lunes, 11 de mayo de 2020

LA GLORIA DE LOS NIÑOS. Luis Mateo Díez


El escritor leonés Luis Mateo Díez (1942) es miembro de la Real Academia Española y cuenta en su haber con una extensa producción narrativa, sin embargo, no me parece que disfrute de la potencia mediática de otros académicos como Antonio Muñoz Molina o Arturo Pérez Reverte, escritores tan prolíficos como él. Con esa apreciación no pretendo minusvalorar su obra, ya que ésta es la primer que leo de sus novelas, solo evidenciar que la calidad literaria no siempre va emparejada con una amplia difusión editorial.
Por la trama argumental, la obra que hoy comento me hace recordar otra posterior, Intemperie (2013), la opera prima de Jesús Carrasco. Ambas tienen como protagonista principal a un niño y son novelas cortas, de las llamadas iniciáticas, no en el sentido esotérico del término sino el de iniciación mediante las experiencias que favorecen la evolución desde la infancia a la vida adulta. Los alemanes incluso acuñaron el término Bildungsroman para este tipo de novelas.
La gloria de los niños (2007) cuenta la historia de Pulgar, un niño al que su padre moribundo, en la posguerra, encomienda la búsqueda de sus tres hermanos desaparecidos tras el conflicto. A partir de ahí, Pulgar acepta una responsabilidad que supera con mucho sus fuerzas e inicia esa misión que siente como su destino. En el proceso encontrará a varios personajes que lo ayudarán en su empeño, pero también lo utilizarán para sus propios fines.
La ambientación de la historia se inscribe en unas coordenadas temporales y espaciales deliberadamente imprecisas. Estamos en una posguerra, pero nunca se refiere a la española. El protagonista inicia su peregrinaje por los barrios de la ciudad de Borenes desde el suyo propio, el de Larmina, con sus casas evacuadas por amenaza de derrumbes. Todos los topónimos son ficticios, pero las referencias a la ciudadela y sus murallas, además de otras, nos dirigen vagamente a la ciudad de León. Las continuas alusiones al frio y brumoso ambiente, por la confluencia de dos ríos, remiten al mismo lugar reforzando la impresión tristeza, de imagen en blanco y negro de aquellos años de caos y miseria.
Los personajes que acompañan a Pulgar en su aventura son variopintos, todos supervivientes, angustiados, desorientados y hambrientos. Sus historias se cruzan y entrelazan con las vivencias del niño y en algunas ocasiones los sucesos, dentro de su crudo realismo, adquieren un tono que nos hace evocar ciertos episodios de la novela picaresca.  Algunos personajes son claramente surrealistas, como Armunia, una anciana que ha perdido a su hijo y tiene siempre la puerta abierta esperando su regreso. O Rita, romántica y obsesiva acosadora de sus amantes que, con inesperado sentido pragmático, termina aceptando la declaración amorosa de tres panaderos mutilados: “mejor tres panaderos que vestir santos”.
El narrador es omnisciente en tercera persona. Sus reflexiones en torno a Pulgar son demasiado profundas para recurrir al monólogo interior del protagonista ya que serían impropias de un niño. Algunas las pone en boca de otros adultos como su madrina. Los capítulos son cortos, como escenas filmográficas, sin que me conste que exista la versión al cine. La acción se desarrolla mediante el continuo recurso a la analepsis, con saltos desde el presente durante el proceso de búsqueda, hacia el pasado y la evocación de los recuerdos y sueños del niño.
Si la parte descriptiva y los diálogos, no demasiado abundantes, son esclarecedores, no lo son tanto las reflexiones del narrador, de cierta complejidad sintáctica, con largas oraciones en las que a veces se oponen o se coordinan términos casi sinónimos, con escasos y poco perceptibles matices diferenciales. No seré yo quien se atreva a criticar por eso a todo un académico de la lengua. También es posible que me equivoque en lo dicho, porque son aspectos que percibo intuitivamente sin que pueda razonarlos con claridad. Sólo digo que, para un lector medio, esa relativa densidad conceptual dificulta la lectura y la hace algo tediosa, en tanto que contrasta claramente con la sencillez de los hechos narrados.
De cualquier forma, estamos ante una historia emotiva en la que lo trascendente es la pérdida de la inocencia en aras de la necesidad, lo que es lo mismo que la pérdida de la infancia, una evidencia dramática que sufrió casi toda la generación de posguerra. Esa que ahora sufre de nuevo, a la que habrá que agradecer sus méritos y honrar su sacrificio cuando termine esta pandemia que nos acosa.
En resumen, una buena novela. Merece ser leída a pesar esos inconvenientes antes citados que siempre dudo sí serán subjetivos e infundados, más fruto de mi impericia que reales y objetivos. 
        


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