miércoles, 28 de julio de 2021

EL JARDINERO FIEL. John le Carré

La novela policíaca o de intriga es el subgénero narrativo que ha evolucionado en mayor medida desde su origen literario hasta lo audiovisual. Los cuentos de Edgar A. Poe, señalados como el origen del género, o las novelas de la escuela inglesa, con Agatha Christie a la cabeza, son literatura pura con todos los recursos propios de la narrativa. Con la novela negra y escritores como Dashiell Hammett o Raymond Chandler comenzó la época de las versiones para el cine, quizás porque la violencia y el naturalismo descriptivo o el flashback como recurso compartido se adaptaban bien a la acción trepidante propia del audiovisual.

Aún a riesgo de simplificar, diría que hay una tercera generación de escritores cuyas novelas se asemejan a guiones cinematográficos, y John le Carré (1931-2020) me parece el máximo exponente de esta tendencia. La experiencia como miembro del cuerpo diplomático sin duda fue decisiva en su carrera como autor de novelas de intriga y suspense. En la temática de las mismas supo aprovechar los temas de mayor interés social. Inicialmente la guerra fría con su secuela de espionaje y un protagonista arquetípico, el agente George Smiley. Después el terrorismo islámico y otros temas de candente actualidad. La mayoría de sus títulos, al menos los principales, han sido versionados a la pantalla y la novela que hoy comento no es una excepción.

Es la segunda obra que leo de John le Carré.  La primera, hace años, fue La chica del tambor (1983). La lectura de El jardinero fiel (2001) ha confirmado mi opinión sobre este prolífico y oportunista autor británico, escritor-guionista o viceversa según se quiera.

La novela aborda el tema de los abusos de las multinacionales farmacéuticas. Comienza con el asesinato, en el norte de Kenia, de Tessa Quayle, que coopera con una ONG africana. Le acompañaba el desaparecido doctor Arnold Bluhm, interesados ambos en una investigación sobre los efectos tóxicos de un fármaco que está siendo experimentado en la población africana. El protagonista es el marido de Tessa, Justin Quayle, un flemático diplomático de la embajada en Nairobi, que inicia desde ese punto una investigación particular para aclarar las incógnitas en torno a la muerte de su esposa y sus autores. La investigación le llevará a la clandestinidad por su intromisión en una complicada trama de complicidades, intereses económicos y conflictos de competencia entre la política diplomática, el espionaje y la policía.

En un continuo flashback, el protagonista rememora su vida con Tessa mientras desarrolla un largo periplo por Canadá, Alemania y Suiza en busca de pruebas, o se esconde en la casa familiar de la isla de Elba. Estos dos aspectos alargan la narración en exceso y la hacen tediosa a pesar del esfuerzo del escritor, empeñado en introducir pequeños detalles, casi siempre previsibles, que aumenten el suspense.

En general el relato carece de recursos de estilo literario si exceptuamos lo dicho. Una interesante novedad se produce cuando el narrador omnisciente alterna en el diálogo de algunos personajes las respuestas con su verdadero pensamiento, casi siempre contrario o modulador de lo dicho.

En fin, me dicen los que han visto la película, que es mucho mejor que la novela y estoy por creerlo. En general los lectores anteponemos lo literario a sus versiones audiovisuales, pero esta obra me parece una clara excepción a la norma. Y es que un relato sin estilo literario se convierte fácilmente en un guion, y en este caso me parece que la acción y la agilidad versátil de la pantalla debe superar con creces la aburrida extensión descriptiva y la confusión de planos narrativos de la novela.

        

 

 

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