jueves, 18 de junio de 2020

LAS SEIS JORNADAS/LA CORTESANA. Pietro Aretino

Frente a los grandes escritores del renacimiento italiano, o precursores de ese nuevo estilo, tales como Petrarca, Dante, Boccaccio o Castiglione, la crítica literaria siempre consideró a Pietro Aretino (1492-1556) como un autor menor. Aún recuerdo que, en los textos didácticos de mi bachiller, tras el nombre de aquellos autores se citaba el título de sus obras más significativas, Divina Comedia, Decamerón o El Cortesano, junto a breves reseñas de las mismas. Por el contrario, nuestro autor de hoy era apenas un nombre en la cola de aquella nómina que había que memorizar. Y es que el escritor de Arezzo (Aretino) siempre fue considerado, por su vida y su obra, como un autor maldito, o al menos a contracorriente de las tendencias literarias de su época.
El autor toscano fue hijo de un zapatero y una prostituta, un origen humilde del que nunca se avergonzó. Se puede decir que era lo que hoy entendemos como un hombre hecho a sí mismo. Después de unos años de estudios de pintura y literatura en la universidad de Perugia acudió a Roma donde, gracias a su inteligencia, consiguió el mecenazgo del banquero Agostino Chigi y el cardenal Julio de Médicis. A partir de entonces alcanzó fama de escritor satírico con sus libelos (Pasquinadas) y fue llamado “flagelo de príncipes” por sus críticas hacia obispos y grandes personajes de la política italiana. Por esa razón era protegido por aquellos que querían quedar a salvo de su afilada pluma y odiado por los que no lo consiguieron. Ocupó cargos bajo algunos pontífices como León X o Clemente VII y tuvo que exiliarse en tiempos de Adriano VI, motejado por Aretino como la “tiña alemana”. Finalmente, la fama de pícaro y libertino, junto a sus Sonetos lujuriosos inspirados en unos grabados pornográficos, le trajo problemas. Un intento fallido de asesinato lo obligó a exiliarse a Venecia que en aquel entonces tenía fama de ciudad disoluta. Allí siguió publicando sus escritos hasta su muerte por causa de la entonces llamada apoplejía.
El presente volumen recoge dos de sus obras más conocidas. Las Seis Jornadas también llamada Ragionamenti (razonamientos) es una obra en prosa con forma de diálogo. Trata de las charlas que la cortesana Nanna mantiene con su compañera de profesión, Antonia, con su hija Pippa y con una alcahueta, a lo largo de seis días que dividen los seis libros. En los tres iniciales se discute sobre el mejor estado para la mujer, religiosa, casada o cortesana. El primero es una descarnada crítica de dos vicios de los religiosos, la lujuria y la gula. El segundo reúne historias sobre las penalidades de las casadas pero también sobre descarados adulterios y e ignorantes cornudos. El tercero trata sobre las ventajas de ser cortesana. En la cuarta jornada Nanna ofrece a Pippa los mejores consejos para aprovechar su belleza y juventud a fin de enriquecerse a costa de los mejores amantes, obispos, banqueros y nobles. La quinta es un diálogo sobre las malas pasadas que los hombres hacen a las mujeres, infidelidades y traiciones ilustradas con historias a veces míticas, como la de Dido y Eneas. A propósito de un caso se describe con bastante detalle el Saco de Roma de 1527 por las tropas imperiales, que recuerda por su crudeza y atrocidades aquel otro saqueo de Constantinopla en 1204 por los cruzados. Por fin en la sexta jornada una comadre ilustra a Nanna sobre las técnicas de la alcahuetería.
El ambiente de los relatos refleja la corrupción de la sociedad romana, el nepotismo y la compra de cargos eclesiásticos, la venalidad de los funcionarios, la lujuria de obispos y clérigos en una ciudad atestada de prostitutas, el derroche de los nobles, la ausencia de valores morales etc. Nada debe extrañar que, como repulsa a esta situación, se produjera la reforma protestante de Lutero. Las historias se cuentan en un tono más pornográfico que erótico a veces rayando en lo escatológico. Las metáforas alusivas a los órganos sexuales o al coito se pueden contar por cientos mientras que están casi ausentes las alusiones míticas tan frecuentes en los escritores renacentistas. Formando parte de comparaciones, positivas o negativas, aparecen multitud de nombres propios de personajes de la época. Su identidad nos la aclaran las notas al margen y en ellas identificamos a los protectores o a las víctimas del escritor.
Otra característica, que se repite en la siguiente obra, son las digresiones sobre la cuestión lingüística. En ese momento, el humanista Pietro Bembo trazó un paralelismo entre el estilo depurado de Cicerón como modelo de la lengua latina y Petrarca (poesía) y Boccaccio (prosa) como modelos a imitar en la creación de una lengua italiana unificada a partir del lenguaje toscano. Ese modelo fue seguido por muchos humanistas, pero encontró en Aretino un enemigo acérrimo. Nuestro escritor era partidario de una lengua más libre a partir del toscano vivo, pero sin renunciar a variaciones dialectales o incluso populares cuando lo requiere la ocasión. En sus comentarios al margen, tacha la lengua de Petrarca y a sus seguidores de pedantes y alejados de la realidad social.
La Cortesana es una parodia de El Cortesano de Baltasar de Castiglione. Tiene el formato de comedia de bastantes actos y multitud de escenas cortas que rompen las tradicionales unidades de acción, tiempo y lugar por lo que sería de difícil representación teatral y fácil versión actual al cine. Cuenta dos historias paralelas, la de un noble de provincias que pretende un cargo en Roma y la de un cortesano romano obsesionado por el amor de una cortesana. Los amos burlados y los criados burladores nos recuerdan los temas argumentales de la antigua comedia romana, la fábula palliata, pero también a la novela picaresca española.
Para terminar, un clásico interesante y bastante desconocido que nos sorprenderá por su audacia y su crítica mordaz si sabemos ubicarlo en su contexto histórico sin escandalizarnos por ciertas ideas que actualmente nos parecen claramente misóginas.


Pietro Aretino. Por Tiziano


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