miércoles, 19 de diciembre de 2018

ELLA, QUE LO TUVO TODO. Ángela Becerra


La breve reseña biográfica que ofrece la red sobre escritora colombiana Ángela Becerra (1954) nos muestra la imagen de una mujer emprendedora y comprometida con la causa del feminismo y la igualdad entre ambos géneros. Su vocación literaria fue tardía y ha escrito poesía y novela hasta un total de ocho obras, algunas de ellas premiadas. Se ha dicho de ella que es la representante actual de un estilo denominado idealismo mágico, que tiene sus inicios entre finales del siglo XVIII y principios del XIX con el poeta alemán Novalis. Los aspectos que definen este movimiento son poco claros para mí. Parece que aúna poesía y mística en una especie de correspondencia analógica entre el alma individual y el alma del Universo. Algunos lo definen de forma igual de ambigua pero resumida como: “poner la magia al servicio de las emociones”.
Suponemos que muchos de esos aspectos están presentes en esta novela que envuelve la trama argumental y a sus personajes en un aura de fantasía y misterio que pretende atraer la atención del lector. Ella, que todo lo tuvo (2009), es la historia de una escritora que pierde a marido e hija en un accidente del que se siente culpable y no vuelve a escribir desde entonces. El primer enigma es que los cuerpos de las dos víctimas nunca fueron encontrados. A partir de aquí se introducen en la exposición toda una serie de elementos y personajes igualmente misteriosos; Ella se siente atraída por la figura triste de Lívido, un librero que la ama a distancia. Tiene esporádicos encuentros nocturnos con una especie de vagabundo filósofo que adivina su tristeza y soledad mientras le recita pasajes de la Divina Comedia. Se dedica a la restauración de libros antiguos e investiga sobre un diario, de época renacentista, en la que un enamorado declara su amor imposible. En fin, con estos ingredientes se generan unas expectativas que intuimos de difícil resolución en un desenlace creíble, porque hay demasiados aspectos y líneas argumentales para ser cerradas con acierto en su totalidad.
No puedo avanzar más en la trama ante el riesgo de arruinar la sorpresa con esa anticipación. Sólo diré que la autora la refuerza mediante el recurso a una ambientación romántica, situando la acción en el melancólico paisaje toscano de brumas y cipreses y una Florencia invernal bañada por la lluvia, con el río Arno y el Ponte Vecchio como epicentro de la misma. La protagonista se pierde por sus calles y plazas, plenas de evocaciones históricas, en unos recorridos que parecen más divulgativos que cargados de intención, porque no inducen en el lector asociaciones alegóricas, implícitas o explícitas, que refuercen la acción que se desarrolla. Más bien parecen las descripciones de una turista impresionada por la belleza artística de la ciudad. El glamur y ciertos elementos de refinada sofisticación son otros ingredientes interesantes en la ambientación.
Los capítulos se suceden enfocados alternativamente en Ella y Lívido, dos seres solitarios y llenos de contradicciones porque, a fin de cuentas, es la soledad y la carencia afectiva lo que trasciende un relato que decae progresivamente en el nudo, cuando se alarga en exceso y reduce así la tensión dramática.
Quizás el aspecto más destacable en la novela sea un lenguaje poético que ilustra a la perfección las emociones y la psicología de la protagonista y consigue transmitirlas al lector. Es además el instrumento ideal para mantener ese ambiente de misterio que se pretende generar, por más que algunas frases nos parezcan una asociación de bellas palabras, con mayor contenido estético que significación profunda. Las reflexiones que la escritora pone en boca de la protagonista son en general muy acertadas con la sola excepción de una de ellas, referente a la diferencia entre los géneros, en la que manifiesta un feminismo tendencioso lleno de tópicos.
En resumen, se trata de una buena novela, aunque no excepcional. Que va de más a menos en interés, con un desenlace sorprendente pero incompleto. Con algo de menor extensión resultaría la agradable lectura continuada de una tarde y noche. 


sábado, 1 de diciembre de 2018

LA BELLA DURMIENTE. Piotr. I. Tchaikovsky


Este año, en el conjunto de espectáculos que ha ofrecido el XIX Festival de Otoño de Jaén, nos ha visitado de nuevo el Ballet Nacional Ruso bajo la dirección de Sergei Radchenko, el bailarín que fue pareja de la célebre Maya Plisetskaya en el Bolshoi de Moscú. Sí en las dos temporadas anteriores nos ofrecieron sendas representaciones de El Lago de los Cisnes y El Cascanueces, ahora se cierra el ciclo con La Bella Durmiente, que en orden cronológico es la segunda de las tres composiciones para ballet de Piotr I. Tchaikovsky.
         La obra está basada en un cuento de Charles Perrault en versión de los hermanos Grimm. El libreto es de Ivan Vsevolozhsky y la coreografía de Marius Petipa. Está estructurada en un prólogo y tres actos, fue estrenada en 1890 y actualmente es uno de los ballets más famosos del repertorio clásico.
Tras la breve exposición de la ficha técnica, debo decir que en mi opinión es la menos atractiva de las tres composiciones para ballet ya citadas. No llega al lirismo melódico de El Lago de los Cisnes ni a la riqueza en danzas de El Cascanueces. Los pasajes son menos conocidos, si exceptuamos el Vals de las Guirnaldas (II acto) muy popularizado por Disney en sus películas de animación. Todo ello sin cuestionar la intensidad y expresividad musical del genial compositor ruso.
En cuanto a la representación que nos ocupa y la actuación de los bailarines, en concreto los tres principales que interpretaron a la Princesa Aurora, el Príncipe Désiré y el Hada de las Lilas, fue buena en cuanto a la técnica, sobre todo en los pasos que requieren un cierto virtuosismo que pudiéramos llamar gimnástico e incluso de malabarismo. En ese aspecto, muy destacable el primer bailarín, algo menos la prima ballerina. En ambos noté una cierta brusquedad de movimientos y eché en falta una ejecución más armónica con la música. No sabría definir bien en que consiste esto último y mi opinión es desde luego cuestionable, porque no paso de ser un buen aficionado a este arte.
Muy bien otros aspectos secundarios como una cuidada escenografía y vestuario que remiten al periodo barroco en el que se ambienta la obra. También algunos pasajes musicales y pasos de baile están claramente inspirados en ese estilo artístico. Destacar además la teatralidad mímica de los interpretes de la bruja Carabosse y de Catalabutte, el maestro de ceremonias.
En fin, aún con las objeciones mencionadas, el espectáculo fue brillante en su conjunto y creo que el público salió satisfecho de la representación.