La sátira
tiene su origen en la cultura grecolatina. En el mundo griego se pueden
encontrar antecedentes remotos de la misma, pero fueron los escritores romanos
quienes la consolidaron como un subgénero literario típicamente latino. Ennio
(239-169 a.C) fue el primero en entenderla como un poema didáctico que trataba
sobre una miscelánea de temas. Pero fue Lucilio (148-102 a.C) el
auténtico creador de la sátira (satvura) como un poema con clara
intención de crítica social. Horacio (65-8 a.C) y Persio (34-62
d.C) cultivaron y dieron su forma definitiva a esta especialidad literaria. Sin
embargo, la historia de la literatura reconoce a Juvenal como el
satírico latino más famoso, no sólo porque su obra se ha conservado casi
íntegra, también porque supo unificar en un todo coherente los recursos
estilísticos que ya habían aportado los autores antes citados.
Poco se conoce sobre la vida de Décimo
Junio Juvenal. Por alusiones en sus escritos podemos deducir que vivió
entre los imperios de Domiciano y Adriano, es decir, finales del siglo I d.C a
principios del II. Sabemos que fue amigo del poeta Marcial, quién lo cita en su
obra, y alumno del retórico Quintiliano, ambos autores de origen hispano.
Las Sátiras agrupan a dieciséis de ellas, divididas en cinco libros.
Son poemas escritos en hexámetros
dactílicos, una composición métrica típica de la poesía épica y didáctica
grecolatina cuya sonoridad no se basa en la rima sino en la combinación de sílabas
cortas y largas, es decir en el ritmo poético. Los expertos en latín podrán
apreciarlos mejor en la cuidada edición bilingüe de Cátedra, que añade además
un extenso estudio académico preliminar y abunda en notas aclaratorias.
La obra en su conjunto nos muestra una
crítica feroz de la sociedad romana de la época y sus vicios. Se añoran las
virtudes y la austeridad de la primitiva era republicana frente a la
degeneración, el lujo y el despilfarro de la sociedad imperial. Llama la
atención esa crítica precisamente en el momento de mayor poderío político y
militar, durante el reinado de los llamados buenos emperadores, Trajano y
Adriano, que llevaron al imperio a su máxima extensión territorial. Aunque
quizás no deba extrañarnos, porque la historia demuestra que incluso en su
máximo apogeo todos los imperios contienen las semillas de su futuro ocaso.
La mayoría de las sátiras están
escritas en segunda persona porque el escritor se dirige a distintos
interlocutores, cuyos nombres se citan, que habitualmente permanecen callados
ante el monólogo del autor y solo en contadas ocasiones participan en cortos
diálogos. Abundan en el texto las frases interrogativas, en su mayoría
retóricas. En cuanto a los recursos literarios utilizados, podemos encontrar desde
el aparente enfado (indignatio) que
refuerza la crítica, pasando por la ironía y el sarcasmo hasta la parodia y la
burla cuyo objeto no es el humor sino el agresivo ataque de la realidad que se
censura con dureza (vituperatio).
Los temas que se tratan son muy
variados, entre otros los que se citan a continuación: El deterioro de las
relaciones entre patronos y clientes por la avaricia de los primeros. Roma como
ciudad inhabitable por el insoportable ruido de la urbe, la inseguridad frente
a robos y asesinatos y los riesgos de vivir en bloques de pisos (ínsulas) mal construidos, que se
derrumban o incendian con facilidad. La extrema crítica a los vicios de las
matronas romanas. La miseria de literatos y artistas por la escasez de
mecenazgo. La corrupción moral de la nobleza. La homosexualidad pasiva. La
degeneración de las costumbres impuestas por griegos y helenizados. La avaricia
y prevaricación de los magistrados que saquean la riqueza de las provincias.
Los excesos gastronómicos de los libertos enriquecidos. Crítica de los aduladores
cazatestamentos y de los delatores que proliferaron en los reinados de Nerón y
Domiciano.
En general las sátiras tienen un gran
valor como fuente histórica porque aportan importantes datos sobre la sociedad
romana y los usos sociales. No obstante, no deben ser aceptadas en su
literalidad por la utilización continua de la hipérbole. Tampoco ofrecen un
retrato completo de todas las capas sociales (plebeyos, esclavos, mujeres) sino
solo de las élites nobiliarias a las que se dirigen.
Si enjuiciamos las opiniones de Juvenal bajo nuestra actual escala de
valores podremos detectar aspectos negativos como misoginia, xenofobia y homofobia. Debemos pues distanciarnos del relato y aplicar el filtro de la
histórica evolución cultural, sin añadir a los prejuicios del escritor latino
los nuestros propios.
Aunque Juvenal no fue muy apreciado en su época, su obra fue conservada y muy
valorada hacia el siglo IV en el bajo imperio, sobre todo por los apologistas
cristianos a los que convenía destacar los vicios de la sociedad pagana. Su
influencia se transmitió en la Edad Media y posteriormente fue inspiración de
muchos escritores, entre ellos cabe citar a nuestro mejor poeta satírico, Francisco de Quevedo.
Como curiosidad final destacaré que
muchas frases y expresiones contenidas en estas sátiras ha pasado a nuestro
acervo cultural y son citadas con cierta frecuencia por los oradores políticos
y el público en general, traducidas o no. Algunos ejemplos: “panem et circenses”, “rara avis”, “mens sana in corpore sano”.
En resumen, un clásico indispensable
para los aficionados a la historia y cultura latina de la cual somos herederos.
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