Cuando repasamos la corta biografía literaria de Jöel Dicker (1985) confirmamos que se trata de un caso de extraordinaria precocidad. En efecto, con sólo 35 años ha editado ya cinco novelas, dos de ellas galardonadas con importantes premios literarios. En particular, la que hoy nos ocupa ha recibido el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa y ha sido un best seller con traducción a 35 idiomas.
La especialidad de este escritor suizo
francoparlante es la novela policiaca, y con La verdad sobre el caso de Harry Quebert (2012) pienso que ha
rizado el rizo - dicho esto en sentido positivo - en cuanto a originalidad y
complejidad y de ahí su fulgurante éxito.
Cuando avanzamos en la lectura y llegamos al nudo
argumental podemos comprobar que se ajusta al esquema tradicional del género,
es decir, sospechas alternativas sobre distintos personajes y esperamos que en
el desenlace la culpabilidad recaiga en el menos previsible. La originalidad
aquí radica en varios giros finales e inesperados que, sin resultar
inverosímiles, sorprenden y desorientan al lector. Joël
Dicker rompe también con otra imagen que se ha impuesto en los últimos
años, sobre todo en los escritores suecos. Me refiero a esos inspectores de
apariencia mediocre y algo depresivos, con importantes problemas personales o
familiares, en claro contraste con los tipos duros de la novela negra anterior.
El protagonista y narrador de nuestra historia es Marcus Goldman al que podemos considerar un alter ego del propio escritor por sus claras similitudes
autobiográficas. Es autor de éxito, aunque en horas bajas, e investiga por
amistad hacia su amigo y profesor Harry
Quebert al que todas las pruebas señalan como culpable.
No es mi intención extenderme en la
sinopsis del relato por el riesgo, tantas veces señalado y temido, de hacer
revelaciones que arruinen el desenlace y la lectura. Sí puedo decir que la
trama se desarrolla en tres planos temporales bien datados. 1975, con la
desaparición de la joven de 15 años Nola
Kellerman. 1998 cuando el narrador, Marcus
Goldman, conoce a su profesor y luego amigo, Harry Quebert. Y 2008, año en que nuevas y decisivas pruebas
convierten la desaparición en un caso de asesinato. La trama está salpicada de
continuos flashback entre esos tres
planos sin que por ello resulte una lectura difícil.
Otra originalidad de la novela
consiste en las continuas referencias meta-literarias cuando al principio de
cada capítulo, a modo de prefacio, se exponen los consejos del profesor al
alumno sobre la escritura de una buena novela policiaca, que por cierto suelen
relacionarse con el desarrollo argumental de dicho capítulo. La sensación que
producen es que Harry Quebert
aconseja a Goldman como escribir su
historia que es además una historia de amor con cierta inspiración en la Lolita de Nabokov.
La novela tiene otros muchos aspectos
destacables. Entre ellos citaremos la crítica al exigente mundo editorial que
por contrato impone clausulas abusivas
que obligan a los autores a presentar un número determinado de títulos en un
tiempo fijado. Se alude al conocido como “síndrome
de la hoja en blanco” cuando un escritor sufre un periodo de nulidad
creadora, y los conflictos que esto crea en el ambiente competitivo de las
editoriales. En otro orden de cosas, destacaré el fiel reflejo del ambiente
social en las pequeñas ciudades de Nueva Inglaterra durante la década de los
70.
En fin, se trata de una muy buena
novela policiaca cuyo éxito está perfectamente justificado. Es entretenida y
muy recomendable.
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