Mi afición por la música clásica viene de antiguo. Como suele acontecer con los neófitos, comencé por el barroco y desde ahí mis preferencias evolucionaron hacia otros estilos posteriores en un recorrido casi histórico del que he segregado y excluido la moderna atonalidad, un estilo musical que no termino de comprender ni sentir. La ópera fue otra de mis exclusiones iniciales. Sobre este tipo de música tuve unos cuantos prejuicios referentes a su carácter elitista y a cierta minusvaloración del canto y la voz humana como instrumentos musicales. Los mantuve durante algún tiempo, con esa tenacidad y osadía tan típica de la ignorancia juvenil, pero los he superado finalmente, y ahora soy un entusiasta de este tipo de representación por lo que tiene de espectáculo completo que integra música, teatro, coros, danza, y escenografía, en un conjunto armónico y grandioso. Sí aun seguimos imputando a la ópera un cierto elitismo no es en razón de aquellas minorías aristocráticas, más o menos cultas, que la disfrutaron otrora, sino a la complejidad y altos costes de producción que tradicionalmente exigieron su representación en los teatros destinados a tal efecto, pocos y de reconocido prestigio, pero escasamente accesibles para amplios sectores del público aficionado. Por eso es de agradecer la iniciativa de compañías itinerantes que, en sus giras por las provincias, difunden las obras más famosas de la operística y ayudan a mantener la afición al género y renovarla en las nuevas generaciones. Una de éstas es la Compañía Ópera 2001 que anualmente produce una o dos de estas representaciones y de nuevo ha recalado en nuestra ciudad para ofrecernos una de las obras más famosas del repertorio lírico.
La Traviata (1853) es quizás la ópera más conocida y popular de Giuseppe Verdi. Y sin embargo su estreno, ese año, en La Fenice de Venecia fue un rotundo fracaso que los críticos actuales justifican por dos razones. En primer lugar el personaje principal de la cortesana libertina, un tema algo escabroso para la hipócrita doble moral burguesa que imperaba en esa época. La segunda razón tiene que ver con una innovación ya que era la primera vez que una ópera de Verdi no estaba basada en grandes hechos del pasado o tragedias teatrales sino en un drama realista ambientado en su propio tiempo, y por tanto con trajes y escenografía contemporánea, y esto al parecer no gustó al público, más acostumbrado a la dramatización histórica.
En cuanto a la ficha técnica recordaré que se trata de una ópera en tres actos, de dos escenas en el segundo, con libreto de Francesco Maria Piave, el libretista habitual de Verdi. Es una adaptación de la novela La dama de las camelias de Alejandro Dumas (hijo), una obra de transición, romántica por su dramatismo pero realista en su estilo e inspirada además en una relación real de este escritor con una cortesana de París, Marie Duplessis. La pareja de amantes son Armando Duval y Margarita Gautier en la novela, Alfredo Germont y Violeta Valery en la ópera, pero en aquella Armando era el personaje principal mientras que Verdi se centra en el protagonismo de Violeta por el dramatismo implícito en este personaje. La Traviata es un drama intimista que incide más en las emociones de los personajes y menos en la prostitución y los prejuicios sociales como ocurre en la novela. Los grandes temas son aquí el amor abnegado llevado hasta el sacrificio, y la muerte como expiación y purificación de la culpa.
Los tres actos reproducen el habitual planteamiento teatral de exposición, nudo, y desenlace. El primero, que representa la fiesta en la mansión de Violeta (soprano), es el más alegre y brillante, y contiene el popular pasaje del brindis (Libiamo ne' lieti calici ) de Alfredo (tenor) que terminan a dúo los dos cantantes acompañados por el coro. La culminación de este acto llega con el dúo del amor en el cual, al melodioso y emotivo sólo del tenor declarando su amor se contrapone un canto de coloratura de la soprano para destacar la frivolidad y el marcar distancias de Violeta, hasta que ambas líneas melódicas se unen en el dúo.
La primera escena del segundo acto constituye el eje dramático de la obra cuando el padre de Alfredo, Giorgio Germont (barítono) exige a Violeta que abandone a su amante y se sacrifique en aras de las convenciones sociales. Se alternan en este acto las arias o solos de barítono y soprano, en un tono que quiere expresar energía y dureza inicial pero que termina por ser emotivo. La segunda escena, el baile de carnaval, vuelve al tono festivo del inicio, contrapunto y alivio del dramatismo precedente. Los coros y el ballet tienen aquí una notable participación. Luego retorna la tensión con el reencuentro de los amantes, cuando Alfredo humilla públicamente a Violeta y recibe el rechazo de los invitados y el padre, un dramatismo apoyado en el contraste de las tres voces solistas principales reforzadas con la participación coral. Finalmente en el tercer acto se suceden las arias de la soprano en tono triste y melancólico que presiente el trágico final; la más destacada, addio del pasato, termina con una plegaria en petición a Dios de piedad para la descarriada (la traviata).
La interpretación de los solistas fue, en mi modesta opinión, bastante buena. Muy sobresaliente en la soprano vasca Ainhona Garmendia que destacó sobre el tenor, cosa normal si se entiende que su papel es el más relevante en esta ópera, y por tanto más propenso al lucimiento. Me llamó la atención la brillante interpretación del barítono italiano Paolo Ruggiero, cantante que resaltó en el segundo acto.
En fin, “una vez al año…” como se suele decir. Los aficionados a la ópera nos sentimos agradecidos por haberla disfrutado en nuestra ciudad y ansiamos un intervalo temporal algo más reducido entre futuras representaciones, sin llegar desde luego a la coletilla del refrán: “pero es cosa más sana…”. De lo bueno no conviene abusar.
Tengo que confesar que nunca he asistido a la representación de una ópera. He querido hacer un comentario a tu entrada porque, de repente, al leerla, se me han agolpado los recuerdos, pues sí que he disfrutado, en varias ocasiones, escuchando, en disco, La Traviata de “La Callas" y Alfredo Kraus en casa de mi prima Jose a la que apasionaba la ópera.
ResponderEliminarTampoco he leído “La dama de las camelias” pero, eso sí, he visto unas cuantas veces la película de George Cukor protagonizada por Greta Garbo y Robert Taylor.
Saludos.
Pues si tienes ocasión, te recomiendo que disfrutes de una en directo. Te puedo asegurar que es algo distinto a la audición en disco. Hasta la más sencilla, como es por ejemplo "Cavaleria rusticana", es espectacular por la ambientación, escenarios, y sobre todo por la dramatización teatral.
ResponderEliminarSaludos.
Saludos