El aragonés Ramón
J. Sender (1901-1982) es quizás uno de los escritores más representativos
de la literatura española en el exilio, del pasado siglo. Fue un joven de
carácter rebelde, de formación en parte autodidacta, lector empedernido y con una
temprana vocación literaria. Participó en la Guerra de Marruecos en la que
alcanzó el grado de alférez. Esta experiencia la reflejó en su primera novela, Imán
(1930) de orientación anti-belicista. Durante la República
militó en las filas anarquistas y al comienzo de la guerra civil se vio implicado
en las luchas de éstos con los comunistas. En este periodo bélico quiero destacar un
cruel episodio biográfico que me ha impresionado; atrapado durante el
alzamiento militar en la zona de los sublevados, atravesó las líneas enemigas para
incorporarse al ejército republicano después de
separarse de mujer e hijos creyendo ponerlos a salvo en Zamora junto a
la familia de ella, que era de ideas conservadoras, pero los represores de
retaguardia fusilaron a su esposa al no poderlo apresar a él. Con la derrota republicana inició un largo
exilio que comenzó en Francia, pasando después a México, y a partir de 1942
fijó su residencia en Estados Unidos donde ejerció como profesor de literatura
y escribió la mayor parte de su obra, aunque ni siquiera en el supuesto país de
la libertad y la democracia dejó de sufrir por sus ideas políticas ya que en
San Diego, durante la “caza de brujas” del senador MacCarthy, se
vio obligado a firmar un manifiesto anticomunista para no perder su empleo en
la universidad. Volvió a España en 1969 cuando
recibió el Premio Planeta por En la vida de Ignacio Morel, y a
partir de 1975 pasó largas temporadas en nuestro país. En 1980 solicitó la
recuperación de la nacionalidad española, posiblemente con vistas al retorno
definitivo que se vio truncado por su muerte.
Ramón
J. Sender me parece un autor difícil de encuadrar en alguno de los movimientos
literarios o generaciones de nuestra literatura del siglo XX. Su producción fue
abundante e incluye ensayo, teatro, y hasta lírica, pero es en la narrativa
donde demuestra más versatilidad
cultivando distintos géneros y temática. Desde las novelas con fuerte
carga ideológica de su juventud, a las autobiográficas en la trilogía Crónicas
del alba (1942-1966). También hay que destacar sus novelas de postguerra en
la línea del realismo social, cuyo mejor exponente es Réquiem por un
campesino español (1960) y las novelas históricas como La aventura
equinoccial de Lope de Aguirre (1964) y El bandido adolescente
(1965). Estas tres últimas las leí en distintas épocas, sin orden cronológico ni
otro criterio preconcebido, y en mi
opinión ilustran bien la calidad literaria del autor.
La tesis de Nancy (1962) fue un
auténtico éxito de ventas durante los años 60 y 70, tanto que dio pie al
escritor para publicar en estas dos
décadas hasta cuatro novelas más con la misma protagonista. Se trata de
una novela humorística en la que se utiliza la forma epistolar, una técnica narrativa
no muy frecuentada en la actualidad pero sí por los escritores románticos del
XIX, entre otros el alemán Goethe (Werther) o nuestro Gustavo Adolfo Becquer (Cartas desde
mi celda). El argumento es simple y muy conocido: Nancy es una
americana que viene España, la de los años 60, para documentar una tesis
doctoral sobre folklore español, se establece en Alcalá de Guadaira y toma
contacto con distintos ambientes de la sociedad sevillana y lo más granado de
la gitanería local. Sus impresiones se las cuenta en diez cartas a su prima Betsy.
La
protagonista es joven, inexperta, e ingenua. A pesar de su formación académica,
es totalmente ignorante sobre las costumbres españolas y ese contraste es una
continua fuente de humor, basado inicialmente en los malentendidos provocados
por los dichos y giros del argot sevillano, y calé en particular,
los juegos de palabras y los términos mal traducidos. A medida que estos
recursos se van agotando el escritor
incide más en la oposición y el desfase
entre la mentalidad liberal de Nancy y el relativo conservadurismo de
los españoles de aquella época lo cual da lugar a un sinfín de situaciones
cómicas quizás exageradas hasta llegar a lo grotesco. Se busca deliberadamente la explotación jocosa de los
tópicos, principalmente los hispanos, pero también los referidos a otras
nacionalidades. Puede que haya una crítica velada a esa forma superficial de
mirarnos unos a otros, basada en unas pocas ideas simples y preconcebidas, por
más que expresen una verdad parcial, que
nos llevan a destacar sólo el exotismo y el tipismo y a no profundizar en el
verdadero carácter de los pueblos.
Para terminar, se trata de una novela muy divertida
que por desgracia ha sufrido el inevitable desgaste del tiempo y adolece de cierto anacronismo.
Después de más de cincuenta años la sociedad española ha evolucionado y cambiado en política, ideas,
forma de vida, y mentalidad, hasta el punto de que algunos de los gag
cómicos (el anglicismo es intencionado) pueden resultar confusos,
cuando no incomprensibles, para nuestros jóvenes actuales situados lejos de
aquel contexto histórico. Para los que vivimos esa época sigue siendo una novela graciosa, que provoca la risa fácil. En ella vemos reflejados aspectos y facetas de un
pasado al que no renunciamos pero que tampoco nos mueve a la nostalgia. Mejor
no generalizar, es sólo mi opinión personal que se comprenderá mejor valorando
la ilustración de la portada del libro.