, ayudado por amigos y traicionado o delatado por cobardes colaboracionistas hasta ser descubierto por el capitán alemán Wilm Hosenfeld, un bávaro católico y patriota, que se avergüenza de las atrocidades nazis y lo ayuda a sobrevivir  unas semanas antes de la liberación de la ciudad. Un benefactor al que el pianista no pudo devolver el socorro cuando fue deportado a un campo de prisioneros ruso.
          Esta increíble supervivencia gracias a la suerte y la intuición, en un medio hostil, solo y con agobiante escasez de recursos, es lo que aporta a la historia un cierto aire novelesco y por eso, estableciendo comparaciones con la ficción narrativa, algunos llamaron al protagonista, el Robinson Crusoe polaco.

          No voy a insistir sobre aspectos particulares del relato. A estas alturas todos estamos muy familiarizados con los detalles del holocausto judío a pesar de que algunos aún sigan negándolo. Sí voy a destacar algo anecdótico pero importante en mi opinión. Me refiero a la música como único elemento emotivo que hace de vínculo e hilo conductor sensorial y sensible de la historia. Me refiero en concreto a ese Nocturno en Do sostenido menor de Chopin que interpretaba el pianista en la radio polaca cuando una bomba interrumpió la emisión durante la invasión alemana; el mismo que toca en un piano desafinado ante Wilm Hosenfeld y el primero que vuelve a interpretar, de nuevo en la radio, tras la liberación de la ciudad, como un “Decíamos ayer” de Fray Luis de León después de seis años inquisitoriales. Quien conozca esta pieza o la haya escuchado en la película, y capte su nostálgica tristeza, comprenderá bien ese vínculo estético pero fuertemente emotivo en el contexto de la historia.

