domingo, 10 de marzo de 2024

LA TRAVIATA. Giuseppe Verdi

 

    Ayer, sábado 9 de marzo, en una inclemente, aunque anhelada, tarde de lluvia y viento, tuvimos ocasión de asistir a una nueva representación de La Traviata. Si la memoria no me falla, la última vez que se escenificó en Jaén fue hace diez años, así que bienvenida esta nueva ocasión de disfrutar de una de las óperas más representadas en el mundo.

    La promotora del espectáculo fue la Hesperian Symphony  Orchestra, una agrupación de músicos, coros y solistas muy ligada a nuestra ciudad, reunida en torno al director linarense Antonio Ariza Momblant. Hace ahora un año que nos ofrecieron con bastante éxito Aida, quizás la ópera más espectacular de Verdi. No insistiré en detallar el amplio elenco de solistas, escenógrafos y demás miembros del grupo, porque son prácticamente los mismos que en aquella ocasión (véase Aida 25/2/2023), pero sí me interesa destacar la originalidad de esta nueva representación de La Traviata.

    En esta ocasión al montaje de la obra se le ha dado un carácter contemporáneo. La intención de una ambientación en nuestra época parece tener la justificación de resaltar ciertos aspectos de la actualidad como feminismo, machismo y violencia. Y todo eso con total respeto a la música de Verdi y al libreto de Francesco Maria Piave, inspirado como es conocido en la novela La dama de las camelias (1852) de Alejandro Dumas. Naturalmente resultó inevitable cierto anacronismo entre lo escénico y el texto. En lo anecdótico esa discordancia no pasó de visualizar notas de móvil donde se dice cartas o aludir a calesas como medio de transporte. Más importantes en lo anacrónico me parecen las referencias al honor, los duelos o el pecado, ideas típicas de la sociedad burguesa decimonónica muy alejadas de nuestra mentalidad actual. A pesar de eso, el resultado me pareció bueno. Unos escenarios minimalistas pero muy elegantes y simbólicos y un vestuario acorde con el tiempo creo que consiguieron el objetivo pretendido.

    Pero no todo el público que llenó el teatro estuvo de acuerdo con mi benévola opinión. Muchos mostraron sorpresa y cierto desagrado, aunque al final el dramatismo de la historia no dejó de conmovernos a todos. Los nutridos y entusiastas aplausos finales me parece que sancionaron favorablemente la originalidad del planteamiento escénico.

    Al respecto de lo dicho quiero recordar una anécdota en torno a La Traviata. Cuando se estrenó en 1853 fue un fracaso. Entre los motivos del mismo estaba el desacuerdo con la ambientación histórica. Y es que, hasta ese momento, todas las óperas estuvieron ambientadas en un pasado más o menos remoto, quizás para reforzar los aspectos más heroicos o dramáticos del libreto. Así que unos protagonistas propios de la vida real, reflejados en su intimidad y en el contexto de su propia época quedaban por vez primera despojados de heroísmo, aunque no de dramatismo. Parece pues que los espectadores de ópera seguimos siendo conservadores en cuanto al respeto de la tradición.

    Sobre el argumento y otros aspectos más o menos técnicos no insistiré porque los traté, incluso en exceso, en mi anterior entrada sobre esta obra (véase La Traviata 10/11/2013). La división en tres actos refuerza el esquema de exposición, nudo y desenlace propio de la novela. Destacaré en el primero, por su brillantez y popularidad la escena del brindis, Libiamo ne’ lieti calici, en el que se luce principalmente el tenor (Alfredo Germont) reforzado por la soprano (Violeta) y el coro. En el segundo se alcanza el clima dramático con los dúos y arias entre el barítono (Giorgio Germont) y Violeta cuando exige a ésta el sacrificio de su amor. En el tercero, el trágico desenlace tiene como principal protagonista a Violeta.

    En cuanto a la actuación de los solistas me pareció de calidad, aunque la importancia relativa siempre está en relación con su protagonismo en las diferentes escenas. Hay que destacar que La Traviata se presta al lucimiento porque las arias y dúos predominan claramente sobre los recitativos. El tenor Eduardo Sandoval (Alfredo) impuso su potencia de voz en las arias, lo propio de lo que técnicamente se conoce como tenor lírico spinto. La soprano María Ruiz (Violeta) destacó como protagonista, no solo por los efectos de coloratura que imponen algunos pasajes sino también por la intensidad dramática de su interpretación. También destacó el barítono Manuel Mas (Giorgio) y así fue reconocido por el público. En fin, una buena velada de ópera. Siguiendo el dicho popular “como agua caída del cielo” tomado en doble sentido, metafórico y literal.

 


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