lunes, 15 de abril de 2024

LA TIERRA QUE PISAMOS. Jesús Carrasco


     A Jesús Carrasco lo descubrí, hace ya una década, gracias a su primera novela Intemperie (2013), que le dio fama nacional e internacional. La analicé en una entrada de este blog (15-julio-2014) y le auguré un prometedor futuro si lograba mantener ese nivel de calidad. La lectura de ésta, su segunda novela, me ha confirmado lo que entonces fue un pronóstico.

    El escritor extremeño ha resultado ser poco prolífico, con sólo cuatro obras en algo más de diez años. Pero, en mi opinión, no se debe a una posible esterilidad narrativa. Mas bien creo que estamos ante un auténtico artesano que pule sus escritos con minuciosa paciencia hasta dotar a su prosa de una precisión austera en el lenguaje y profunda en las ideas que quiere transmitir al lector. La calidad del producto final ha sido reconocida con diversos premios. No obstante, el autor parece poco afectado por la presión y apremios editoriales que el éxito suele condicionar.

    La tierra que pisamos (2016) expresa claramente la intención en el título y en la ilustración de portada. La tierra, el lugar donde nacemos, no es ahora esa naturaleza  cruel e indómita, auténtica protagonista en Intemperie. Aquí es la relación del hombre con su tierra, la que nutre nuestros recuerdos y da un sentido definitivo a nuestra vida, la auténtica patria a la que deseamos volver y descansar en ella.

    La trama argumental de la novela se basa en una ucronía, una historia de ficción alternativa desarrollada a partir de un punto histórico del pasado. En realidad, aquí no tenemos ese punto concreto, llamado de divergencia, pero todas las citas remiten al imperio austrohúngaro. El resumen promocional dice lo siguiente: “A principios del siglo XX España ha sido anexionada al mayor imperio que Europa ha conocido. Tras la pacificación, las elites militares eligen un pueblo de Extremadura como gratificación para los mandos a cargo de la ocupación”. El autor nutre su ucronía con la reelaboración de diversos materiales históricos que recuerdan a la colonia de veteranos de Mérida, y en general al expolio de riqueza y materias primas como factor común de todos los colonialismos. La novela también se puede calificar como distopía porque describe una sociedad ficticia, indeseable en sí misma, aunque en esta ocasión no remita al futuro, como suele ser lo habitual, sino al pasado. En este sentido contiene los elementos de deshumanización típicos de los gobiernos tiránicos que aquí evocan claramente al nazismo: eugenesia, racismo, campos de trabajo, deportaciones, condicionamiento de la población mediante la educación y la propaganda, y en general todo lo causante de la alienación humana.

    La historia se focaliza sobre dos personajes principales.  Eva Holman es la esposa de Iosif, un oficial mutilado de guerra. Pertenece a la clase privilegiada del imperio y disfruta de un plácido retiro en un pueblo extremeño. Ella es la narradora protagonista que nos cuenta en primera persona la historia de Leva, un vagabundo que un día de forma inesperada aparece en su huerto. Este último arrastra un pasado trágico que lo mantiene encerrado en un mutismo casi absoluto. Eva siente hacia él una mezcla de recelo y atracción hacia la dignidad que intuye en una persona que no pide nada. Le permite, contra leyes y ordenanzas, permanecer en su huerto. En el marco de una relación no deseada pero consentida, poco a poco consigue recomponer su historia y esto cambia totalmente su visión del mundo y la sociedad en la que vive. Su valoración de los hechos es necesariamente subjetiva y a menudo completa los silencios de Leva con las reflexiones de su propio monólogo interior.

    Jesús Carrasco es experto en crear una especie de tensión de la quietud y el silencio. En esta ocasión la trama argumental no es lineal sino plagada de continuos saltos temporales al pasado. Esta técnica nos permite recrear el drama personal de Leva, al tiempo que Eva se va despojando de su prejuicios y se rebela contra un destino impuesto. Es increíble que, mediante elipsis, intuiciones y leves indicios, se mantenga en el lector un suspense que le obliga a continuar la lectura a pesar de la manifiesta escasez de acción del relato. De otra parte, cierto tono poético en el monólogo interior de la protagonista ayuda a mantener un tono emotivo muy alejado de la aparente austeridad prosaica.

    De la historia trasciende no sólo el arraigo y la pertenencia a la tierra. También la capacidad del ser humano para adaptarse a las situaciones más adversas. Una resiliencia que provoca la empatía de la protagonista y por extensión la nuestra.

    Para terminar, me gusta Jesús Carrasco porque es uno de esos escritores que busca la complicidad del lector. Le invita a la reflexión, lo involucra en rellenar los huecos del relato o excita su fantasía en los desenlaces. Quien valore esto no dejará de leer la novela.     

1 comentario:

  1. Yo también quedé impresionada para bien con "Intemperie" y de ahí que comprara y leyera "La tierra que pisamos" en cuanto estuvo a la venta. Has expresado muy bien lo que implica la obra y no puedo nada más que darte la razón en todo cuanto expresas en este comentario. Saludos

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