El cuento
oral fue el origen de la leyenda, pero la propia etimología del término ya nos
sugiere su condición de relato escrito para ser leído y su naturaleza
literaria. Las leyendas en España aparecen en el Romancero y muchas de ellas se
introdujeron en el teatro clásico español del Siglo de Oro; pero fueron los
escritores románticos del XIX, tan amantes de la tradición, los que dieron a
este género narrativo su mayor difusión cuando hicieron recopilaciones de las
antiguas o las imitaron en sus relatos. Todos recordamos las Leyendas de
Gustavo Adolfo Becquer que, asociadas a sus Rimas, eran lectura
preferida de adolescentes, hace ya algunas décadas. Ahora, en uno de mis
periódicos retornos a los clásicos, he encontrado éstas de Zorrilla,
quizás menos conocidas que aquellas por ser este autor reiteradamente asociado a su Don Juan Tenorio.
La vida de José Zorrilla y Moral (1817-1893) fue tan romántica como su obra y
en ambos sentidos del término, sentimental y literario. Joven rebelde, no
consiguió colmar las expectativas de su padre, un absolutista radical con el
que estuvo enfrentado toda su vida. De buena educación, abandonó a la familia y
los estudios de Derecho, otra imposición paterna, para ir a Madrid donde
frecuentó los ambientes artísticos y bohemios de la capital. Fue allí donde se
dio a conocer entre los poetas románticos cuando en 1837 declamó un improvisado
poema a la muerte de Larra. Por aquel entonces escribió en periódicos y comenzó
a publicar sus dramas. Infelizmente
casado con la viuda Florentina O’Reilly, tuvo varias amantes y pasó
largas temporadas en Paris donde trabó amistad con Victor Hugo, Téophile
Gautier y George Sand, y durante once años vivió en Mexico bajo la
protección y mecenazgo del emperador Maximiliano I hasta que éste fue
fusilado en Querétaro. Fue muy reconocido como poeta y dramaturgo pero la fama
no lo enriqueció, más bien pasó largos periodos de gran penuria económica.
Los críticos consideran que su obra
exalta valores tradicionalistas como la fidelidad, el patriotismo o la fe
religiosa, que contrastan con su rebeldía y sus ideales íntimos, más bien
progresistas. Esta contradicción entre vida y obra literaria la explican por
una especie de sentimiento de culpa hacia un padre que nunca perdonó sus
errores juveniles, al que intentaba contentar de esta forma.
Las Leyendas de Zorrilla se caracterizan por su gran diversidad
en cuanto a estructura formal. No pertenecen a un solo género literario, narrativo,
lírico o dramático, sino más bien son una mezcla de los mismos. En unas se
alternan prosa y poema, en otras los diálogos son tan abundantes que pueden ser teatralizadas, y de hecho algunas
de ellas fueron bocetos de posteriores dramas. Algunos las califican como poemas
narrativos o poemas dramáticos. Los narradores de las mismas son
también variados, unas veces omnisciente en tercera persona, otras el
protagonista en primera persona y en ocasiones es el propio autor el que apela
directamente al lector. Las que tienen estructura dialogada no suelen respetar
las tres unidades dramáticas, de tiempo, acción y lugar. En las evocaciones del
pasado se utiliza con frecuencia la narración en presente histórico. En
la métrica de los poemas el escritor demuestra su virtuosismo y, con predominio
del romance, se utilizan las estrofas más variadas, pero siempre con una poesía
brillante en ritmo y colorido. Es frecuente la repetición de versos o pequeñas
variaciones de los mismos para enfatizar el dramatismo de la acción. En el
vocabulario, los arcaísmos suelen servir para reforzar la ambientación
histórica. Y, a pesar de la diversidad estilística y formal, el resultado es
armónico, de fácil y agradable lectura.
Zorrilla clasificó sus leyendas
en tres grupos, históricas, tradicionales y fantásticas,
pero de todas ellas se pueden extraer temas recurrentes como el amor y los
celos, el honor, la venganza, el castigo del pecado y, trascendiendo todo esto,
lo milagroso y sobrenatural que a menudo se utiliza como deux ex machina
que aboca al desenlace. Todos los relatos tienen un claro propósito ético que a
menudo se manifiesta a modo de moraleja final. Los ambientes están
perfectamente recreados y son los típicos del romanticismo; castillos
medievales, lúgubres cementerios, conventos ruinosos y brumosos bosques. No voy
a esbozar el argumento de las leyendas pero sí algunos de sus títulos que,
cuando menos, pueden resultar vagamente conocidos de cualquier lector; A
buen juez, mejor testigo, El capitán Montoya, Margarita la
tornera son tres de las once que recoge la presente antología.
En fin, tengo que reconocer que el
tono épico, grandilocuente y dramático de estas leyendas puede sonar desfasado
o superado en la actualidad, más aún si se trata de poemas. Pero a mí me siguen gustando la evocación histórica y
lo legendario aunque no sea un romántico. ¡O quizás sí¡
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