lunes, 13 de julio de 2015

HISTORIA DE LOS REYES DE BRITANIA. Geoffrey de Monmouth

Casi todos los lectores tenemos una idea aproximada de lo que es un clásico literario y sin embargo su definición es tan amplia como ambigua e incluye conceptos tales como difusión universal, referente cultural, valor arquetípico moral y estético y  otros muchos.  Escritores como Borges, Azorín o Italo Calvino han formulado definiciones más o menos acertadas pero siempre subjetivas. No seré yo tan pretencioso que intente definirlos, pero me atrevo a  clasificarlos, de forma simplista, en dos grandes grupos. El primero está integrado por los clásicos evidentes, aquellos que siempre tenemos en mente cuando pensamos en ejemplos de clasicismo literario, tales como El Quijote o La Odisea. Luego están los que yo entiendo como clásicos raros; son esos títulos muy conocidos en ambientes especializados, que a menudo son objeto de estudios y ensayos académicos pero de escasa difusión entre lectores de tipo medio, e incluso experimentados. Por éstos siento actualmente una inclinación creciente y lo admito a riesgo de ser yo el tachado de rareza. No es, desde luego, el interés del intelectual estudioso o el crítico literario, cualificación o capacidad que no tengo. Es más bien curiosidad de tipo histórico, una afición que sí reconozco. El libro que comento hoy pertenece al segundo tipo de clásicos en mi personal y arbitraria clasificación.
          Geoffrey de Monmouth fue un clérigo galés o bretón -aún se discute su origen-  que vivió en la primera mitad del siglo XII y fue profesor en las escuelas de Oxford cuando aún no se había fundado su famosa universidad. Sobre el personaje se sabe poco; que fue nombrado obispo de una ciudad galesa y que se le atribuyen tres libros, escritos en latín, las Prophetiae Merlini, la Historia Regum Britanniae y la Vita Merlini. El primero fue posteriormente incorporado como digresión en la redacción del segundo.
          La Historia de los Reyes de Britania está dedicada en su introducción a Roberto, duque de Gloucester y nieto de Guillermo el Conquistador. La dedicatoria es importante porque refleja bien la intención del escritor que, al contar la historia de los reyes britanos desde sus míticos orígenes hasta la invasión sajona del siglo VII, intenta reflejar un pasado glorioso y relacionarlo con la prosperidad de su tiempo gracias al dominio de los normandos. No es casual que las Profecías de Merlín al rey Vortegirn, por lo demás simbólicas y enigmáticas, anuncien claramente el esplendor de los britanos durante el reinado de Arturo (siglo VI), la oscuridad del dominio sajón y la invasión de los normandos en el siglo XI, contemplados como libertadores.
          Contra lo que anuncia el título se trata de una obra pseudo-histórica. Es verdad que utiliza y refunde fuentes históricas de autores anteriores como Nenio, Gildas y Beda el Venerable, pero les añade mitos, leyendas y literatura de autores clásicos grecolatinos y de la tradición bíblica. El resultado es una sucesión de largas y tediosas listas de reyes de los que sólo conocemos el nombre, la dudosa –por demasiado exacta- duración de sus remotos reinados y algunos de sus vicios o virtudes. Pero mezcladas en esa nómina descubrimos estupendas historias como la del mítico rey Bruto, huido de la destrucción de Troya, sospechosamente parecido a Eneas el fundador de Roma, que en  su particular odisea arriba a la isla y da origen al pueblo britano. Entre otros muchos reyes  encontramos a Leir que siglos después quedaría inmortalizado por Shakespeare en su tragedia El rey Lear.  También mitos  como la espada perdida por Cesar  en batalla con el britano Casiuvelano, que tiempo después sería llamada Excalibur. Nos enteramos que la isla de Hibernia (Irlanda), deshabitada en un tiempo, fue concedida por un rey britano a exiliados hispanos que la repoblaron, o que las piedras del círculo de Stonehenge  fueron robadas por el rey Uther Pendragón a los irlandeses, transportadas de forma mágica por Merlín y colocadas en su actual ubicación cerca de Salisbury. En los relatos encontramos paralelismo con multitud de mitos y relatos grecolatinos. La historia del rey Brenio se confunde con la del galo Breno que saqueó Roma en el 390 a.C (vae victis)  y también con la del romano Coriolano (otra tragedia de Shakespeare). En el nacimiento de Arturo encontramos el mito de Zeus y Anfitrión, y en el rey Conan –que no es el bárbaro cimerio- el mito de la reina Dido y la fundación de Cartago.
          El punto culminante de la Historia Regum Britanniae es, como se viene anticipando, el reinado del rey Arturo que ocupa, junto con las profecías de Merlín, un tercio de la narración. A Geoffrey de Monmouth se le considera, sino el origen, sí uno de los escritores decisivos en la creación de la llamada Materia de Bretaña o Mito artúrico que después ampliarían otros escritores medievales como el francés Chrétien de Troyes o el alemán Wolfram von Eschenbach. Encontramos aquí ya delineados los personajes principales del mito, Ginebra, Merlín, Morgana y Mordred. Y Arturo es el rey noble que defiende a los britanos de la amenaza sajona, capaz de conquistar Dinamarca y Noruega, sitiar París y atravesar los Alpes como Aníbal camino de la conquista de Roma.
          Para terminar comentaré algo sobre la técnica narrativa del clérigo bretón. Para dar verosimilitud a su historia utiliza el tópico del manuscrito encontrado, es decir, declara en el inicio que se ha limitado a traducir un libro que le dio el archidiácono Walter. Con esa misma intención procura la mayor precisión en tiempos de reinado y topónimos en los que incluso destaca la etimología a estilo de los antiguos héroes epónimos fundadores de ciudades. Incluso se permite desechar como mentiras y supersticiones algunos hechos milagrosos en apariencia. De otra parte, aunque narra en tercera persona, en muchas ocasiones hace comentarios personales sobre la historia o interpela directamente al duque de Gloucester. Eso y la utilización ocasional del presente histórico que sirve para aproximar emotivamente los hechos, aportan a la narración una sensación inconfundible de relato oral.
          En fin, la Historia de los Reyes de Britania, es casi una novela de aventuras si se sabe leer no entre líneas sino desechando párrafos enteros. Sí sabemos saltar entre ellos encontraremos mitos de todos los tiempos, relatos épicos y caballerescos, también algo de historia o de cómo puede ser utilizada con finalidad política, enigmáticas profecías al estilo Nostradamus, y muchas más cosas curiosas. 


