Es de
todos conocidos que en la tragedia griega los protagonistas se enfrentan a un
destino fatal por causas misteriosas, por errores propios y a veces por el mero
capricho de los dioses. La mujer griega, poco considerada social o
políticamente, fue a menudo protagonista principal de estas obras teatrales.
Cada una de ellas personificaba un arquetipo femenino, pero en sus acciones o
entre los rasgos de carácter destacaban los negativos, aquellos que la
conducían a la ruina. Medea, la hechicera, personifica la fuerza, pero
traiciona su padre, mata por celos a una rival y asesina a sus propios hijos. Electra
mata a su madre, Clitemnestra, y a su amante Egisto, en venganza
por el asesinato de su padre, Agamenón, a manos de éstos. Fedra alimenta
un amor incestuoso hacia su hijastro Hipólito y, rechazada por él, lo
acusa falsamente ante su padre Teseo.
Antígona se diferencia claramente de todas las heroínas
anteriores. No hay nada perverso en su carácter y sus acciones. Por el
contrario, es la virtud de la piedad, el deber religioso de honrar a sus
hermanos muertos, lo que provoca su desgracia.
No importa resumir el argumento de la tragedia de Sófocles porque lo importante en ella es el marcado carácter pasional de los personajes y su discurso. Eteocles y Polinices, dos príncipes tebanos hijos de Edipo, se enfrentan, al mando de sus ejércitos, en una lucha civil a las puertas de Tebas y ambos perecen en la batalla. El tío de ambos, Creonte, se proclama tirano y mediante un decreto dispensa honras fúnebres de héroe al vencedor, Eteocles, mientras prohíbe, bajo pena de muerte, enterrar al vencido Polinices para que su cadáver sea alimento de las alimañas. Las hermanas de los príncipes se enfrentan de forma desigual al abusivo decreto. Ismene representa la sumisión tradicional de la mujer griega y no se atreve a contravenir las órdenes, pero Antígona se rebela y entierra al desgraciado hermano. Detenida por ello alega con gran decisión las razones por las que ha violado el decreto, que no son otras que la supremacía de las costumbres y las leyes religiosas sobre las leyes civiles. O dicho en términos actuales, el predominio de la justicia sobre la legalidad vigente, sobre todo cuando ésta última es producto del orgullo de una sola persona, el tirano. Creonte, a pesar de la opinión contraria del pueblo (coro) que pide clemencia para Antígona, o el consejo del adivino ciego Tiresias que ha explorado en los augurios el malestar de los dioses, decide matar a Antígona sin derramar sangre real (sacrilegio), enterrándola viva en un subterráneo para morir por inanición. La condena es aceptada con valentía por Antígona que se ofrece como víctima de la injusticia tiránica. Creonte se arrepiente después de su decisión, pero ya es tarde, la muerte de la heroína provoca como consecuencia el suicidio de su hijo y de su mujer. También aquí Sófocles se aparta del final tradicional. No son los dioses ni el destino los que provocan la tragedia sino las decisiones equivocadas y el orgullo de los humanos.
En la obra es imposible no apreciar ciertos sutiles paralelismos con nuestra historia reciente; guerra civil, tiranía y legalidad tiránica, honra funeraria de los caídos vencedores y olvido de los vencidos. En la actualidad Antígona nos sigue recordando la necesidad del entierro digno de éstos. Ese es su carácter de mito universal. Por eso me impresionó entonces y ahora su rebeldía y valentía. El mayor elogio posible, según la antigua mentalidad griega lo hace su enemigo, Creonte, cuando en un aparte admira el carácter de Antígona calificándolo de fortaleza varonil. Gracias a esta tragedia, y después de veinticinco siglos, sabemos que esa virtud no es exclusiva de un género.
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