La azarosa
biografía de Curzio Malaparte
(1898-1957) estuvo saturada de contradicciones. Italiano de padre alemán, su
nombre de pila era Kurt Erich Suckert, fue un personaje original y polifacético; diplomático, periodista y corresponsal de guerra, novelista, dramaturgo y
cineasta. En política pasó de ser fascista convencido, íntimo del conde Ciano,
al exilio por sus críticas a Hitler. Fue más tarde agente de enlace de
los norteamericanos, durante la invasión
de Italia en la Segunda Guerra Mundial, para terminar simpatizando con el
partido comunista al final de la contienda. Hasta su nombre literario refleja
una clara oposición entre leyenda épica (Curcio) y cínica parodia
imperial (Malaparte).
Esa vida de aparente contradicción no le desacredita como escritor, porque nadie como
él supo describir, con descarnado realismo no exento de cierta lírica, el
ambiente social en la Italia de posguerra. En el plano narrativo se le puede
considerar el pionero del movimiento cinematográfico conocido como neorrealismo
italiano.
El título
de este relato corto, El compañero de
viaje, está literalmente copiado de un cuento infantil de Hans Christian
Andersen y esto implica cierto simbolismo antagónico. En ambos el compañero
es un muerto, pero les separa la enorme distancia que media entre la fantasía
de final feliz con la cruda y trágica realidad. En el prólogo se indica que
estamos ante una obra inédita, no publicada hasta el año 2007, y que fue escrita
en 1946 como guion de una película que no se llegó a realizar. Esa intención
cinematográfica se aprecia claramente porque en algo más de treinta páginas se
desarrolla, con la necesaria economía y precisión de lenguaje, escena a escena,
una historia y el esbozo de unos personajes que emocionan al lector a pesar de
intuir que en la pantalla ganarían en intensidad dramática.
Es la
historia de Calusio un soldado alpino que, tras la derrota de su
batallón en el desembarco aliado en Calabria, emprende el viaje de retorno a su
tierra. Lleva un asno en el que carga el cadáver de su teniente, al que
prometió en vida devolverlo a su madre en Nápoles. El relato tiene resonancias
homéricas, de ahí la alusión a Scila y Caribdis y la descripción
del desembarco: “El mar está negro de naves, el cielo está estriado de alas”
que recuerda aquel otro de las naves aqueas ante las playas de Troya, en ese
ambiente épico donde unos pocos soldados, que se saben ya derrotados, defienden
un baluarte sólo por dignidad. A partir
de ahí, el superviviente Calusio inicia el viaje. Una odisea en la que
se le unen otros personajes como la huérfana Concetta o Mariaguilia
“la bergamasca”. El retorno al hogar y como objetivo el cumplimiento de
una promesa. En el camino se cruzan con todo tipo de personajes, ladrones,
estraperlistas, soldados americanos, alcahuetas y prostitutas, en escenas que
ponen de manifiesto el caos de los desplazados, la miseria y el hambre, la
supervivencia a toda costa, pero más aún, la humillación y la degradación de
los vencidos ante unos vencedores americanos benévolos pero ingenuos e
ignorantes del hundimiento moral de la población. La historia muestra además la
contraposición de valores éticos, como la generosidad, la valentía y la dignidad
encarnados en el protagonista, frente al miedo y desánimo general que se supera
en algunas escenas especialmente emotivas. Y por fin el desenlace triste e
inesperado, aunque con atisbo de esperanza futura, muy congruente con el
ambiente que el escritor pretende reflejar. Pocos años después describiría con
mayor amplitud ese mismo ambiente en La piel (1949) su novela más
famosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario