Álvaro Pombo es un autor consagrado y
reconocido de nuestras letras, elegido en 2004 miembro de la Real Academia
Española ha sido galardonado con múltiples premios literarios, es además un personaje
controvertido como político y activista por lo polémico de algunas de sus
declaraciones en estos y otros ámbitos de su personalidad pública. Controvertida y discutible es también su última
novela, El temblor del héroe, ganadora del premio Nadal de
este año 2012. Las opiniones sobre la misma oscilan entre aquellos que la
califican como novela vanguardista e innovadora además de una apuesta arriesgada, hasta los que la consideran una obra experimental, ambigua,
confusa, y un proyecto fracasado no merecedor de tan prestigioso
premio.
Se trata desde luego de una novela extraña porque la ficción literaria está impregnada
de un trasfondo filosófico y de un análisis psicológico de los personajes que
por momentos le hacen parecer un ensayo. No he leído otros libros del autor
pero me parece que estos componentes son frecuentes en su obra ya que él
mismo define su método literario como psicología-ficción. El personaje
principal es Román, un profesor universitario jubilado en plena decadencia,
nostálgico de sus tiempos de enseñante, que ha establecido complejas
relaciones con dos de sus antiguos
alumnos a medio camino entre lo
intelectual y lo sentimental, pero en realidad es indiferente a todo lo que le
rodea. Un nuevo personaje, el joven Héctor entra en su vida. El viejo profesor
siente curiosidad por su nuevo amigo que arrastra un drama personal en el
cual será incapaz de implicarse. Aunque
toda la trama argumental gira en torno de Román, el auténtico héroe es Héctor,
capaz de luchar y sacrificarse por lo que quiere, no en balde su nombre nos
recuerda al héroe homérico con el que tiene un cierto paralelismo
simbólico. Una historia relativamente simple es el terreno que da pie al autor
para plantear y analizar algunos de los
grandes asuntos de las relaciones interpersonales; la traición, la cobardía, la
insensibilidad ante el dolor ajeno, el sentimiento de culpa y arrepentimiento,
el amor y la homosexualidad, en suma muchos de los problemas
existenciales del ser humano. El escritor ha querido darle también un
sentido simbólico a su narración cuando declara que “es una historia sobre
la indiferencia y pasividad de los intelectuales hoy en día”. También
le gusta decir que: “no escribe historias sino que las explica”,
y esto se pone de manifiesto en la
técnica narrativa de la novela, original en cierta medida. La historia
está contada en tercera persona por un narrador omnisciente que se identifica
con el propio escritor, que está en un plano de superioridad casi olímpica
desde el cual conoce los pensamientos y los sentimientos de los personajes, se
atreve a analizarlos y opinar sobre los mismos y se los explica al lector intentando establecer con él una relación de complicidad. Hasta
se permite la humorada de citarse a sí mismo en el relato. El lenguaje
utilizado oscila entre lo culto, con sobreabundancia de citas filosóficas de Marcuse,
Nietzsche, Barthes, Kierkegaard, entre otros muchos, hasta
giros y términos de la actual jerga juvenil.
Hasta aquí todo lo que de bueno puede
decirse de esta novela. En el lado
negativo del balance hay que destacar el
exceso de reflexión y la falta de acción. Los conflictos de los personajes
parecen más psicológicos que reales y de esta forma la historia fracasa en
sostener un ritmo dramático ascendente capaz de mantener el interés del lector.
Las abundantes citas en latín e inglés demuestran la gran erudición del autor
pero en muchas ocasiones aportan poco al relato y no están justificadas. Ya se
sabe que cultura y pedantería están
muchas veces separadas por una fina línea
y creo que en esta ocasión el límite se rebasa con
frecuencia.
En resumen, se trata de una novela
ético-filosófica densa, bastante ambigua y algo pedante. Sólo el hecho de ser
corta la salva del total aburrimiento del lector.
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