No me queda mucho por añadir sobre la biografía de Stefan Zweig (1881-1942) que en
anteriores entradas he intentado resumir a grandes rasgos. Solo insistiré en mi
admiración por la obra de este escritor austriaco, extensa, variada y de estilo
inconfundible, que fue muy popular en el primer tercio del siglo XX para ser
luego progresivamente olvidada. Por suerte, parece que de nuevo renace el
interés por sus novelas y relatos breves que actualmente están siendo reeditados. Y eso me ha permitido descubrir al que, hasta
hace poco, era para mí sólo un nombre memorizado en los estudios
juveniles, junto a uno o dos de sus títulos más significativos. El encuentro
con él que quizás sea el último de los grandes clásicos de la literatura.
Se dice que Momentos
estelares de la humanidad (1927) la escribió Zweig a lo largo de
veinte años. Me parece totalmente justificado si consideramos que el texto
resultante evidencia, ya desde las primeras páginas, una minuciosa
documentación y un alto grado de refinamiento en la elaboración literaria. El
mismo subtítulo nos lo sugiere cuando considera esos momentos como miniaturas
históricas, aunando en el nombre la idea de obra pequeña y de primorosa
factura.
Se trata de una colección de catorce relatos breves
que son pura historia novelada y nos hacen evocar a aquellos
historiadores antiguos, como Tito Livio (Ab urbe condita) o Plutarco
(Vidas paralelas), para los que la historia era, ante todo, literatura y
lección moral. Son episodios históricos que el autor considera decisivos desde
su punto de vista. Algunos son reconocidos como tales por la historiografía.
Tal es el caso de Cicerón, el último defensor de la republica romana
frente al naciente imperio, o La conquista de Bizancio que narra el
angustioso asedio de Constantinopla por el sultán Mehmet II en 1453, de tan
alto valor simbólico en Occidente que es considerado como la fecha que señala
el cambio de época a la Edad Moderna. En
otros relatos se ponen en evidencia grandes paradojas históricas. En La
Marsellesa se cuenta la creación de un himno que simbolizó universalmente
la revolución mientras su compositor, el músico y militar Rouget de Lisle,
era injustamente olvidado. La historia de J.A Sutter, pionero suizo que
se enriqueció en California durante la colonización del Oeste americano, evoca
la del rey Midas cuando se arruinó por el descubrimiento de oro en sus tierras.
También encontramos relatos de grandes errores individuales que provocaron la
caída de un imperio, como en Waterloo porque un general subalterno y
rígido seguidor de órdenes superiores fue la causa del error táctico que
derrotó a Napoleón. O el fracaso del presidente norteamericano Woodrow
Wilson en su idea de imponer una paz justa para la derrotada Alemania en la
Gran Guerra, lo que a la larga conduciría a la Segunda Guerra Mundial. Incluso
se narra la tenacidad de individuos que provocaron cambios fundamentales como Cyrus
W. Field que consiguió unir Europa y América mediante un cable telegráfico submarino.
Y heroicas gestas como la de Núñez de Balboa o Scott, el
explorador inglés del Polo sur, que tuvieron un dramático final.
Todos los relatos son rigurosamente
históricos pero el escritor los hace amenos ocultando deliberadamente su
erudición mediante un estilo elegante y atractivo que evita la frialdad del
relato estricto de los hechos, o el análisis de causas y efectos, e incide en
lo poético, en los aspectos emotivos y éticos de la historia hasta elevarla a
las cumbres de la épica. El destino juega en aquellos un papel decisivo que nos
recuerda vivamente la tragedia griega y el caprichoso papel de los dioses que
elevan a los mortales a la fama para después dejarlos caer en el infierno.
Para terminar, una obra impresionante.
Mucho más que historia, es ante todo literatura en estado puro.
Una nota final para quien se decida
leer este libro. Buscar la edición cuya portada se reproduce arriba, traducida
por Berta Vias Mahou. En mis manos
tuve otra edición con una traducción tan lamentable que desvirtúa el texto
hasta hacerlo incomprensible
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