Esta es la tercera novela que leo de Paul Auster (1947), después de El palacio de la luna (1989) y Brooklyn Follies (2005), y a estas alturas debo admitir mi personal dificultad para comentarlas. Digo esto porque el lenguaje directo y sencillo del escritor no logra ocultar una estructura narrativa original pero compleja, y una trama que no lo es menos, en la que un detalle aparentemente superfluo puede tener importante contenido simbólico. Visto así, todo intento de desbrozar el argumento resulta complicado y una sinopsis del mismo puede arruinarlo. Porque Auster suele mantener hasta el final las expectativas del lector, no en balde sus primeras incursiones literarias fueron en la novela negra al estilo tradicional, y cierto grado de suspense es fundamental en este género.
En El libro de las ilusiones
(2002) encontramos dos historias, o más bien una historia dentro de la otra, y
también dos narradores. En la primera, el protagonista y narrador en primera
persona es David Zimmer, profesor, escritor y traductor de matices
autobiográficos con el propio Auster. Un personaje atormentado por la
pérdida de su familia en accidente aéreo que intenta superar el derrumbe y la
depresión escribiendo sobre el otro protagonista cuyas películas de cine mudo
llaman poderosamente su atención. Se trata de Hector Mann, un actor de
mediana fama que desaparece bruscamente de la escena y de la vida pública al
final de los años 20. A partir de ahí los dos relatos se entremezclan cuando Mann,
muchos años después, escribe una carta a Zimmer en la que le pide que
acuda a un encuentro en su rancho de Nuevo Mexico. Esa sorprendente
convocatoria, de un hombre dado por muerto, es el hilo de suspense que se mantiene hasta el
final. En esa especie de odisea de aproximación entre Zimmer y Mann aparece
la segunda narradora, Alma, también obsesionada sobre la figura del
actor, que relata como testigo, y en tercera persona, la vida de éste. En el
proceso de interrelación entre los personajes, asistimos a digresiones sobre
las supuestas películas de Hector Mann y la importancia de la mímica
como lenguaje en las mismas. Es el personal homenaje Paul Auster al cine
mudo. Hay que señalar que los argumentos que se describen están
inspirados o son copia de una serie de guiones mudos que el propio Auster
escribió en París, en 1967, y que no llegaron a rodarse.
En la trama argumental aquí esbozada,
el autor, desarrolla una amplia gama de recursos estilísticos, digresiones
aparte: historias dentro de otras, pesadillas cargadas de simbolismo,
frecuentes escenas retrospectivas y un cierto toque de fina ironía. Los
protagonistas son seres agobiados por la pérdida y la culpa que buscan, entre
desesperados y obsesivos, la expiación redentora de la misma.
Lo que trascendente en el relato son
los grandes temas filosóficos recurrentes en Auster, un existencialista
convencido que, a menudo, convierte sus obras en algo parecido a las llamadas
novelas de tesis o ideológicas. Sí el lector conoce por sí mismo, o repasando
la biografía del escritor, los principios básicos del existencialismo, encontrará
reflejados en la trama la filosofía del absurdo de Camus, la contingencia
y el azar, tema este último que obsesiona al escritor, que aparece en
casi todas sus obras y a menudo le reprocha la crítica.
El desenlace final refleja esa
conformidad con el absurdo y la libertad existencial para moldear nuestra
propia vida renunciando a todo tipo de inmortalidad trascendente, no sólo la
religiosa sino incluso la falsa inmortalidad de la fama.
Para terminar, novela de lectura
fácil, trama con cierto suspense pero estructura compleja en lo conceptual, por
lo que requiere del lector un esfuerzo adicional si se quiere disfrutar
plenamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario