jueves, 2 de febrero de 2017

PANTALEÓN Y LAS VISITADORAS. Mario Vargas Llosa

Posiblemente no sea ésta la mejor novela de Mario Vargas Llosa (1936) pero es quizás la más popular, una superventas editorial, versionada al cine aunque con escaso éxito y un título ya clásico, de esos dos o tres que todo buen lector puede recordar y citar entre la producción narrativa del escritor.
Sobre su biografía no insistiré por ser muy conocida. En lo literario; el Nobel (2010), el Cervantes (1994), el Príncipe de Asturias (1986) y un sinfín de premios más. Participó en política como candidato a la presidencia de su país en las elecciones de 1990, y aún en la actualidad, ya octogenario, sigue siendo un personaje mediático, muy visible en entrevistas de radio y televisión, participaciones en prensa e incluso protagonizando los ecos de sociedad. Su nación de origen es la impronta que marca la mayoría de sus novelas que reflejan sus propias vivencias o su percepción sobre la sociedad peruana y están ambientadas en las diversas regiones que integran Perú; la selva amazónica, el altiplano andino y la costa. Pero Vargas Llosa ha vivido gran parte de su vida en España, Francia o Suiza, y la dimensión europea también es evidente en su obra y lo convierten, junto con el cubano Alejo Carpentier, en uno de los más cosmopolitas entre los escritores hispanoamericanos, y quizás por eso uno de mis preferidos. De sus novelas peruanas he leído La ciudad y los perros (1963), Lituma en los Andes (1993) y ésta que comento hoy. De su última etapa, más abierta a nuevas ideas y ambientes, de temática más diversa y menos sujeta a ataduras localistas, destacaré La fiesta del Chivo (2000) y El sueño del celta (2010), la que más me ha gustado hasta ahora y también la más europea, si se acepta este calificativo aclaratorio aunque algo simplista.
Pantaleón y las visitadoras (1973) es una novela de humor, así lo reconoce el propio autor en el prólogo. Basada en hechos reales datados en 1958, cuando el ejército peruano organizó un “servicio de visitadoras”, eufemismo que servía para encubrir a un grupo de prostitutas destinadas a mitigar las ansias sexuales de las aisladas guarniciones amazónicas. A partir de esa realidad el escritor construye una genial farsa que roza el esperpento y encubre los aspectos morbosos de la historia con una gruesa capa de ironía. La comicidad y los aspectos ridículos del relato no ocultan sin embargo una velada crítica de la hipocresía en la sociedad peruana y sus instituciones más dignas, la militar, la iglesia, autoridades civiles y prensa, ante el hecho de la prostitución, rodeado de prejuicios morales, condenas religiosas y aparente rechazo social al tiempo que tolerado a condición de permanecer en la ilegalidad.
El protagonista de la historia es Pantaleón Pantoja, un capitán de intendencia del ejército con fama de eficiente, al que encargan la tarea de organizar a las visitadoras manteniendo oculto el carácter militar del servicio. A pesar de su inicial rechazo, por ser hombre de firmes convicciones morales, se entrega a la tarea, mantiene en secreto la misión ante su familia, se introduce en los ambientes  prostibularios, organiza de la mejor forma posible ese mundo de prostitutas y proxenetas e intenta evitar como puede la publicidad. Pero una organización eficaz en medio de un ambiente corrupto e hipócrita tiende al colapso, y pronto el capitán será desbordado por la magnitud que adquiere su obra y una serie de acontecimientos lo conducirán al fracaso. La trama argumental queda patente desde el principio y su desenlace es previsible, pero lo importante aquí es la comicidad inherente en su desarrollo y las situaciones ridículas que aparecen conforme avanza la acción.
Otro aspecto importante a destacar en la novela es su original estructura. A Vargas Llosa se le considera un innovador en la experimentación técnica de nuevas posibilidades narrativas y estilísticas y en esta ocasión demuestra de nuevo su maestría. La acción trascurre de forma lineal en el tiempo pero se enfoca de forma simultanea sobre distintos personajes y lugares, que se suceden en escenas de forma alternante mediante pequeños párrafos, a modo de flash cinematográficos. Los diálogos son abundantes y la voz narrativa, en tercera persona, se limita a introducir entre ellos pequeñas acotaciones, que recuerdan mucho a las que se hacen en los textos teatrales, para describir con frases cortas, los gestos, acciones o sensaciones del personaje que habla, siempre utilizando el presente como tiempo verbal. Un ejemplo ilustrativo es el siguiente: “Calma, mamacita, no llores, te suplico, no tengo tiempo ahora – le pasa el brazo por los hombros, la acariña, la besa en la mejilla Panta – .Perdóname si te levanté la voz. Ando un poco nervioso, no me hagas caso”. Tampoco es el narrador quien describe los hechos que se suceden en la trama sino que se presentan, de forma parecida a la epistolar, a través de partes militares, artículos de prensa, entrevistas de radio o cartas entre los distintos personajes. Y a pesar de la aparente complejidad estructural, el relato es fluido y fácil de seguir por el lector. Los pocos términos propios del argot peruano no son una dificultad añadida porque no se abusa de ellos.
Se trata en suma de una historia amena y divertida, amable en la crítica, que nos introduce en el ambiente de la selva amazónica y en la mentalidad de sus gentes, con el sello estilístico propio del escritor peruano. Para finalizar, no me resisto a mostrar un ejemplo de su humor irónico cuando, en uno de los grandilocuentes artículos de prensa, se cita una funeraria de nombre “Modus vivendi”
En fin, novela muy recomendable para pasar un buen rato y disfrutar al mismo tiempo de su calidad literaria. 

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