martes, 29 de septiembre de 2020

EL LIBRO DE LAS ILUSIONES. Paul Auster

Esta es la tercera novela que leo de Paul Auster (1947), después de El palacio de la luna (1989) y Brooklyn Follies (2005), y a estas alturas debo admitir mi personal dificultad para comentarlas. Digo esto porque el lenguaje directo y sencillo del escritor no logra ocultar una estructura narrativa original pero compleja, y una trama que no lo es menos, en la que un detalle aparentemente superfluo puede tener importante contenido simbólico.  Visto así, todo intento de desbrozar el argumento resulta complicado y una sinopsis del mismo puede arruinarlo. Porque Auster suele mantener hasta el final las expectativas del lector, no en balde sus primeras incursiones literarias fueron en la novela negra al estilo tradicional, y cierto grado de suspense es fundamental en este género.

En El libro de las ilusiones (2002) encontramos dos historias, o más bien una historia dentro de la otra, y también dos narradores. En la primera, el protagonista y narrador en primera persona es David Zimmer, profesor, escritor y traductor de matices autobiográficos con el propio Auster. Un personaje atormentado por la pérdida de su familia en accidente aéreo que intenta superar el derrumbe y la depresión escribiendo sobre el otro protagonista cuyas películas de cine mudo llaman poderosamente su atención. Se trata de Hector Mann, un actor   de mediana fama que desaparece bruscamente de la escena y de la vida pública al final de los años 20. A partir de ahí los dos relatos se entremezclan cuando Mann, muchos años después, escribe una carta a Zimmer en la que le pide que acuda a un encuentro en su rancho de Nuevo Mexico. Esa sorprendente convocatoria, de un hombre dado por muerto, es el   hilo de suspense que se mantiene hasta el final. En esa especie de odisea de aproximación entre Zimmer y Mann aparece la segunda narradora, Alma, también obsesionada sobre la figura del actor, que relata como testigo, y en tercera persona, la vida de éste. En el proceso de interrelación entre los personajes, asistimos a digresiones sobre las supuestas películas de Hector Mann y la importancia de la mímica como lenguaje en las mismas. Es el personal homenaje Paul Auster al cine mudo. Hay que señalar que los argumentos que se describen están inspirados o son copia de una serie de guiones mudos que el propio Auster escribió en París, en 1967, y que no llegaron a rodarse.

En la trama argumental aquí esbozada, el autor, desarrolla una amplia gama de recursos estilísticos, digresiones aparte: historias dentro de otras, pesadillas cargadas de simbolismo, frecuentes escenas retrospectivas y un cierto toque de fina ironía. Los protagonistas son seres agobiados por la pérdida y la culpa que buscan, entre desesperados y obsesivos, la expiación redentora de la misma.

Lo que trascendente en el relato son los grandes temas filosóficos recurrentes en Auster, un existencialista convencido que, a menudo, convierte sus obras en algo parecido a las llamadas novelas de tesis o ideológicas. Sí el lector conoce por sí mismo, o repasando la biografía del escritor, los principios básicos del existencialismo, encontrará reflejados en la trama la filosofía del absurdo de Camus, la contingencia y el azar, tema este último que obsesiona al escritor, que aparece en casi todas sus obras y a menudo le reprocha la crítica.

El desenlace final refleja esa conformidad con el absurdo y la libertad existencial para moldear nuestra propia vida renunciando a todo tipo de inmortalidad trascendente, no sólo la religiosa sino incluso la falsa inmortalidad de la fama.

Para terminar, novela de lectura fácil, trama con cierto suspense pero estructura compleja en lo conceptual, por lo que requiere del lector un esfuerzo adicional si se quiere disfrutar plenamente.

 

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