Respecto
al teatro, entendido no como arte escénico sino como género literario, siempre tuve una duda y es si merece la pena leer un texto esencialmente
ligado a su representación sin la cual resulta incompleto. Planteada la
cuestión como interrogante parecería tener a
priori una respuesta fácil ya que un libro resulta muy accesible en
tanto que el teatro representado no lo es tanto. Opino que la respuesta debería ser doble, según la obra
que consideremos. En el caso del teatro clásico, más o menos hasta Shakespeare
y nuestros autores del Siglo de Oro, se da un predominio del texto sobre la
escenificación, con largos monólogos que pretenden reflejar las ideas y las
pasiones de los personajes junto a
frecuentes metáforas, alegorías, y alusiones mitológicas. En este tipo
de teatro una lectura pausada nos puede ayudar a comprender mejor la riqueza en
matices del texto que, a menudo, pueden quedar ocultas en la representación. Un
caso extremo de este grupo son las tragedias de Séneca, de tal densidad
conceptual en monólogos y diálogos que se dice de ellas que eran leídas en público pero nunca fueron representadas por su dificultad y sin embargo forman parte importante de la producción del filósofo estoico. En cuanto al teatro contemporáneo y actual, la cuestión
es bien distinta. Frente a la interpretación declamatoria que enfatiza las
emociones, propia del teatro clásico, se tiende ahora a una actuación natural,
con diálogos sencillos de frases cortas
que el actor refuerza con técnicas corporales y el estudio de la psicología del
personaje para recrearlo en la escena. Al mismo tiempo los avances en escenificación en cuanto a decorados, tramoya, iluminación,
y sonido, complementan eficazmente la
actuación y nos sugieren de forma
intuitiva aspectos y matices no explícitos en unos textos que se han
simplificado. Este segundo tipo de teatro es el que pierde mucho con la lectura
y un buen ejemplo es la obra que comento hoy, “Lázaro en el laberinto”, tan
abundante en acotaciones sobre decorado y efectos especiales de luz y sonido que
suponen más de la mitad del texto. Es
aquí donde la obra literaria se nos
queda corta y echamos de menos la representación.
Antonio Buero Vallejo (1916-2000) es
probablemente el dramaturgo español más destacado del pasado siglo. Intelectual
comprometido en su juventud con posiciones políticas republicanas, por
ello al terminar la guerra civil fue
condenado a pena de muerte aunque se le
conmutó in extremis por la de cárcel. Cumplida la misma no se exilió y obtuvo su primer éxito teatral en 1949 con “Historia de una escalera”.
A partir de entonces desarrolló una
abundante producción en su mayor parte
durante la dictadura franquista. Sufrió el acoso de la censura que
prohibió varias de sus obras y quizás
por esto escondió en las mismas la
crítica social y política tras una cortina de simbolismos y toda clase de
sutilezas. Uno de sus recursos fue el drama histórico que le aportaba modelos y
contextos históricos llenos de significaciones y fácilmente extrapolables al presente
de aquella época. Recuerdo en particular
uno de estos dramas, “El sueño de la razón”, ambientada en 1823
durante el terror represivo decretado por Fernando VII contra los liberales.
Asistí a la representación de esta obra en mi ciudad a finales de los 60 y aún
recuerdo los acalorados y emotivos aplausos del público que percibía claramente
el paralelismo y alusión velada a los excesos de la dictadura.
Buero
Vallejo trata en sus obras los dramas sociales y éticos que afectan al
individuo y sus personajes son con frecuencia seres angustiados por sus limitaciones y carencias.
En Lázaro
en el laberinto el personaje central
está atormentado por los
remordimientos relativos a un hecho dramático de su pasado y esto da pie para
reflexionar sobre la hipocresía, el dolor y
la alteración de la memoria como forma de soslayarlo. El tema
central es la verdad, el miedo a la
misma y la necesidad de que ésta prevalezca
como forma de redención final.
En
resumen, una obra teatral a cuya representación
asistiría con gusto pero de menor interés como lectura por las razones mencionadas al
comienzo. Fue estrenada en Madrid el 18
de diciembre de 1986.
No hay comentarios:
Publicar un comentario