martes, 8 de mayo de 2018

HISTORIA DE MAYTA. Mario Vargas Llosa


Desde sus remotos orígenes en el mundo griego, la literatura occidental osciló entre dos polos muy definidos, mito e historia, o si se prefiere, fantasía y realidad. Una polaridad en continua tensión, pero también porosa e interconectada. La cólera del mítico Aquiles que vence al prudente Héctor frente a las murallas de Troya (Iliada), cuyas ruinas excavó Schliemann. Y también el histórico Leónidas, convertido en héroe legendario de las Termópilas por Heródoto. Ese conflictivo dualismo se mantiene en la narrativa moderna. Ya en el siglo XIX, los románticos europeos justificaron e ilustraron el auge de los nacionalismos destacando los mitos y leyendas de sus países; y el realismo naturalista, que le siguió como reacción, se empeñó en describir de forma minuciosa la sociedad de su época. Frente a esa polaridad, muchos escritores del siglo XX exploraron la delgada frontera que separa ficción y realidad. En esa línea, el realismo mágico latinoamericano se caracterizó por resaltar los aspectos fantásticos e irreales que se perciben en lo real y  cotidiano.           
Mario Vargas Llosa (1936) presenta, en sus obras ambientadas en el Perú, claros matices de ese estilo literario, pero en esta novela emprende el camino contrario. Frente a los que introducen ficción en la realidad o lo histórico, pretende aquí hacer la ficción históricamente verosímil. 
La historia de Mayta (1984)  es  un puro alarde literario, muy típico del genial escritor peruano, pero, en mi opinión, de una clara intencionalidad política. Y parece que no soy el único que piensa así, porque en el prólogo de esta obra, escrito seis años después de su primera edición, el propio Vargas Llosa se defiende de los que tachan la novela de diatriba política, argumentando que su intención ha sido poner de manifiesto aquello que se le critica; según sus propias palabras: “la ambivalente  naturaleza de la ficción, que, cuando se infiltra en la vida política, la desnaturaliza y violenta…”. Y esa intención meramente literaria sería creíble si no fuera porque esta historia se escribió en medio de un contexto político muy determinado; el momento de mayor actividad terrorista del grupo peruano Sendero Luminoso (los terrucos), y cuando Vargas Llosa entraba en la política activa de su país.
Desde el comienzo mismo del relato, el escritor asume el papel de narrador y nos cuenta que se interesó por el personaje de Alejandro Mayta a tenor de una breve noticia, aparecida en un periódico, sobre una pequeña rebelión rápidamente sofocada en la sierra peruana. A continuación construye al protagonista mediante una serie de entrevistas a ficticios personajes  que lo conocieron y se relacionaron con él en distintos momentos de su vida. La novela se estructura en dos planos temporales; en 1958, momento en que ocurrieron los hechos reales, y la actualidad fijada en 1983, el momento en que se escribe la novela y se hacen las entrevistas, que permiten no sólo una visión multifocal de Mayta sino también conjeturar sobre la evolución social e ideológica de los propios entrevistados. Estos dos planos temporales se suceden en párrafos breves, sin solución de continuidad, a lo largo de toda la narración, lo cual dificulta la lectura sólo en sus comienzos. El escritor narrador mantiene diálogos con los testigos a los que aclara a menudo el carácter ficticio de la historia que está escribiendo, y al mismo tiempo parece dirigirse al lector, en un claro ejercicio metaliterario, cuando explica la técnica de elaboración.
Vargas Llosa no nos engaña; mediante indicaciones claras, y a veces sutiles, nos pone sobre aviso para detectar la ficción que predomina en el relato. Pero la perspectiva múltiple que aportan los entrevistados, en un magistral juego de espejos, nos hace verosímil la figura del protagonista, poco a poco reflejada e intencionadamente deteriorada. En efecto, Mayta evoluciona; al comienzo es un niño impresionado por la miseria que le rodea, después un joven idealista utópico, hasta que abraza el radicalismo militante comunista y se empeña en inútiles diatribas ideológicas entre troskistas y estalinistas. Por fin se implica en un activismo revolucionario predestinado al fracaso. En medio de todo aparece su homosexualidad que se destaca en escenas de una deliberada crudeza. Al final del relato, el escritor encuentra a un Mayta, que pretende ser real aunque descrito con rasgos ambiguos, y lo confronta con su propia historia ficticia. En esta nueva versión ya no es homosexual sino un pobre hombre que, tras el fracaso de la conspiración, ha sido traicionado y convertido en un simple ladrón por un sistema político que lo encarcela, acusado de robos y secuestros que parece no haber cometido.
Los pocos personajes históricos que aparecen en la narración son aludidos de forma circunstancial sin que participen de la acción, solo para reforzar la impresión de verismo. El narrador sólo se detiene en el sacerdote y político nicaragüense Ernesto Cardenal, y lo hace para destacar  sus excesos al identificar comunismo con cristianismo.
No obstante, en el lado positivo, el relato adquiere un claro matiz social  cuando denuncia la pobreza del pueblo en los barrios marginales de Lima y su carácter de lumpen sometido a toda clase de abusos, o el hacinamiento y la miseria de las cárceles peruanas. Merece también destacarse en la obra  una estructura narrativa circular, cuando comienza y termina describiendo la suciedad y fealdad del barrio limeño de Miraflores, que no cambia con el paso del tiempo, quizás una metáfora del inmovilismo social y político.
Para terminar, una obra estupenda en cuanto a estilo literario, en ese aspecto quizás de las mejores del autor. Un exquisito juego dialéctico entre realidad y ficción que envuelve al lector en una maraña de dudosas certezas e invenciones verosímiles. Pero en el fondo, una novela claramente tendenciosa desde el punto de  vista ideológico. No me extraña que recibiera críticas y que sea uno de sus títulos menos valorados por el público lector. Un intelectual de la talla de Vargas Llosa no necesita poner su genialidad literaria al servicio de la ideología política. Y la democracia, como se vio en su momento, a veces no recompensa políticamente a un gran escritor. Espero que ahora, cuando de nuevo suenan para él las trompetas de la política y su seductora música, no vuelva a caer en la tentación. Amén 


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