sábado, 8 de agosto de 2020

ANTÍGONA. Sófocles

    

       Leí por primera vez Antígona hace muchos más años de los que me gustaría admitir. El libro formaba parte de mi primera colección, también una de las primeras de libros de bolsillo que se editaron en nuestro país, con encuadernación rústica y a precios muy populares. Era el volumen nº 35 e incluía otras dos obras de Sófocles (496-406 a.C), Ayax y Edipo Rey. Dado mi interés juvenil por la épica y mitología, resultaba lógico explorar la tragedia griega cuyos temas principales se inspiran también en los grandes mitos, si bien la dimensión psicológica de los personajes es mucho más importante en ésta. No sólo leí esas tres, que nunca he visto representadas, sino muchas más, casi todas las conservadas de los tres grandes dramaturgos del siglo V a.C, Esquilo, Sófocles y Eurípides, tan importantes que merecían capítulo aparte en nuestra educación literaria de bachiller. No obstante, fue Antígona la que más me impresionó sin que entonces pudiera dilucidar las razones de esa predilección. Por este motivo he vuelto a leerla y ahora, con mejor criterio, creo que puedo entenderlas mejor.

     Es de todos conocidos que en la tragedia griega los protagonistas se enfrentan a un destino fatal por causas misteriosas, por errores propios y a veces por el mero capricho de los dioses. La mujer griega, poco considerada social o políticamente, fue a menudo protagonista principal de estas obras teatrales. Cada una de ellas personificaba un arquetipo femenino, pero en sus acciones o entre los rasgos de carácter destacaban los negativos, aquellos que la conducían a la ruina. Medea, la hechicera, personifica la fuerza, pero traiciona su padre, mata por celos a una rival y asesina a sus propios hijos. Electra mata a su madre, Clitemnestra, y a su amante Egisto, en venganza por el asesinato de su padre, Agamenón, a manos de éstos. Fedra alimenta un amor incestuoso hacia su hijastro Hipólito y, rechazada por él, lo acusa falsamente ante su padre TeseoAntígona se diferencia claramente de todas las heroínas anteriores. No hay nada perverso en su carácter y sus acciones. Por el contrario, es la virtud de la piedad, el deber religioso de honrar a sus hermanos muertos, lo que provoca su desgracia.

   No importa resumir el argumento de la tragedia de Sófocles porque lo importante en ella es el marcado carácter pasional de los personajes y su discurso. Eteocles y Polinices, dos príncipes tebanos hijos de Edipo, se enfrentan, al mando de sus ejércitos, en una lucha civil a las puertas de Tebas y ambos perecen en la batalla. El tío de ambos, Creonte, se proclama tirano y mediante un decreto dispensa honras fúnebres de héroe al vencedor, Eteocles, mientras prohíbe, bajo pena de muerte, enterrar al vencido Polinices para que su cadáver sea alimento de las alimañas.  Las hermanas de los príncipes se enfrentan de forma desigual al abusivo decreto. Ismene representa la sumisión tradicional de la mujer griega y no se atreve a contravenir las órdenes, pero Antígona se rebela y entierra al desgraciado hermano. Detenida por ello alega con gran decisión las razones por las que ha violado el decreto, que no son otras que la supremacía de las costumbres y las leyes religiosas sobre las leyes civiles.  O dicho en términos actuales, el predominio de la justicia sobre la legalidad vigente, sobre todo cuando ésta última es producto del orgullo de una sola persona, el tirano. Creonte, a pesar de la opinión contraria del pueblo (coro) que pide clemencia para Antígona, o el consejo del adivino ciego Tiresias que ha explorado en los augurios el malestar de los dioses, decide matar a Antígona sin derramar sangre real (sacrilegio), enterrándola viva en un subterráneo para morir por inanición. La condena es aceptada con valentía por Antígona que se ofrece como víctima de la injusticia tiránica. Creonte se arrepiente después de su decisión, pero ya es tarde, la muerte de la heroína provoca como consecuencia el suicidio de su hijo y de su mujer. También aquí Sófocles se aparta del final tradicional. No son los dioses ni el destino los que provocan la tragedia sino las decisiones equivocadas y el orgullo de los humanos.

    En la obra es imposible no apreciar ciertos sutiles paralelismos con nuestra historia reciente; guerra civil, tiranía y legalidad tiránica, honra funeraria de los caídos vencedores y olvido de los vencidos. En la actualidad Antígona nos sigue recordando la necesidad del entierro digno de éstos. Ese es su carácter de mito universal. Por eso me impresionó entonces y ahora su rebeldía y valentía. El mayor elogio posible, según la antigua mentalidad griega lo hace su enemigo, Creonte, cuando en un aparte admira el carácter de Antígona calificándolo de fortaleza varonil. Gracias a esta tragedia, y después de veinticinco siglos, sabemos que esa virtud no es exclusiva de un género. 

 

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