A pesar de lo dicho, la que
posiblemente sea su mejor novela, El beso de la mujer araña (1976), no
me parece una obra autobiográfica, aunque la trama ficcional parezca
intensamente infiltrada por la psicología del autor.
En la descripción del argumento, creo
que será un resumen adecuado citar la sinopsis de contraportada: “Durante la
dictadura militar argentina, un activista político [Valentín Arregui] y
un homosexual [Luis Alberto Molina] comparten la celda de una cárcel
bonaerense. Para paliar la soledad y el continuo miedo a la tortura, ambos
presos conversan largamente. Mientras el activista político rememora su pasado
y fantasea sobre su futuro, el homosexual se aferra a una realidad diferente,
romántica y soñadora”. Solo Añadiré que Valentín representa la
racionalidad encaminada a la acción y Molina es todo sentimiento y
emotividad, el hombre que desea ser mujer.
En los primeros capítulos se traza un
profundo y definido perfil psicológico de los personajes, que evolucionan y
cambian conforme avanza la relación entre ambos mientras la trama prosigue
hacia un desenlace que, aunque previsible, no presentimos del todo.
No me interesa extenderme más en los
entresijos del relato. Solo diré que es intimista y sentimental con tendencia
al melodrama. En cuanto a la posible intencionalidad política, o reivindicativa
de la homosexualidad, me parecen aspectos secundarios. No obstante, durante la
dictadura militar la novela fue prohibida en Argentina por esos motivos.
Quiero centrar mi comentario en
cuestiones estructurales de cierta originalidad, bien porque aluden a los gustos
estéticos del escritor o por actuar como refuerzo de algunas ideas que me
parecen trascendentes en la obra. Me refiero a la indefinición, la ambigüedad e
incluso la duplicidad que anidan, casi ocultas, en el alma humana.
Todo el relato - exceptuando algunos
párrafos en cursiva a modo de monólogo interior – es un diálogo continuo de los
protagonistas, por lo que más que una novela parece el guion de una película.
De hecho, su versión a la pantalla fue dirigida por el argentino Héctor
Barbenco en 1985, se compuso un musical para Broadway del mismo título y el
propio autor la tradujo al teatro, algo que no debió suponer gran esfuerzo en
mi opinión.
Casi toda la acción se desarrolla en
el interior de una celda, escenario único y muy teatral. Molina la compara
con una isla que paradójicamente aísla y protege de los peligros del exterior
al tiempo que favorece la unión física y espiritual de los protagonistas. Para
matar el tiempo Molina cuenta a Valentín una serie de películas,
algo que asociamos a las Mil y una noches. Unas son de terror, la
primera es real, El beso de la mujer pantera (1942) de Jack Tourneur
y otra, La vuelta de la mujer zombi, es ficticia pero mezcla de otras
dos reales, White zombi (1932) y I walked whit a zombie
(1943). En ambas el terror no es
explícito, sino que la tensión está precisamente en lo que no se ve; sombras en
la oscuridad y otros efectos visuales o auditivos, en resumen, lo indefinido
como amenaza, la ambigüedad o la duplicidad de la mujer zombi o pantera.
Precisamente el beso de ésta última sirve al final como paralelismo con el de
la mujer araña. Todas las demás
películas son ficticias tales como Destino, una de propaganda nazi en la
que la protagonista Leni Lamaison tiene un sorprendente parecido con Leni
Reifenstahl, una actriz y cineasta alemana, figura controvertida por su
colaboración con el nazismo, pero auténtica innovadora en técnicas
cinematográficas. En otras predomina el tono melodramático; amores imposibles,
tríos amorosos, sacrificio femenino adobado con tangos y boleros. En la
respuesta y comentarios de Valentín a las películas se puede apreciar su
evolución. Desde la crítica inicial de los aspectos sociales de las mismas
hasta una progresiva identificación con los elementos estéticos y emotivos del
argumento.
Otro aspecto a destacar son las notas
al texto que, lejos de aclarar o definir palabras o sentido de frases, son
auténticas y extensas digresiones que rompen los diálogos y nos introducen en trabajos
de la escuela freudiana acerca de la homosexualidad. De nuevo una de las
influencias de Manuel Puig, y de nuevo lo indefinido y lo ambiguo,
porque frente a unos estudios que explican causas y consecuencias se presentan
otros que los desmienten o defienden teorías contrarias.
En cuanto al estilo, el texto abunda
en modismos y arcaísmos del castellano argentino, con diminutivos típicos del
mismo que en ocasiones refuerzan la dulzura y emotividad de los comentarios.
Sirva este ejemplo, “sirvientita” por “sirvienta”, que alivia y
da cariño a un oficio con cierta connotación humillante.
Concluyendo. Estamos ante una buena
novela, cruda en ocasiones, pero sobre todo emotiva y también triste. Con
algunos elementos originales en estilo y estructura que han sido objeto de
análisis bastante más profundos que los míos. Algunas publicaciones han
incluido esta novela entre las 100 mejores en lengua castellana. Yo no diría
tanto, pero todo es cuestión de gustos.
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