jueves, 21 de enero de 2021

EL BESO DE LA MUJER ARAÑA. Manuel Puig

     Si después de leer esta novela repasamos, aún de forma somera, la biografía del escritor argentino Manuel Puig (1932-1990) encontraremos concentrados en ella rasgos, ideas y obsesiones que lo definieron como persona y son elementos inspiradores de la misma. Homosexual plenamente asumido, muy influenciado por el psicoanálisis y el existencialismo (Sartre). Obsesionado por el cine desde la infancia, fue guionista y director frustrado, y en literatura se le reconoce como innovador por la introducción en su narrativa  de algunas técnicas cinematográficas.

    A pesar de lo dicho, la que posiblemente sea su mejor novela, El beso de la mujer araña (1976), no me parece una obra autobiográfica, aunque la trama ficcional parezca intensamente infiltrada por la psicología del autor.

    En la descripción del argumento, creo que será un resumen adecuado citar la sinopsis de contraportada: “Durante la dictadura militar argentina, un activista político [Valentín Arregui] y un homosexual [Luis Alberto Molina] comparten la celda de una cárcel bonaerense. Para paliar la soledad y el continuo miedo a la tortura, ambos presos conversan largamente. Mientras el activista político rememora su pasado y fantasea sobre su futuro, el homosexual se aferra a una realidad diferente, romántica y soñadora”. Solo Añadiré que Valentín representa la racionalidad encaminada a la acción y Molina es todo sentimiento y emotividad, el hombre que desea ser mujer.

    En los primeros capítulos se traza un profundo y definido perfil psicológico de los personajes, que evolucionan y cambian conforme avanza la relación entre ambos mientras la trama prosigue hacia un desenlace que, aunque previsible, no presentimos del todo.

    No me interesa extenderme más en los entresijos del relato. Solo diré que es intimista y sentimental con tendencia al melodrama. En cuanto a la posible intencionalidad política, o reivindicativa de la homosexualidad, me parecen aspectos secundarios. No obstante, durante la dictadura militar la novela fue prohibida en Argentina por esos motivos.

    Quiero centrar mi comentario en cuestiones estructurales de cierta originalidad, bien porque aluden a los gustos estéticos del escritor o por actuar como refuerzo de algunas ideas que me parecen trascendentes en la obra. Me refiero a la indefinición, la ambigüedad e incluso la duplicidad que anidan, casi ocultas, en el alma humana.

    Todo el relato - exceptuando algunos párrafos en cursiva a modo de monólogo interior – es un diálogo continuo de los protagonistas, por lo que más que una novela parece el guion de una película. De hecho, su versión a la pantalla fue dirigida por el argentino Héctor Barbenco en 1985, se compuso un musical para Broadway del mismo título y el propio autor la tradujo al teatro, algo que no debió suponer gran esfuerzo en mi opinión.

    Casi toda la acción se desarrolla en el interior de una celda, escenario único y muy teatral. Molina la compara con una isla que paradójicamente aísla y protege de los peligros del exterior al tiempo que favorece la unión física y espiritual de los protagonistas. Para matar el tiempo Molina cuenta a Valentín una serie de películas, algo que asociamos a las Mil y una noches. Unas son de terror, la primera es real, El beso de la mujer pantera (1942) de Jack Tourneur y otra, La vuelta de la mujer zombi, es ficticia pero mezcla de otras dos reales, White zombi (1932) y I walked whit a zombie (1943).  En ambas el terror no es explícito, sino que la tensión está precisamente en lo que no se ve; sombras en la oscuridad y otros efectos visuales o auditivos, en resumen, lo indefinido como amenaza, la ambigüedad o la duplicidad de la mujer zombi o pantera. Precisamente el beso de ésta última sirve al final como paralelismo con el de la mujer araña.  Todas las demás películas son ficticias tales como Destino, una de propaganda nazi en la que la protagonista Leni Lamaison tiene un sorprendente parecido con Leni Reifenstahl, una actriz y cineasta alemana, figura controvertida por su colaboración con el nazismo, pero auténtica innovadora en técnicas cinematográficas. En otras predomina el tono melodramático; amores imposibles, tríos amorosos, sacrificio femenino adobado con tangos y boleros. En la respuesta y comentarios de Valentín a las películas se puede apreciar su evolución. Desde la crítica inicial de los aspectos sociales de las mismas hasta una progresiva identificación con los elementos estéticos y emotivos del argumento.

    Otro aspecto a destacar son las notas al texto que, lejos de aclarar o definir palabras o sentido de frases, son auténticas y extensas digresiones que rompen los diálogos y nos introducen en trabajos de la escuela freudiana acerca de la homosexualidad. De nuevo una de las influencias de Manuel Puig, y de nuevo lo indefinido y lo ambiguo, porque frente a unos estudios que explican causas y consecuencias se presentan otros que los desmienten o defienden teorías contrarias.

    En cuanto al estilo, el texto abunda en modismos y arcaísmos del castellano argentino, con diminutivos típicos del mismo que en ocasiones refuerzan la dulzura y emotividad de los comentarios. Sirva este ejemplo, “sirvientita” por “sirvienta”, que alivia y da cariño a un oficio con cierta connotación humillante.

    Concluyendo. Estamos ante una buena novela, cruda en ocasiones, pero sobre todo emotiva y también triste. Con algunos elementos originales en estilo y estructura que han sido objeto de análisis bastante más profundos que los míos. Algunas publicaciones han incluido esta novela entre las 100 mejores en lengua castellana. Yo no diría tanto, pero todo es cuestión de gustos.

 

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