Khaled
Hosseini es poco o nada conocido en España, pero en Estados
Unidos alcanzó cierta fama gracias a tres novelas que han sido superventas.
Esta es la segunda de esa serie y cuenta, como las otras dos, una historia
ambientada en Afganistán. Si repasamos la biografía del escritor
afgano-norteamericano veremos que nació en Kabul, en 1965 y en el seno de una
familia perteneciente a la élite cultural de su país. Su padre era diplomático
y su madre profesora. Con once años se trasladó a Teherán y luego a París por los
destinos de su padre en esas embajadas, y no pudo regresar a Afganistán por la
guerra latente que se prolongó allí durante unos treinta años. La familia se
afincó en Estados Unidos donde estudió y ejerció la medicina hasta que sus
éxitos editoriales le indujeron a consagrarse a la literatura. Podemos suponer
en el escritor un profundo mestizaje entre sus raíces orientales y la educación
occidental, y sabemos que su experiencia afgana no se limita a la infancia sino
que se amplió cuando viajó en 2006 a su país natal como embajador de ACNUR, la
agencia de la ONU para los refugiados. Desde entonces ha creado una fundación
de ayuda a los mismos y pienso, después de esta lectura, que sus novelas son
una especie de contribución literaria a esa causa humanitaria
Mil
soles espléndidos (2007) es una historia de ficción que se puede asimilar
al género literario que los anglosajones denominan Factión, “literatura
of facts” o Nonfiction novel. En este tipo de obras, los hechos
narrados son ficticios pero verosímiles. Se aproxima, aunque no es totalmente
equiparable, a la novela testimonio. Tiene un carácter historiográfico
pero subjetivo, una especie de expresión intrahistórica que se personaliza a
través de las vivencias de los personajes en épocas difíciles fomentando en el
lector una visión valorativa de la historia, casi siempre de tipo aflictivo,
porque apela a su íntima subjetividad más que a la objetividad racional. En este tipo de literatura, muy del gusto
norteamericano, prevalece la emotividad del contenido antes que la forma
estética del relato.
Todo lo anterior, y en particular lo
último, parece aplicable a nuestra novela, repleta de escenas tiernas y
emotivas, dramáticas y hasta crueles, descritas en un estilo totalmente
desprovisto de cualquier artificio literario, tanto en su estructura narrativa
como en el lenguaje, y por tal motivo de muy fácil lectura. Podemos confundir ternura
con poesía, a fin de cuentas los buenos sentimientos tiene algo de poéticos
pero, en el sentido estricto del término, la única alusión poética de la novela
está en su título que hace referencia a unos versos del persa del siglo XVI, Saib-e-Tabrizi,
que tampoco son de traducción literal al español.
El libro cuenta la historia de Mariam
y Laila dos mujeres afganas de distinto origen social cuyas vidas quedan
unidas, por el destino y las circunstancias históricas, en una hermosa amistad
que llega hasta la renuncia y el sacrificio. Están rodeadas de multitud de
personajes que son expresión de todos los vicios y virtudes propios del
ser humano, desde la cobardía, el resentimiento y la crueldad, hasta la
tolerancia, la amistad y la abnegación. Afortunadamente el escritor no los
reparte de forma maniquea evitando así una historia de buenos y malos, y por
eso son personajes muy humanos y creíbles. La excepción es el zapatero Rashid,
personificación de todos los aspectos más despreciables del machismo como
elemento dominante en la cultura islámica. Porque lo que trasciende el relato
es la opresión de la mujer en la sociedad afgana que llega a ser auténtica
esclavitud en los regímenes integristas. A través de las dos protagonistas
principales, sobre todo Laila, es también un canto a la dignidad de las
mujeres y su valentía para rebelarse contra la tiranía de las normas sociales y
religiosas para ser elementos activos de la sociedad. El ambiente histórico que
envuelve la trama argumental comprende
unos de los periodos más convulsos de la historia afgana, desde la revolución
comunista de 1978 y la posterior
invasión soviética, pasando por la larga guerra de desgaste de los muyaidines,
la retirada rusa en 1989, la posterior guerra entre distintas facciones
tribales, el integrista régimen de los talibanes, hasta la invasión
norteamericana del país en 2001 tras el atentado a las torres gemelas. Se
evidencia también la profunda división étnica y religiosa de Afganistán, que es
una realidad histórica desde tiempo inmemorial y fuente de continuo sufrimiento
para la sociedad civil. Y con todo no es la ambientación lo importante, no
estamos ante una novela histórica aunque tenga elementos que nos la recuerden.
Pero sí cabe destacar que es tendenciosa porque muestra los estragos bélicos
de soviéticos y muyaidines, y la crueldad de los talibanes,
mientras evita mencionar los mismos desastres en cuanto a la invasión
americana. Me parece adivinar en todo el
relato una cierta intención catártica que busca fomentar la compasión y la
piedad del pueblo norteamericano ante la
triste condición de la mujer afgana y purificarlo de su mala conciencia
justificando la intervención militar como una causa justa de liberación. En el
epílogo parece que se pretende aprovechar ese estado de aflicción ante la
miseria y padecimientos de los afganos para inducir sutilmente a la colaboración
con las ONG humanitarias. Todos esos elementos explicarían que esta novela haya
sido un best seller. Los años pasados y la inestabilidad del actual
régimen afgano sustentado por Estados Unidos nos avisan de la inutilidad de esa
catarsis aunque siga vigente la necesidad de ayuda a los refugiados.
En fin, sobre todo una bonita y
emotiva historia que se lee con agrado y facilidad, pero con bastante
limitación en lo literario.
A mi me gustó mucho hace años cuando lo leí, es verdad que la historia es dura, sin embargo tiene momentos tiernos y emoción.
ResponderEliminarMe enganchó a otros títulos del mismo autor, los cuales recomiendo.
¡Gracias por esta reseña!