En los ambientes literarios predomina una idea, casi un axioma, que podría formularse así: “La condición previa de todo escritor es ser antes un buen lector”. Jorge Luis Borges lo demostró y su compatriota el hispano-argentino Andrés Neuman (1977) parece que no le va a la zaga. Su notable
erudición es sin duda fruto de
la lectura y le permite destacar como autor polifacético en poesía, narrativa,
ensayo, traducciones y artículos de prensa, con una más que notable producción
y un abundante reconocimiento en premios conseguidos entre la juventud y su
actual madurez. En particular, la novela que hoy comento supuso su consagración
literaria a los 32 años. Otra característica del escritor es su versatilidad
temática y estructural. Antes de ésta, leí otra de sus novelas, Hablar solos
(2012) y puedo asegurar que el único nexo en común entre las dos es el
particular estilo de prosa poética que despliega en su narrativa.
El viajero del siglo (2009) es una novela completa y
compleja, con varios planos temáticos, abundante en simbolismo, rica en
reflexiones de todo tipo y en la profundidad psicológica de los personajes.
Pero a pesar de lo dicho es de fácil lectura porque, como en el símil de la
cebolla que tanto me gusta, el lector puede leerla por capas y penetrarla tanto
como su curiosidad o experiencia le permita.
El libro está dividido en cinco
capítulos. Los cuatro primeros son las cuatro estaciones del año como símbolo
del ciclo vital, el quinto titulado El viento es útil representa la renovación, el dejar
atrás un pasado agotado y renacer a una nueva vida.
En cuanto al plano histórico y social se nos
propone una alternativa al tradicional concepto del presentismo histórico,
es decir, evitar juzgar al pasado con ojos del presente. Por el contrario, Neuman
nos invita a mirar al siglo XIX con nuestra mentalidad actual, no tanto
para observar los cambios, favorables o no, sino para constatar que en
demasiados aspectos no hemos evolucionado tanto.
La primera mitad del libro se centra
en la ficticia ciudad de Wandernburgo, sometida a un lento pero continuo
cambio en la disposición de sus calles y lugares, a la que se llega fácil, pero
se sale con dificultad. Bajo ese matiz de realismo mágico se describe a
una ciudad del norte de Alemania, católica pero rodeada de otras protestantes,
en la época que comienza la unificación de Alemania a mediados del siglo XIX.
Cada uno de los personajes secundarios representa un tipo social: el burgués
adinerado, el incipiente proletario de la primera revolución industrial, el
campesino oprimido y otros muchos. Se destaca en ellos la hipocresía social, el
orgullo de clase, el paternalismo machista y la frustración de las aspiraciones
femeninas.
En cuanto a los personajes destaca Hans,
el viajero que entiende la vida a la manera existencialista de hacerse a sí mismo
mediante el viaje continuo. Si no es el alter ego del escritor, al menos
parece reflejar todas sus opiniones en poesía, traducción, sentido de las
palabras que tienen vida propia, valores estéticos, crítica literaria y social
y bastantes más ideas, en un derroche continuo de creatividad. El organillero que nunca leyó un
libro, simboliza el viaje interior, la sabiduría que aporta la experiencia y el
conocimiento de la naturaleza. Sophie Gottlieb es la mujer cultivada
intelectualmente que intenta liberarse de la opresión patriarcal, toda una
pionera del feminismo actual. Rudi Wilderhaus es el prepotente y
adinerado burgués, orgulloso de su rango social, de ideas retrógradas y
desprecio hacia los inferiores. Álvaro Urquijo, el liberal español
exiliado da pie para comparar la evolución social y política de España y
Alemania en la misma época. Por cierto, en los apellidos alemanes de los personajes
Neuman despliega todo su potencial de humor irónico que va desde los
sugerentes hasta los más hilarantes por grotescos.
La segunda mitad del libro se centra
más en los amores entre Hans y Sophie Gottlieb. Un amor que no
comienza como es habitual con el deseo y la atracción física sino gracias a la
afinidad cultural e intelectual de los amantes. Después del cortejo idealizado
llega la consumación, descrita en ocasiones con toda la crudeza del realismo. Un
amor pasional concebido como entrega, que acepta las mutuas imperfecciones
físicas porque sigue siendo espiritual, que renuncia al “para siempre”, para aceptar el “hasta
cuándo”. En suma, el amor concebido no como vínculo contractual sino como
experiencia vital insustituible.
Naturalmente la trama se alimenta y mantiene con el conflicto, tanto el generado por los amantes como la intriga que mantienen algunos personajes secundarios. En esta novela, Neuman renuncia a la habitual dosis de maniqueísmo en el tratamiento de los personajes como forma de destacar las contradicciones del alma humana. Los más negativos tienen en ocasiones rasgos de sensibilidad y emotividad, mientras que los mejor tratados sacan a relucir su egoísmo o sus pequeñas vanidades.
Para terminar, la literatura es un continuo fluir de ideas de las que se han nutrido evolutivamente los escritores a lo largo de la historia. Desde la Odisea, el viaje como experiencia vital se viene repitiendo en multitud de autores que se enriquecen con los matices que los anteriores aportaron al tema. En el caso de este libro encuentro dos fuentes de inspiración. Una muy clara es Los Buddenbrook de Thomas Mann, otra bastante más sutil es Ana Karénina de León Tolstói. Al señalarlas no pretendo estar en lo cierto, ni tampoco menospreciar esta gran novela, pero sí enlazar con la idea del principio. En este caso la gran erudición lectora de Andrés Neuman. Un escritor que, a la vista de lo ya leído, recomendaré siempre.
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