A menudo en las entradas he mostrado mi reticencia hacia los best seller, pero también
mi opiniones sobre la elección de una lectura, que muchas veces está determinada
por impulsos hasta cierto punto arbitrarios. Algo de esto último me ha ocurrido
con la novela Cincuenta sombras de Grey, de la escritora británica Erika L. James, cuya campaña
promocional ha llegado hasta la televisión.
Se ha dicho de ella que ha vendido más copias que la serie de Harry
Potter, que es un claro ejemplo de marketing viral, es decir, de
difusión boca a boca a través de las redes sociales. Se ha calificado de novela
erótica que aborda el tema de las fantasías de sumisión y se destaca su gran éxito
entre mujeres norteamericanas de mediana edad al tiempo que los psicólogos
tratan de explicar su aceptación por un público mayoritariamente femenino en
base a su edición inicial como libro electrónico (privacidad), o las teorías
más peregrinas como el peso de la responsabilidad que supone la asunción del
poder por parte de las mujeres
emancipadas, y que la libertad podría
ser para ellas una carga. En fin, me
parece absurdo entrar en esas cuestiones pero lo cierto es que el entorno mediático
aportaba cierto morbo y me dejé arrastrar por la curiosidad. Ahora me arrepiento
de mi elección, pero la lectura es como la propia vida, no siempre se elige
bien.
En mi opinión la obra es una mezcla de
novela rosa o sentimental con novela erótica, y en ambos aspectos fracasa
estrepitosamente. De la primera, mal llamada también novela romántica ( no
confundir con el estilo literario), porque es una historia de amor que
reproduce el tradicional mito de
Cenicienta y el príncipe, personificados en una joven e inexperta estudiante
pobre que se enamora a primera vista de un rico empresario algo mayor que ella,
enérgico, culto, de gustos refinados y algo perverso. Si la historia es de lo
más convencional, en su desarrollo aparecen todos los tópicos posibles
relacionados con el éxito considerado desde la óptica de la sociedad de consumo;ropa y coches de lujo, helicóptero y avión privado, deportes caros, mujeres accesibles
etc. Como es natural, con estos condicionantes la chica queda deslumbrada por
la personalidad del galán.
En cuanto al carácter erótico de la
novela conviene destacar que el erotismo y el porno son dos aspectos de la sensualidad y la
sexualidad a menudo separados por una fina línea fácil de traspasar. El erotismo
sugiere, oculta parcialmente y crea así expectación y tensión sensual, mientras
que lo porno muestra claramente y apela al sexo. En las artes audiovisuales es más fácil distinguir
entre estas dos facetas, pero en literatura es ciertamente más difícil
expresar mediante el lenguaje las sutilezas que diferencian ambos aspectos o puntos de vista. Desde luego
esta novela no consigue ser erótica. Las escenas de sexo están narradas de forma demasiado
explícita hasta el punto que algún crítico la ha calificado como “porno
blando”. Además, el protagonista exhibe en la cama un lenguaje chulesco y crudo
que pretende reforzar la impresión de dominación pero que en realidad resulta
bastante vulgar.
Con todo la obra podría ser aceptable y entretenida,
aunque bastante previsible, si no
fuera por la calidad literaria que es francamente deplorable.
El lenguaje abunda en frases hechas que se repiten con insistencia, del tipo de
“se me eriza el vello” , “me tiemblan las piernas” o “siento
mariposas en el vientre”, también en
onomatopeyas como “¡Uau¡” y frases
admirativas como ¡¡ menudo cochazo¡¡
y cosas por el estilo. La protagonista femenina narra la historia en primera
persona que en este caso no consigue una
mayor proximidad del lector sino que pone de manifiesto lo pueril de los
pensamientos de la misma. En los frecuentes monólogos interiores dialoga con su
subconsciente y con su propio deseo
sexual a los que personifica. A este último
lo llama de forma cursi y repetitiva “la
diosa que llevo dentro”. Los personajes se comunican y dialogan a menudo
mediante email carentes de interés que parecen más bien un recurso de la autora
para rellenar páginas.
La
trama argumental recuerda en bastantes puntos al film “Nueve
semanas y media” (1986) de Adrian
Lyne, pero ambas están a años luz de distancia. Esta si era una buena
película erótica y la escena del striptease
de Kim Basinger bailando una canción
de Joe Cocker, ingenuo y sensual al
mismo tiempo, es ya antológica en la historia del cine.
En
fin, no dejo de maravillarme del éxito de esta novela. Ante el mismo la autora
declaró en su momento la intención, después cumplida, de ampliarla con otras
dos que formaron una trilogía, pero ante el final de ésta que deja en suspenso
la historia en una especie de “continuará”, resulta claro que la intención de
editarla por entregas fue previa al éxito comercial.
Yo
por mi parte aplicaré el dicho de: “como
muestra bien vale un botón”. Con
este ya he tenido bastante y pienso ahorrarme los otros dos libros que forman la
trilogía.
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