No soy un lector sistemático en cuanto a leer inmediatamente los libros que adquiero, así que muchos de ellos quedan postergados durante meses o incluso años en mi biblioteca. Esto se acentúa en el caso de las colecciones y por ese motivo hace tiempo que renuncié a ellas. Para rescatar del olvido algunos títulos, suelo revisarlos con cierta periodicidad y ahora encontré éste, en una de aquellas colecciones que se editaban a precios económicos para ser adjuntadas a la prensa dominical, en este caso bajo el epígrafe general de Aventuras. Lo primero que incitó mi curiosidad fue ver incluido en este subgénero narrativo a Oscar Wilde, junto a otros escritores bastante más paradigmáticos del mismo como Julio Verne o Jack London. Lo segundo, comprobar que no se trataba de la típica novela de aventuras sino de una antología de sus mejores cuentos.
Oscar Wilde (1854-1900)
nació en Dublín, justo un siglo antes que yo, y murió como Moisés ante la
Tierra Prometida, sin llegar a pisar el nuevo siglo que auguraba mayor respeto
frente a la intolerancia y rigidez de la hipócrita moral victoriana. Conoció el
más rotundo éxito como poeta, dramaturgo y autor de cuentos, y sufrió el
escándalo, el repudio social, la cárcel y una muerte prematura en la
indigencia. Hoy en día es reconocido como un clásico moderno y es uno de mis
escritores favoritos desde que leí cuando era joven El retrato de Dorian Gray
y quedé impresionado por la elegancia de su escritura.
La crítica ha considerado al autor
anglo-irlandés como uno de los fundadores del esteticismo, un movimiento
artístico que surge en Inglaterra a finales del XIX, junto a otros en Francia
como el simbolismo y el decadentismo. Todos ellos aparecen como reacción al
naturalismo y a la tendencia materialista en la literatura europea. En particular
el esteticismo predica: “el arte por el arte”, y en palabras del propio Wilde:
“todo arte es más bien inútil”, es decir, alejado de toda utilidad
social o moral. En definitiva, el predominio de la estética sobre la ética. Estoy
bastante de acuerdo con muchas de estas afirmaciones porque sí bien es cierto
que la literatura me educó en valores humanos, ahora, en mi madurez, la
experiencia me ha enseñado que la moral evoluciona con el tiempo mientras que
la belleza es intemporal. El propio Wilde no hubiera sufrido hoy lo que
tuvo que padecer por su homosexualidad, mientras que sus libros siguen siendo
admirados y convertidos en obras clásicas.
La presente antología está integrada
por cinco de sus mejores cuentos, los que le dieron fama inicial. Todos ellos
escritos en ese estilo elegante tan propio del escritor, salpicado de fino
humor irónico que deja entrever una aguda crítica a la aristocracia victoriana.
Tras la lectura, la impresión, quizás subjetiva y arriesgada, es que Wilde
me parece el último de los escritores románticos, totalmente fuera de época, o si
se prefiere, un neorromántico. Y es que en sus relatos encontramos la
sensibilidad y muchos de los temas de aquel movimiento, aunque libres de toda
exaltación gracias a la inteligencia escéptica del escritor.
Ya en El retrato de Dorian Gray
se trata un tema romántico, el pacto diabólico de Fausto. En estos relatos
encontramos el ambiente gótico y la trama detectivesca en El fantasma de
Canterville y El crimen de lord Arthur Savile respectivamente, ambos
de clara inspiración romántica (recordar los relatos de E.A.Poe) si bien
tratados en tono de parodia y concluidos en frases o situaciones ingeniosas que
hacen pensar en lo oculto o en el doble sentido. En el primer relato, el
fantasma de un viejo castillo inglés se empeña inútilmente en asustar a los
nuevos propietarios, una familia de ricos burgueses americanos de mentalidad
materialista y descreída. Del fracaso lo salva Virginia, la hija, que se
presta a cumplir una profecía en lo que parece un triunfo del amor sobre la
muerte. En el segundo, un quiromántico augura a lord Arthur Savile que
se convertirá en un asesino. Como está enamorado de su prometida Sybil y
próximo a la boda, se empeña en cumplir la profecía antes de su matrimonio lo
cual le llevará a situaciones grotescas. Es la predestinación y la burla del
destino.
El tercer relato, El retrato de Mr.
W.H es también de ambiente detectivesco. Dos amigos, eruditos en la obra de
Shakespeare, a partir de un retrato falsificado se empeñan en probar o
desmentir una teoría: que el joven actor Willie Hughes pudo ser el
inspirador de los sonetos del dramaturgo, al estilo de Antinoo,
inspirador e icono artístico del emperador Adriano. Aquí si estamos ante
un relato claramente esteticista porque está plagado de alegatos sobre la
prevalencia del arte en frases como esta: “es preferible ser hermoso a ser
bueno”.
Los dos cuentos finales, El
príncipe feliz y El ruiseñor y la rosa son por la emotividad y
sensibilidad, los más puramente románticos. Ambos terminan de forma trágica y
de los dos se desprende una moraleja, la bondad y el sacrificio mal
recompensados con la ingratitud. De nuevo una crítica del amor y la belleza
derrotados por el utilitarismo como idea imperante a final del siglo XIX.
Concluyendo, poco más que decir. Leer
a Wide nunca defrauda, y en el caso de sus cuentos es un alegre motivo
de evasión de los malos momentos que padecemos.
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