Ayer, sábado 9 de marzo, en una inclemente, aunque anhelada, tarde de lluvia y viento, tuvimos ocasión de asistir a una nueva representación de La Traviata. Si la memoria no me falla, la última vez que se escenificó en Jaén fue hace diez años, así que bienvenida esta nueva ocasión de disfrutar de una de las óperas más representadas en el mundo.
La promotora del espectáculo fue la Hesperian Symphony Orchestra, una agrupación de músicos, coros y solistas muy ligada a nuestra ciudad, reunida en torno al director linarense Antonio Ariza Momblant. Hace ahora un año que nos ofrecieron con bastante éxito Aida, quizás la ópera más espectacular de Verdi. No insistiré en detallar el amplio elenco de solistas, escenógrafos y demás miembros del grupo, porque son prácticamente los mismos que en aquella ocasión (véase Aida 25/2/2023), pero sí me interesa destacar la originalidad de esta nueva representación de La Traviata.
En esta ocasión al montaje de la obra se
le ha dado un carácter contemporáneo. La intención de una ambientación en
nuestra época parece tener la justificación de resaltar ciertos aspectos de la
actualidad como feminismo, machismo y violencia. Y todo eso con total respeto a
la música de Verdi y al libreto de Francesco Maria Piave,
inspirado como es conocido en la novela La dama de las camelias (1852)
de Alejandro Dumas. Naturalmente resultó inevitable cierto anacronismo
entre lo escénico y el texto. En lo anecdótico esa discordancia no pasó de
visualizar notas de móvil donde se dice cartas o aludir a calesas como medio de
transporte. Más importantes en lo anacrónico me parecen las referencias al
honor, los duelos o el pecado, ideas típicas de la sociedad burguesa
decimonónica muy alejadas de nuestra mentalidad actual. A pesar de eso, el
resultado me pareció bueno. Unos escenarios minimalistas pero muy elegantes y
simbólicos y un vestuario acorde con el tiempo creo que consiguieron el
objetivo pretendido.
Pero no todo el público que llenó el
teatro estuvo de acuerdo con mi benévola opinión. Muchos mostraron sorpresa y
cierto desagrado, aunque al final el dramatismo de la historia no dejó de
conmovernos a todos. Los nutridos y entusiastas aplausos finales me parece que
sancionaron favorablemente la originalidad del planteamiento escénico.
Al respecto de lo dicho quiero
recordar una anécdota en torno a La Traviata. Cuando se estrenó en 1853
fue un fracaso. Entre los motivos del mismo estaba el desacuerdo con la
ambientación histórica. Y es que, hasta ese momento, todas las óperas
estuvieron ambientadas en un pasado más o menos remoto, quizás para reforzar los
aspectos más heroicos o dramáticos del libreto. Así que unos protagonistas
propios de la vida real, reflejados en su intimidad y en el contexto de su
propia época quedaban por vez primera despojados de heroísmo, aunque no de
dramatismo. Parece pues que los espectadores de ópera seguimos siendo
conservadores en cuanto al respeto de la tradición.
Sobre el argumento y otros aspectos
más o menos técnicos no insistiré porque los traté, incluso en exceso, en mi
anterior entrada sobre esta obra (véase La Traviata 10/11/2013). La
división en tres actos refuerza el esquema de exposición, nudo y desenlace
propio de la novela. Destacaré en el primero, por su brillantez y popularidad
la escena del brindis, Libiamo ne’ lieti calici, en el que se
luce principalmente el tenor (Alfredo Germont) reforzado por la soprano
(Violeta) y el coro. En el segundo se alcanza el clima dramático con los
dúos y arias entre el barítono (Giorgio Germont) y Violeta cuando
exige a ésta el sacrificio de su amor. En el tercero, el trágico desenlace
tiene como principal protagonista a Violeta.
En cuanto a la actuación de los
solistas me pareció de calidad, aunque la importancia relativa siempre está en
relación con su protagonismo en las diferentes escenas. Hay que destacar que La
Traviata se presta al lucimiento porque las arias y dúos predominan
claramente sobre los recitativos. El tenor Eduardo Sandoval (Alfredo)
impuso su potencia de voz en las arias, lo propio de lo que técnicamente se
conoce como tenor lírico spinto. La soprano María Ruiz (Violeta)
destacó como protagonista, no solo por los efectos de coloratura que imponen
algunos pasajes sino también por la intensidad dramática de su interpretación.
También destacó el barítono Manuel Mas (Giorgio) y así fue reconocido
por el público. En fin, una buena velada de ópera. Siguiendo el dicho popular “como
agua caída del cielo” tomado en doble sentido, metafórico y literal.
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