Nunca
dejaré de lamentar la escasa publicidad que
en nuestra ciudad recibe la cultura. En general la oferta no es
abundante, hay que decirlo, pero la desidia de las instituciones, la pobreza de
medios, o cualquier otra causa que desconozco, impiden una amplia difusión de los pocos actos
que se programan. Digo esto porque ayer, por casualidad y gracias al boca-oído, tuve la suerte de enterarme y asistir a un
interesante recital de guitarra. Estaba incluido en un ciclo de conciertos que
los docentes del Conservatorio provincial está ofreciendo esta primavera
en el Paraninfo de esta institución, la antigua iglesia de un convento jesuita; uno de esos tópicos pero acertados “marcos
incomparables”, con sus estucos decorativos que evocan el estilo
renacentista de Vandelvira en la Sacristía de la Catedral. Quizás por desconocimiento o por desinterés la asistencia
de público fue escasa, unas quince personas, con ausencia
casi total de alumnos, y esto parece grave teniendo en cuenta que el
concierto era en su propia escuela. No
me arrepentí de ser uno de esos
pocos asistentes y pude disfrutar de una
estupenda velada musical.
También
es tópico decir que la guitarra es un instrumento muy nuestro, pero es
verdad. No sé si sus acordes los
llevamos inscritos en nuestro genoma cultural, en esas raíces profundas de
nuestra tradición, pero lo cierto es que suelen tocar a menudo nuestra fibra
sensible hasta emocionarnos.
El
programa del concierto fue monográfico dedicado
a un compositor actual, el
sevillano José María Gallardo del Rey,
un guitarrista clásico con profundas
influencias del flamenco en muchas de sus composiciones. Al músico, el profesor
Antonio José Manzano, tuve
ocasión de oírlo no hace mucho como guitarra solista en una interpretación del Concierto
de Aranjuez y, como entonces, su
ejecución fue más que notable, virtuosa y brillante en muchos momentos.
Comenzó con un
arreglo del mencionado compositor sobre
una tocata barroca, y una suite que recrea este mismo estilo musical del
XVIII. Le siguieron otras composiciones, unas con inspiraciones melódicas de
tipo oriental y sefardí, y otras que evocaban claramente sones americanos, quizás cubanos. Poco a poco las
piezas que siguieron, sin abandonar el clasicismo, fueron incorporando ritmos
del flamenco claramente identificables, aires de bulerías, ritmos de tango y
rumba, evolucionando así desde el frio virtuosismo académico de las primeras
piezas hasta estas más apasionadas y
sensuales, más nuestras. En una de ellas se hizo acompañar por un percusionista que imitaba el taconeo
flamenco como contrapunto rítmico
En fin,
un concierto sorprendente no sólo por
inesperado sino por la elegancia y belleza de las composiciones y la calidad de
la interpretación.
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