Se acerca
la Semana Santa y, como en años anteriores, las distintas agrupaciones
musicales de nuestra ciudad se afanan en programar conciertos,
amparados en el patrocinio de distintas instituciones culturales. Es una buena
costumbre que esperemos se convierta en tradición. Menudean pues en esta época las
audiciones de Misas de Réquiem, versiones del Stabat Mater y
otras piezas de música sacra.
En
esta semana hemos asistido a uno de esos conciertos, organizado por la Universidad, que me ha sorprendido gratamente por un programa original en
cuanto a las piezas interpretadas, bien diseñado en la oportuna selección de
compositores y muy esmerado en la presentación del evento. En la parte coral ha sido
interpretado por el Coro de la Universidad de Jaén apoyado por el Coro
Santo Reino y en la parte instrumental por la Ensemble de la
Orquesta de la misma universidad, un cuarteto de cuerda integrado por dos
violines, viola y violonchelo.
Un acierto ha sido el integrar a dos
compositores, muy diferenciados en cuanto a notoriedad, pero coetáneos y unidos
por un mismo estilo, el clasicismo. El primero es Joseph Haydn (1732-1809), máximo representante, junto a Mozart,
del periodo clásico. Conocido como el padre de la sinfonía y del cuarteto de
cuerda por sus aportaciones en ambos géneros. El segundo es uno de los
compositores más desconocidos de la música española, el asturiano Ramón Garay (1761-1823) que fue
durante 36 años maestro de capilla de la Catedral de Jaén y compuso aquí sus
principales obras, principalmente música sacra, pero también diez sinfonías muy
inspiradas por el compositor austriaco cuyas piezas musicales se habían difundido ampliamente por Europa, conocidas y admiradas por nuestro compositor local.
Como otros músicos del XVIII, ha sido rescatado del olvido, en parte gracias a
los trabajos de investigación de varios académicos de nuestra universidad. Fruto
de ese esfuerzo son las dos piezas que se ejecutaron en la primera parte del
programa, inéditas e interpretadas por vez primera en tiempos modernos.
Eran dos
secuencias de música sacra. La primera, Lauda Sion, compuesta
para el domingo de Resurrección. La segunda, Victimae Paschali Laudes,
para la fiesta del Corpus. La sequentia es un himno litúrgico que se
cantaba entre el Gradual y el Evangelio. En principio precedía al Aleluya,
que en la evolución de la composición musical terminó siendo recitado al final
de la misma. Su estructura estaba basada en grupos de dos estrofas. En el caso
de las secuencias de Garay, estuvieron cantadas por dos solistas,
tenor y contratenor, a los que daban la réplica el coro y el
acompañamiento instrumental del cuarteto de cuerda hasta finalizar con el Aleluya.
La interpretación de los solistas y la agrupación coral fue notable. Me
interesó sobre todo la del contratenor, la más aguda entre las voces
masculinas, tanto que en el XVIII se encomendaba a los castrati porque
se asimila a la de un niño o mujer. Actualmente no abundan los cantantes en
esta tesitura y la interpretan habitualmente tenores. En fin, el contratenor
tuvo una intervención destacada. A su lado la réplica del tenor en las estrofas
sonaba por comparación como barítono.
En la
segunda parte se interpretó Las siete
últimas palabras de Cristo en la cruz (1787). Joseph Haydn era el
músico de moda en esa época y su fama llegó hasta Cádiz. Es una obra de encargo
hecho por el Oratorio de la Santa Cueva para ser interpretada en Viernes
Santo. Fue compuesta originalmente para una pequeña orquesta, pero el autor
hizo posteriormente otras dos versiones, una para coro y otra para cuarteto de
cuerda, y esta última fue la interpretada en nuestro concierto.
La obra
está precedida por una introducción y le siguen siete sonatas,
correspondientes a las siete palabras interpretadas en un tempo lento (adagio,
largo y grave) como corresponde al dramatismo y gravedad de las
frases. Por contra, la composición termina con una pieza llamada El
terremoto, expresión de la intervención divina del Padre tras la muerte de
Cristo, que se interpreta de forma rápida e intensa (presto e con tutta la
forza). La obra fue brillantemente interpretada por el primer violín, que
representa la voz de las palabras, con el contrapunto y réplica del segundo
violín y el refuerzo armónico de viola y violonchelo, en general todos con una
destacada actuación. Cada una de las sonatas estuvo precedida por dos
recitadores que, tras las palabras en latín, desde pater, dimite illis…
hasta consummatum est…, recitaron poesías de poetas de nuestro Siglo de
Oro, alusivas a las mismas. A esto me refería cuando hablaba de la esmerada
presentación.
En resumen, un concierto original por
ser obras inéditas o poco interpretadas, al menos en nuestra ciudad.
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