viernes, 24 de abril de 2015

CICLOS DE MÚSICA. Orquesta Sinfónica del Conservatorio Superior de Música de Jaén



La Orquesta Sinfónica del Conservatorio Superior de Música de Jaén es una agrupación de corta trayectoria que parece haberse consolidado como auténtica cantera  de futuros y prometedores músicos. Integrada por aventajados alumnos de nuestro Conservatorio, y creo que también algunos profesores del mismo, la dirige desde 2011 el catalán Jordi Mora Griso, músico y profesor avalado en la dirección orquestal por un abundante curriculum nacional e internacional.
El concierto que nos ofrecieron ayer en el Aula Magna de la Universidad estuvo dedicado a dos representantes de lo que se ha dado en llamar nacionalismo musical. Se trata de una generación de músicos relacionados con el romanticismo que, entre mediados del siglo XIX y principios del XX, incorporaron en sus composiciones  melodías y ritmos  típicos y reconocibles del folclore de sus países o regiones.   
En la primera parte del programa se interpretó El amor brujo de Manuel de Falla (1876-1946) un ballet para orquesta sinfónica que el músico granadino compuso en 1915 y sobre el cual escribió posteriormente una versión de concierto que fue la que escuchamos. En la obra se pretende resaltar el misterio y embrujo de la raza gitana y en ella son reconocibles los aires andaluces y orientales. Se trata de una composición original y colorista, muy brillante para los instrumentos de viento. Es además una de las piezas más interpretadas del repertorio de música española. Todos hemos visto y escuchado multitud de veces las versiones para ballet de su escena más conocida, la Danza ritual del fuego.
En la segunda parte tuvimos ocasión de disfrutar con la Sinfonía nº 8 de Antonín Dvorák (1841-1904). No es tan popular como la nº 9, Sinfonía del Nuevo Mundo, pero los aficionados a la clásica reconocen bien algunos de sus movimientos. La obra musical de este compositor checo se inspira claramente en el romanticismo alemán pero impregnado de los aires populares eslavos de su Bohemia natal, que en esta sinfonía se detectan claramente. El primer movimiento, Allegro con brio, alterna momentos de suave melodía, que sugiere la placidez de la vida campesina, con otros cuya brillantez y dramatismo recuerdan vivamente a Beethoven. El segundo, Adagio, no es tan lento como podría esperarse por su nombre; está equilibrado entre cuerda y viento, con especial participación de las flautas. El tercero, Allegretto grazioso, comienza con una alegre danza que parece un vals, protagonizada por la cuerda y los violines de forma especial, para terminar  de forma vivaz con toda la orquesta, percusión incluida. El cuarto y final, Allegro ma non troppo, es posiblemente el movimiento más conocido. Comienza con una fanfarria  de trompetas y es seguido de una bonita melodía que inician los violonchelos; la tensión aumenta y se relaja en pasajes sucesivos para terminar en un espectacular epílogo de toda la orquesta con destacado papel del metal y la percusión.
 Ambas composiciones se prestaban al lucimiento y la orquesta supo aprovecharlo. La interpretación gustó al público y en el bis volvió a sonar la Danza del fuego que nos dejó encantados. Como aspecto negativo y anecdótico hay que lamentar el poco respeto de unas pocas personas. Niños pequeños que provocan interrupciones, móviles que suenan, o padres más interesados por grabar un vídeo de la actuación de sus hijos que por disfrutar de la música. En fin pequeños inconvenientes de la gratuidad del espectáculo que no consiguieron enturbiar una estupenda velada musical.       

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