Quizás algo
esté cambiando en el ambiente cultural de nuestra ciudad, tradicionalmente
apático, que ahora comienza a mostrar signos incipientes de animación. A lo peor resulta una falsa impresión pero, en los últimos años, creo haber notado un interés
creciente por la música clásica. Proliferan las orquestas y bandas de jóvenes músicos, estudiantes y profesores de los Conservatorios de Jaén, se han formado varias
agrupaciones corales y diversas instituciones culturales, religiosas y políticas,
patrocinan con relativa frecuencia conciertos y recitales. El público llena casi siempre los aforos y parece
distinguir y apreciar mejor las buenas interpretaciones y, en resumen, ampliamos
nuestra cultura musical con cada audición.
Los
días previos a la Semana Santa ofrecen el marco temporal adecuado para
la música sacra más culta y clásica, antes de que se torne popular y
tradicional en las bandas de metal y percusión que acompañan los desfiles
procesionales, por cierto cada vez más numerosas. Este año hemos tenido
varios conciertos, la mayoría agrupados en el I Ciclo de Música Sacra, una iniciativa que espero tenga
continuidad en años venideros. Las obras interpretadas han sido las
tradicionales de estas fechas, distintas Misas de Requiem y el clásico Stabat
Mater de Pergolesi. Dentro de esta amplia oferta he tenido
oportunidad de asistir a dos conciertos que comentaré a continuación.
El
primero fue el Requiem Op. 48 de Gabriel Fauré (1845-1924),
músico francés al que la crítica considera de transición entre el romanticismo
y la moderna música del XX, que introdujo innovaciones armónicas y melódicas y
fue maestro de grandes músicos, Maurice Ravel entre otros. Su Requiem
no me es desconocido y está considerado como una de las obras más populares
del autor, pero en nuestra ciudad creo que es la primera vez que se interpreta
que yo sepa, siempre postergado frente al
más famoso de Mozart. Esta obra presenta algunas novedades respecto a
otros requiem, y es que el autor suprimió la Sequentia, con los
tradicionales pasajes del Dies irae y Rex tremendae, que expresan
la cólera divina en el juicio de las almas, y añadió una parte final, In
Paradisum. Con estas modificaciones quiso quitar dramatismo a la muerte y
resaltar sus aspectos serenos y apacibles referidos a los goces celestiales. El
Requiem de Fauré está escrito para orquesta, coro y dos solistas,
barítono y soprano, con una actuación limitada a casi dos cortas
arias. En esta ocasión fue interpretado en lo instrumental por la Banda Sinfónica del Conservatorio Superior
de Música “Andrés de Vandelvira” de Jaén, y en la parte coral por el Taller de Canto Coral de la Universidad
Popular de Jaén. La actuación de la banda fue buena y, si bien es verdad
que Fauré se caracteriza por introducir en su obra musical moderados acordes disonantes, me pareció que en la
introducción al Offertorium la disonancia fue un poco mayor de lo
esperable, al menos comparativamente con otras interpretaciones que he
oído. La actuación del coro fue muy
buena, y quiero destacar aquí la valentía de la agrupación coral a la hora de
ampliar su repertorio afrontando este nuevo Requiem. Los solistas bien en sus respectivas
tesituras; la soprano tenía una
preciosa voz pero ambos con ciertas deficiencias en intensidad y volumen
propias quizás de cantantes amateur,
y entiéndase esto último como mérito a su favor.
En el último concierto, que se
ofreció en la Catedral de Jaén,
tuvimos ocasión de disfrutar, una vez más, del popular Requiem de Mozart
(KV
626) que fue, en mi opinión, la mejor interpretación del mismo que yo recuerdo.
Estuvo a cargo de la Orquesta Filarmónica de la Mancha y el Coro de la Ópera de
Granada. No voy a destacar las particularidades y aspectos de esta obra,
porque ya he tenido ocasión de hacerlo en anteriores entradas. Sigo pensando
que es el más espectacular y grandioso de los requiem, seguido muy de cerca por el de Verdi. En esta ocasión los solistas estuvieron magistrales, los
cuatro, soprano, mezzo, tenor y bajo. Además la obra fue dirigida, e
interpretada por orquesta y coros, en un tempo
más vivaz que el de otras versiones anteriormente interpretadas. No puedo decir
si un tiempo más rápido de ejecución supone una dificultad adicional, pero a mí
me gusta así porque, aunque pierde algo de solemnidad, gana mucho en lo
espectacular y en efecto dramático. La respuesta del público a la convocatoria
fue masiva. En resumen, fue una delicia
musical en la noche del Viernes de Dolores.
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