Desde que puedo recordar, siempre he sentido un gran interés por las palabras de ahí mi afición a la lectura, aunque no puedo aclarar que fue primero en esa relación de causa-consecuencia. Durante mi primera infancia, en los tebeos de épicas aventuras medievales, me intrigaba el significado exacto de términos como alfeñique, malandrín o badulaque, aunque los intuía como insultos hacia los malvados moros. Con mi primer diccionario escolar sufrí, como otros muchos niños, la desilusión de encontrar la definición gallina joven cuando buscaba el significado de una de aquellas palabras que inocentemente llamábamos picardías. En el bachiller me interesó mucho la etimología, el origen de muchos términos de nuestro idioma en las lenguas clásicas y el árabe. Por fin, durante el curso de mis estudios de medicina, esos conocimientos me resultaron útiles porque a base de prefijos y sufijos griegos y latinos se podían definir muchas enfermedades y síntomas.
Con el tiempo he llegado a entender que las
palabras, como los humanos que las creamos, tienen un ciclo vital. Nacen o
derivan de otras, como hijos que definen nuevos conceptos. Evolucionan en su
significado o semántica. Incluso se aparean (paraguas), y se reproducen y
multiplican en sinónimos. Y pueden morir por desuso o quedar momificadas en
viejos diccionarios. Algunos lingüistas aseguran que son las palabras las que
crean el pensamiento y no al revés. No estoy muy de acuerdo, pero creo que son
aquellas las que lo enriquecen y permiten la evolución de las ideas. Por todo
lo dicho se entenderá bien el interés que para mí tiene el libro que hoy
comento.
Diccionario de los sentimientos (1999), es un ensayo fruto de la colaboración del
filósofo José Antonio Marina
con la documentalista Marisa López
Penas. El primero es el autor del relato, el que analiza y sistematiza
todo el léxico en torno los sentimientos y, gracias a su faceta como pedagogo,
consigue hacer divulgativa y amena una exposición que es fruto de profundos
conocimientos en psicología, antropología, semántica, etimología y otras muchas
materias. Sobre la segunda recae la ingente tarea de recopilación del
vocabulario sentimental buceando en todos los diccionarios del castellano,
desde el siglo XVI hasta hoy.
La obra consta de un prólogo que introduce la
estructura narrativa; la exposición en capítulos con títulos sugerentes; un epílogo
que analiza las fuentes del estudio, seguido del mapa o esquema que
sistematiza todo el entramado de términos sentimentales y por fin un índice
temático. En algún momento el autor nos dice que el libro puede leerse en un
doble sentido. De principio a fin, se entiende como un relato didáctico, en
sentido contrario, desde el final, como un auténtico diccionario sistematizado.
Para dar sensación de distanciamiento y objetividad
en el relato, el escritor utiliza una técnica ya inventada por los ilustrados
del XVIII, concretamente por Montesquieu en sus Cartas persas y José
Cadalso en las Cartas marruecas. Se trata de un visitante extranjero
que hace de narrador y se extraña de las costumbres de Francia y España, en los
casos citados. Esto permite dar a la historia un tono de ironía satírica y
cierto grado de humor. En nuestro caso es un extraterrestre, Usbeck,
enviado para investigar sobre el alma humana y sólo tiene como fuente de
información los diccionarios. Estudia así los sentimientos a través del
significado de las palabras. Se extraña de la extravagancia de algunas emociones,
y de las contradicciones en otras, pero mediante este método, facilitado por la
obsesión taxonómica de los humanos, llega a comprenderlos mejor.
En los distintos capítulos se estudia el léxico en
torno a sentimientos como el deseo, la esperanza, el odio y por supuesto el
amor. Los sinónimos y antónimos se agrupan en torno de estos. El núcleo
principal es el estudio de los sentimientos en la cultura española, pero no se
renuncia a la comparación con otros pueblos. El componente etimológico de las
palabras es muy importante y nos entronca con el pasado.
El despliegue narrativo es tan extenso que resulta
muy difícil resumirlo. Si es posible extraer del relato algunas ideas
directrices. Una de ellas es el carácter pesimista del pueblo español cuyo
vocabulario es más rico en sentimientos negativos que positivos. Otra, que los
sinónimos de identidad semántica aparente no lo son en realidad, porque cada
uno de ellos introduce pequeños matices que los diferencia entre sí y los
capacita para ser utilizados en distintas situaciones. También el abundante
sentido metafórico del léxico sentimental.
En
resumen, un estupendo ensayo. Muy documentado pero didáctico y ameno. Por la
densidad de algunos conceptos, es mejor leerlo por capítulos distanciados en el
tiempo para no saturarnos. No es un
libro pensado para filólogos y otros especialistas, sino para el público en
general. No obstante, solo recomiendo su lectura a los muy interesados en las
palabras, en su significado y en su capacidad para abrir nuestras mentes a
nuevos horizontes
Para Marina, nuestra inteligencia y nuestra convivencia son lingüísticas. Vivimos entre palabras. Pensamos con palabras, gestionamos nuestra memoria con palabras, hacemos proyectos con palabras, nos entendemos o malentendemos con palabras… Las palabras son imprescindibles para una vida verdaderamente humana y cuando el lenguaje falla, la violencia aparece.
ResponderEliminarSigo a Marina y sus artículos de “El panóptico” a través de su interesante web: joseantoniomarina.net
Otra “cosilla”: cuando hago algún comentario a una de tus entradas, me dirijo a ti llamándote don Lope. Creo que, al señalar en tu perfil que “el quién no importa”, me dejo llevar por el título del blog y por el retrato de Baltasar del Alcázar que al principio pusiste en tu perfil. No sé si te gusta…
Te deseo buen verano. Un abrazo.
Que me llames con el pseudónimo no me importa. Cuando comencé en esto de internet aún desconfiaba bastante de este medio que respeta poco la privacidad de las personas. Como los programas se relacionan unos con otros por cuestiones de compra entre empresas, al final me ha quedado lo de Don Lope, y la triste figura de Baltasar de Alcázar. Por lo demás, Google sabe a pesar de todo casi todos mis datos, salvo el nombre. Todos mis amigos y conocidos saben mi identidad real, por eso no me esfuerzo en renunciar al pseudónimo. Un abrazo.
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