martes, 1 de septiembre de 2015

EL SOMBRERO DE TRES PICOS. Pedro Antonio de Alarcón

Este escritor era para mí poco más que un nombre asociado a un solo libro, un lejano recuerdo de mi formación de bachiller. Conocía a grandes rasgos su argumento sin tener muy claro si era novela o comedia porque hace años la vi representada en versión teatral. También sabía que Manuel de Falla  compuso un ballet del mismo título basado en esta leyenda. En fin, un clásico decimonónico, título memorizado en la asignatura Historia de la Literatura, que ahora retorna a mí, como amable fantasma del pasado, pidiendo ser conocido y valorado.
          Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891) es un ilustrativo ejemplo de evolución entre polos ideológicos y estilos antagónicos. En su juventud abrazó las ideas liberales propias de la Revolución Francesa  pero a la madurez derivó hacia posturas cada vez más conservadoras. En paralelo, su literatura evolucionó desde postulados románticos hasta el realismo con un marcado sesgo costumbrista. Por eso los manuales no se ponen de acuerdo a la hora de adscribirlo a uno esos dos estilos y  lo consideran como un autor de transición entre los mismos. Ese carácter ecléctico, cuando no contradictorio, se refleja en esta obra, como luego se verá. 
          El sombrero de tres picos (1874) es una novela corta basada en la leyenda popular de la molinera y el Corregidor, recogida en romances de ciego y canciones. El precedente más cercano que inspiró al escritor granadino es un romance anónimo del siglo XVIII titulado El molinero de Arcos. Se trata de un cómico relato de enredo cuya trama argumental, basada en el equívoco y la falsa apariencia, gira en torno al tema del honor y los celos. Está narrado en tercera persona por un narrador  omnisciente que en ocasiones se dirige directamente al lector para hacerlo cómplice de sus reflexiones sobre los personajes y comentarios digresivos que señalan de forma implícita al propio escritor y nos revelan sugerente datos sobre sus ideas políticas y sociales. Así cuando habla en tono irónico de los afrancesados, Jovellanos en particular, o cuando en el mismo tono cita al Ser Supremo, el nombre que los revolucionarios franceses daban al Dios católico. También cuando critica la Constitución de 1837, liberal, moderada y de consenso, o señala el deterioro del principio de autoridad. Todos estos comentarios están referidos a su propio tiempo y al margen de la acción pero siempre a propósito de la misma.
          La novela se desarrolla a lo largo de 36 capítulos cortos, todos precedidos de un título alusivo a lo que va a suceder, un detalle muy corriente en los escritores del XIX. Los dos primeros están dedicados al marco temporal y espacial donde trascurre la acción y al ambiente social del momento. Es en estas descripciones donde mejor se manifiesta el estilo realista del autor y también en los cuatro capítulos siguientes cuando retrata  de forma minuciosa a los personajes en sus caracteres físicos, costumbres y vestimenta, aunque el perfil psicológico de los mismos es claramente romántico en tanto se resalta de forma un tanto exagerada y maniquea sus vicios y virtudes. Nos enteramos así que la acción trascurre el 1805, durante el reinado de Carlos IV, aún en el marco político del Despotismo Ilustrado. Es relevante la clara intención de resaltar el ambiente social idílico del pueblo llano sobrecargado de impuestos de todo tipo pero honrado y feliz bajo el amparo de la fe católica y de la Iglesia. Aún así, en la viciosa y perversa figura del Corregidor, corrupto representante del poder, parece insinuarse una velada crítica del absolutismo.
          En los capítulos restantes se desarrolla la trama argumental que trascurre en apenas dos días, respetando la unidad de tiempo y acción, pero enfocada alternativamente sobre los protagonistas principales mediante una especie de analepsis retrospectiva que nos ofrece la visión parcial y equívoca de cada uno de ellos sobre un mismo hecho o incidente. Son el nudo y el desenlace del relato, y es aquí donde los diálogos predominan claramente sobre lo descriptivo, hasta el punto que parecería fácil versionar la novela a la escena teatral. En el último capítulo titulado conclusión, moraleja y epílogo, la enrevesada acción llega a feliz desenlace con la absolución eclesiástica y social de los personajes implicados que ven repuesta su honra, cuestionada   por las apariencias. Por último, el escritor dirige su mirada hacia el futuro de cada uno de ellos a partir de la Guerra de la Independencia  que obra aquí como un punto de ruptura trágica en la vida de los protagonistas. La alusión final a los tiempos del sombrero de tres picos  frente a los del sombrero de copa simboliza el transito histórico del Antiguo Régimen a la sociedad liberal burguesa.
          Para resumir esta divertida novela, yo diría que es por su argumento similar a las comedias de enredo del siglo XVII. Por la ambientación una típica historia del XVIII. Y finalmente, por su estructura y estilo literario, equiparable a los mejores clásicos españoles del XIX. No se puede pedir más. 

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