miércoles, 3 de abril de 2019

LLUVIA FINA. Luis Landero


Luis Landero (1948) es un escritor poco prolífico, nueve novelas y alguna obra más en treinta años, pero se ha convertido en una de las figuras esenciales de la narrativa española actual. La crítica ha reconocido su calidad literaria y la profunda penetración en el retrato psicológico de sus personajes. Se dio a conocer con la primera novela, Juegos de la edad tardía (1989). Le siguieron otras que han consolidado su fama y merecido muchos premios literarios. Esta que comento hoy es la última y me ha gustado tanto como la primera. Son las dos únicas que he leído de este autor. Reconozco en ambas su estilo tan personal y el recurrente análisis de los conflictos del alma humana, la indagación en la insatisfacción y frustraciones de sus personajes y en la manera de evadirse de ellas, que van desde la inocente fantasía al autoengaño. También detecto diferencias entre las dos obras y sus protagonistas, porque Gregorio Olías, en Juegos de la edad tardía, intenta superar su mediocridad desdoblándose en Faroni, una figura surrealista no exenta de rasgos humorísticos; en cambio los personajes de esta última novela parecen recrearse en sus rencores sin solución. Si ambas obras destilan un cierto pesimismo vital, la primera era, de alguna forma, ilusoria y luminosa y esta última más dramática y sombría. No sé, en qué medida pueda significar esto una evolución anímica del escritor.
Lluvia fina (2019) afronta la dificultad de las relaciones familiares. Una amalgama de experiencias de infancia y juventud que, tergiversadas por la memoria, condicionan nuestra personalidad. Recuerdos que duelen y sirven para justificar los fracasos personales. Olvidos parciales que alivian el sentimiento de culpa.
En el primer capítulo, un narrador en tercera persona expone la idea directriz que trasciende la historia y será reiterada en el último: que las palabras y los relatos nunca son inocentes porque recogen impresiones, conjeturas y sueños que la memoria modifica y una vez expresados verbalmente conforman una nueva realidad, reconstruida a base de mentiras y medias verdades. Un relato, una nueva verdad que no es inocente porque a menudo tiene una finalidad redentora o expiatoria que intenta liberarnos de nuestra responsabilidad. 
Al comienzo el narrador omnisciente nos presenta a los personajes de la trama argumental. Una familia, madre viuda y tres hijos, Sonia, Andrea y Gabriel. También a Aurora, la cuñada, una mujer que sabe escuchar, tolerante y receptiva a las confidencias de los demás, que poco a poco se vislumbra como la protagonista principal. Gabriel prepara y convoca a la familia a una fiesta en el ochenta cumpleaños de la madre. A partir de ahí se multiplican las voces narrativas en continuos diálogos telefónicos entre los hermanos y las confidencias de estos con Aurora, considerada por todos neutral, a la que explican distintas versiones de los mismos hechos.
En el marco de este enfoque narrativo múltiple, el relato se desarrolla de forma circular porque desde el presente de esa anunciada fiesta, se retrotrae a los recuerdos del pasado, configurando así la historia familiar. A medida que avanza la narración aumenta en dramatismo, desde los pequeños rencores entre hermanos hasta la cruda descripción de los traumas personales, en ocasiones de un naturalismo impactante. Por fin se retorna al presente, al cumpleaños, hasta el desenlace brusco y sorprendente, aunque un poco forzado y dudosamente creíble.
En ese juego de relatos cruzados, el narrador omnisciente (o el escritor) peca de cierto maniqueísmo porque concede a algunos personajes la posibilidad de desmentir o justificarse ante las versiones de los demás, mientras que a otros se la niega. Esa imposibilidad es manifiesta con la madre, un personaje que parece evocar La casa de Bernarda Alba. Más aún en el caso de Horacio, primer marido de Sonia, por más que sea una figura aborrecible.
En fin, Luis Landero es todo un maestro en ese subgénero narrativo conocido como novela psicológica y con ésta lo demuestra una vez más. Un libro estupendo, aunque su realismo y dureza produzcan cierto desasosiego. Porque en nuestras propias relaciones familiares casi todos tenemos pequeñas cuentas pendientes del pasado, quizás no tan dramáticas pero que están ahí, en el fondo de la memoria, tergiversadas, como un sedimento profundo que amenaza con aflorar a la superficie en un relato que nunca es inocente.  

4 comentarios:

  1. Efectivamente un relato nunca es inocente como dice el autor, por debajo subyace la subjetividad del narrador. Yo misma dudo de que mis recuerdos ocurrieran tal y como yo los cuento, me temo que no, que algo habré trastocado, eso sí sin intención, ¿o tal vez con ella? Eso es lo que tiene la lectura que te hace dudar de todo.

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  2. Es así. Pero de la duda, incluso de nosotros mismos, nace el conocimiento y nuestra verdad más íntima. Un abrazo.

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  3. Le doy vueltas a lo de la tercera persona. Yo veo en el primer capítulo la primera persona en posesivos, verbos (nuestra, usamos), antes de cederle la voz a Aurora. No sé si más testigo que omnisciente, omnisciente aunque en primera persona... Complejo. Maravilloso.

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