viernes, 3 de julio de 2015

ALGUNOS MUCHACHOS Y OTROS CUENTOS. Ana María Matute

Hace un año que nos dejó Ana María Matute (1925-2014), miembro de la Real Academia Española y figura destacada en el panorama literario de nuestro país durante el pasado siglo, merecedora de muchos premios y reconocimientos en su dilatada trayectoria. Algunos piensan que fue la mejor novelista de la posguerra española. De la escritora catalana  he leído Olvidado rey Gudú (1996), una de sus últimas novelas y la preferida por la autora. Hace muchos años leí esta colección de cuentos que comento, y me impresionaron entonces por su crudo realismo social  que me pareció  acrítico, envuelto en onírica fantasía y en una prosa poética un tanto impenetrable. Ahora los he retomado a propuesta de mi club de lectura y con una mirada algo más experta creo entender un poco mejor las claves que definen esta obra.
          Para empezar debo destacar algo admitido por la crítica, y es la relevante influencia de la propia biografía en toda la producción narrativa de Ana María Matute.  A los cuatro años de edad padeció una grave enfermedad que la mantuvo retirada en un pueblo de las montañas riojanas. Tenía once cuando comenzó la Guerra Civil y ese trauma marcó definitivamente toda su obra. La suya fue en esencia una infancia perdida, de ilusiones y esperanzas truncadas por la angustia de la guerra y la miseria de posguerra. Eso explica que casi la mitad de su producción sean cuentos infantiles y que la mayoría de sus personajes sean niños o adolescentes. También que  sus novelas estén ambientadas en ese oscuro periodo de nuestra historia y sea  recurrente el retrato de una sociedad mísera y humillada, dominada por el egoísmo y el materialismo.
          Algunos muchachos y otros cuentos (1964) reúne todos esos elementos señalados como esenciales en la obra de la escritora. Está integrada por siete relatos cortos, el primero de los cuales da título a la colección. Los protagonistas de todos ellos son, como se ha dicho, niños o jóvenes que muchas veces cuentan la historia en primera persona, y es precisamente esa mirada infantil la que aporta un distanciamiento entre la dura realidad que les rodea y como la viven y entienden  desde su propia afectividad, envuelta en sutiles ensoñaciones y maliciosas suposiciones. De distinta forma todos se rebelan contra la ruindad y miseria que perciben pero al final terminan devorados por  ese mundo del que no quieren formar parte.  Algunos de los cuentos, me refiero a El rey de los zennos y No tocar son de estilo totalmente surrealista, de fantasía desbordante e incongruente, rica en elementos simbólicos y míticos. Fantasía enriquecida por un lenguaje lírico que impregna en mayor o menor grado todos los relatos, capaz de relacionar  sensualmente imágenes y sonidos o  sugerir de forma  velada  relatos bíblicos y mitológicos (Caín y Abel, Helios), e incluso transmitir la idea de eternidad elevando a lo intemporal un espacio geográfico, en concreto una isla balear.
En cuanto al segundo polo de la narrativa de Ana María Matute, señalaré que se la considera como una escritora esencialmente realista. Añadiré que sigo creyendo que el suyo es un realismo exento de crítica política. No denuncia tanto los desastres de la guerra o los abusos del régimen como la degradación moral que la miseria provoca en los seres humanos.
En fin, solo dos libros he leído de esta autora pero creo que tengo ya formada una magnífica opinión de su obra que me parece una acertada y original mezcla de fantasía, modulada por la estética modernista y surrealista, y realismo social esencialmente ético. Fue además una gran maestra del lenguaje literario, sin duda merecedora del sillón K que ocupó en la Real Academia.