miércoles, 13 de enero de 2021

LAS UVAS DE LA IRA. John Steinbeck


 

La definición de clásico literario es siempre imprecisa y sujeta a controversia, pero creo que podemos considerar a Steinbeck como un clásico de la literatura norteamericana del siglo XX. A los que tenemos cierta edad nos siguen gustando títulos como De ratones y hombres,Al este del Edén y La perla o sus correspondientes versiones cinematográficas. Y por supuesto la novela que hoy comento, considerada como su mejor obra y todo un clásico porque trasciende su época y el lector puede ver reflejadas en sus páginas conflictos que son universales y extrapolables a otros similares de plena actualidad.

       Se me ocurre ahora, salvando las barreras de tiempo y lugar, comparar a John Steinbeck (1902-1968) con nuestro Benito Pérez Galdós. Ambos escritores son representantes de un realismo de alto contenido social. Sí al último se le negó el Nobel de Literatura por el boicot de los sectores más conservadores de la sociedad española, a Steinbeck se le concedió en 1962 a pesar de la oposición de la crítica literaria norteamericana que trató de desprestigiarlo, entre otras cosas por su apoyo a la política progresista del New Deal de Roosevelt.

          En Las uvas de la ira (1939) el autor se hace eco de un fenómeno social del que fue testigo directo ya que trabajó en varias granjas de California, su tierra natal. Se trata de la emigración forzosa de miles de pequeños agricultores del medio oeste, arruinados por la sequía y los efectos perversos del capitalismo tras la Gran Depresión del 29. Su destino era la fértil California, donde los cultivos de frutas y vegetales precisaban de mucha mano de obra. La vía de emigración fue la famosa ruta 66 que comenzaba en Chicago y atravesaba el país por llanuras, montañas y desiertos hasta llegar a California. Los estados más afectados fueron Kansas, Arkansas, norte de Texas, Nuevo México y Oklahoma. De este último, el despectivo nombre de okies que los californianos dieron en general a estos emigrantes pobres.

            La novela cuenta la historia de los Joad, una de esas familias de campesinos arruinados por la sequía y expulsados de sus tierras por desahucio de los bancos. Desde Oklahoma emprenden el largo viaje hacia el oeste en busca de trabajo como peones. Un viaje que tiene mucho de odisea, épica y trágica a un tiempo, pero que adquiere las dimensiones de éxodo bíblico hacia la Tierra Prometida si lo insertamos en la epopeya de miles de otras familias que los acompañaron.

          La historia está contada por un narrador omnisciente en tercera persona y trascurre de forma casi lineal en el tiempo, porque junto a los capítulos que narran el drama de los protagonistas se alternan otros que desenfocan a la familia para centrarse en las causas y consecuencias de aquel proceso migratorio en general y su conclusión en California, cuando se derrumban las falsas ilusiones de trabajo digno y los okies se ven enfrentados a la más dura explotación. Precisamente el título de la novela refleja la desesperación de los que se encuentran acorralados por el infortunio. Una rabia peligrosa que amenaza con la rebelión: “en las almas de las personas las uvas de la ira se están llenando y se vuelven pesadas, cogiendo peso, listas para la vendimia”.

          En el aspecto descriptivo, la novela es de un realismo descarnado y duro. Nos parece sentir la aridez de la tierra y las tormentas de polvo que sucedieron en aquellos años a la sequía, un fenómeno natural conocido como Dust Bowl (cuenco de polvo).

          La familia Joad que emprende el camino incluye tres generaciones a las que se suma Jim Casy, un antiguo predicador que ha perdido la fe. El carácter y la psicología de los personajes se define por sus actos, de forma austera y profunda. El padre, agobiado por la responsabilidad de buscar el sustento de los suyos y destrozado por las desgracias, se va hundiendo progresivamente lo cual obliga a la madre, auténtica alma de la familia, a asumir el liderazgo apoyada por su hijo Tom, más razonable, sereno y resolutivo ante la adversidad. Las desgracias y pérdidas se suceden durante el viaje y sufren la separación de algunos de sus miembros. Al final la tierra prometida no es tal y han de afrontar la explotación laboral y el miedo y rechazo de los lugareños.

          La historia de los Joad no es sensiblera, no emociona en el sentido compasivo. Más bien nos irrita la injusticia y nos conmueve la solidaridad de los desposeídos. En resumen, el ser humano capaz de dar lo peor y lo mejor de sí mismo.

          Algunas reflexiones del narrador, a modo de digresión, resultan interesantes. Así la que razona sobre el origen de las revoluciones: “la necesidad crea el concepto, y el concepto la acción”. O aquella otra que explica como los pioneros americanos arrebataron las tierras de California a los mejicanos. Un relato exento de cualquier traza de patrioterismo.

          El final, un tanto desconcertante, queda abierto a la interpretación del lector. Algunos han querido ver la sugerencia de colectivización como alternativa a la explotación capitalista de la tierra. Otros dicen que el gesto final de la hija, Rose of Sharon, simboliza la regeneración. En suma, una gran novela que nos hace pensar. Parafraseando la frase de la Vulgata: “Nihil novum sub sole”, recordamos que el desprecio al emigrante, lo que ahora llamamos xenofobia, no es nada nuevo bajo el sol y que está en nuestras manos superar el miedo y dar respuestas más solidarias.

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