Hace un año
que nos dejó Ana María Matute (1925-2014),
miembro de la Real Academia Española y figura destacada en el panorama
literario de nuestro país durante el pasado siglo, merecedora de muchos premios
y reconocimientos en su dilatada trayectoria. Algunos piensan que fue la mejor
novelista de la posguerra española. De la escritora catalana he leído Olvidado rey Gudú (1996), una
de sus últimas novelas y la preferida por la autora. Hace muchos años leí esta
colección de cuentos que comento, y me impresionaron entonces por su crudo
realismo social que me pareció acrítico, envuelto en onírica fantasía y en
una prosa poética un tanto impenetrable. Ahora los he retomado a propuesta de
mi club de lectura y con una mirada algo más experta creo entender un poco
mejor las claves que definen esta obra.
Para empezar debo destacar algo admitido
por la crítica, y es la relevante influencia de la propia biografía en toda la
producción narrativa de Ana María Matute. A los cuatro años de edad padeció una grave
enfermedad que la mantuvo retirada en un pueblo de las montañas riojanas. Tenía
once cuando comenzó la Guerra Civil y ese trauma marcó definitivamente
toda su obra. La suya fue en esencia una infancia perdida, de ilusiones y
esperanzas truncadas por la angustia de la guerra y la miseria de posguerra.
Eso explica que casi la mitad de su producción sean cuentos infantiles y que la
mayoría de sus personajes sean niños o adolescentes. También que sus novelas estén ambientadas en ese oscuro
periodo de nuestra historia y sea
recurrente el retrato de una sociedad mísera y humillada, dominada por
el egoísmo y el materialismo.
Algunos
muchachos y otros cuentos (1964) reúne todos esos elementos señalados
como esenciales en la obra de la escritora. Está integrada por siete relatos
cortos, el primero de los cuales da título a la colección. Los protagonistas de
todos ellos son, como se ha dicho, niños o jóvenes que muchas veces cuentan la historia en
primera persona, y es precisamente esa mirada infantil la que aporta un
distanciamiento entre la dura realidad que les rodea y como la viven y
entienden desde su propia afectividad,
envuelta en sutiles ensoñaciones y maliciosas suposiciones. De distinta forma
todos se rebelan contra la ruindad y miseria que perciben pero al final
terminan devorados por ese mundo del que
no quieren formar parte. Algunos de los
cuentos, me refiero a El rey de los zennos y No tocar son de
estilo totalmente surrealista, de fantasía desbordante e incongruente, rica en elementos
simbólicos y míticos. Fantasía enriquecida por un lenguaje lírico que impregna
en mayor o menor grado todos los relatos, capaz de relacionar sensualmente imágenes y sonidos o sugerir de forma velada
relatos bíblicos y mitológicos (Caín y Abel, Helios), e incluso
transmitir la idea de eternidad elevando a lo intemporal un espacio geográfico,
en concreto una isla balear.
En cuanto
al segundo polo de la narrativa de Ana María Matute, señalaré que se la
considera como una escritora esencialmente realista. Añadiré que sigo creyendo
que el suyo es un realismo exento de crítica política. No denuncia tanto los
desastres de la guerra o los abusos del régimen como la degradación moral que
la miseria provoca en los seres humanos.
En fin, solo dos libros he leído de
esta autora pero creo que tengo ya formada una magnífica opinión de su obra que
me parece una acertada y original mezcla de fantasía, modulada por la estética
modernista y surrealista, y realismo social esencialmente ético. Fue además una
gran maestra del lenguaje literario, sin duda merecedora del sillón K que ocupó
en la Real Academia.
Junto con Juan Goytisolo se convirtió en el máximo exponente de la infancia truncada por la barbarie de la guerra, plasmada por ambos en libros magistrales. Su mejor libro, para mí, es Pequeño Teatro, en el que crea uno de los más entrañables personajes de la literatura española: el humilde niño vasco Ile Eroriak ("pelos caídos" en castellano). Fue una firme defensora de la literatura de Julio Cortázar, cosa lógica: ambos compartían el gusto por lo real maravilloso en la anodina tragedia cotidiana. Lamento tener que decir que ya nadie escribe con ese talento en nuestro país, ni con esos valores humanos. Tras la marcha de Javier Marías, el cerco de la mediocridad y la vulgaridad se estrecha aún más. Ojalá me equivoque.
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