Esta
última novela del escritor y académico Javier
Marías recibió, tras su aparición en
2011, el elogio casi unánime de la crítica
especializada y parece que tuvo un notable éxito de público. En el 2012 fue galardonada con el Premio Nacional de
Narrativa que el autor madrileño
rechazó dando pie con su actitud a la
consiguiente polémica, ampliamente publicitada, lo
que sin duda ayudo a incrementar las ventas. Y no obstante, después de su lectura, tengo la
sensación de que se ha premiado aqui la
madurez narrativa del escritor y su
trayectoria literaria antes que la novela en sí misma.
Para
comenzar diré que la obra responde a un cierto gusto por la mezcla de géneros
literarios, algo original y arriesgado pero muy de moda en la narrativa actual.
Esto me resulta tan claro que no sabría decir
si me parece más una novela
fracasada por su tendencia a la digresión ensayística o directamente un ensayo camuflado bajo la
estructura de una novela, entendido
aquel no es su aspecto informativo sino en cuanto al tratamiento y reflexiones sobre unos temas de forma libre, subjetiva, y con voluntad de
estilo literario.
Los enamoramientos se enuncia desde el principio como una
ficción narrativa que se puede incluir en el subgénero detectivesco. Para
empezar, en las primeras frases se nos avisa ya de la comisión de un asesinato absurdo, una muerte por apuñalamiento “por
confusión y sin causa”; una introducción que recuerda mucho por cierto
al comienzo de “Crónica de una muerte anunciada”, quizás un
homenaje premeditado al escritor colombiano.
A partir del delito consumado, María Dolz, la narradora y
protagonista nos cuenta en primera
persona su relación con los otros personajes al tiempo que se desarrolla la
trama argumental. Pero también desde el
principio el relato se ve interrumpido por
abundantes digresiones de tipo ético o filosófico en torno a varios
temas que superan la ficción
narrativa al tiempo que imprimen un
ritmo lento y fragmentario a la acción.
En ocasiones estas divagaciones
casi metafísicas son tan extensas que nos cuesta seguir el hilo del
relato. En estas condiciones la historia pierde tensión narrativa y tiende a provocar
el cansancio del lector. Afortunadamente, y de forma paradójica, el libro se salva gracias a estas
reflexiones que son en realidad el núcleo del mismo y giran en torno a
varios ejes temáticos: el estado de enamoramiento, esa enajenación que pone en
evidencia lo mejor y lo peor de nosotros; la muerte considerada desde un óptica
con matices existencialistas; o los difusos límites de la realidad y la
imposibilidad de conocer la verdad o de tener certezas porque hasta nuestras
propias verdades cambian con el paso del tiempo. Estos son los temas que trascienden el
argumento y que aprovecha el escritor para envolvernos con su prosa y su estilo
elegante y sencillo al mismo tiempo, que toca nuestra experiencia y sensibilidad
más que nuestra razón y nos hace
cómplices de lo que dice porque en ocasiones todos hemos sentido lo mismo. Son
estas reflexiones las que mantienen nuestro interés y no la ficción que parece destinada sólo a
ser la excusa que las motiva y las
justifica. Una ficción además relativamente previsible incluso en su
final. La única crítica que se me ocurre
es la evidencia de cierto grado de
reiteración en estas divagaciones y por tanto la sensación de que a la novela
le sobran cien páginas.
No
quiero ser más explícito en lo referente
a la trama novelesca, si diré que gira en
torno a dos triángulos amorosos que se superponen. Tampoco conviene serlo en cuanto a los temas que son motivo de reflexión
subjetiva e intimista y que el autor pone en boca de la protagonista.
En resumen,
teniendo en cuenta lo dicho hasta aquí, pienso que se trata de un interesante
experimento narrativo a condición de que
el lector quiera y consiga superar los esquemas
tradicionales de la novela,
porque considerada exclusivamente como
ficción novelesca me parece un rotundo
fracaso.
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