El subgénero policiaco o de suspense siempre ha gozado de buena acogida entre el público. Literatura de evasión, de fácil lectura y sin pretensión trascendente que implique esfuerzo para el lector. Yo siempre recurro a este tipo de novelas intercaladas entre lecturas más profundas.
Como he leído muchas, las consideradas clásicas o las más actuales, observo ciertas tendencias en éstas últimas: Los investigadores no son ya aquellos superdotados del análisis lógico o héroes de los bajos fondos. Ahora son personas con disfunciones emocionales, familiares o sociales y con frecuencia están implicados personalmente en la trama. Quizás por motivos editoriales o económicos, el relato se extiende por encima de las trescientas páginas, lo cual obliga a retorcer en exceso el argumento y ofrecer continuos giros, a veces inverosímiles, para mantener la atención a costa de complicar lo narrado. Por último, las historias parecen escritas en previsión de una futura versión audiovisual, y es casi obligada la analepsis que se corresponderá con el flashback cinematográfico. Al mismo tiempo los capítulos se acortan tanto que no contribuyen al desarrollo de la acción, más bien parecen el plano descriptivo de una escena de cine. Estas observaciones las hago sin ánimo de sentar categorías, más bien son opiniones generales que encuentro aplicables a la novela que comento a continuación. Eva García Sáenz de Urturi
es una escritora alavesa que parece especializada en lo que ahora llaman thriller.
En este subgénero ha publicado la Trilogía de la Ciudad Blanca. Su
última novela, El libro negro de las horas (2022), parece una secuela de
ese mismo ciclo narrativo, tanto por su ambientación en la ciudad de Vitoria
como por mantener el mismo protagonista de aquellas novelas. El libro ha tenido
una buena promoción de marketing, como bien sabe hacerlo la editorial
Planeta, y pretende ser el éxito de ventas de este año, algo que puede
conseguir en el contexto de la literatura de evasión, tan solicitada siempre.
Como en otras ocasiones añadiré parte de la sinopsis promocional a modo de introducción que me permita no añadir datos que puedan arruinar el relato: “Vitoria, 2022. El exinspector Unai López de Ayala -alias Kraken- recibe una llamada anónima que cambiará lo que cree saber de su pasado familiar: tiene una semana para encontrar el legendario Libro Negro de las Horas, una joya bibliográfica exclusiva, si no, su madre, quien descansa en el cementerio desde hace décadas, morirá”.
La historia nos adentra en el ambiente de la bibliografía y los bibliófilos. El mundo de los libros antiguos y sus categorías: incunables únicos, primeras ediciones, intonsos, mútilos y fragmentarios. También de las copias facsímiles y las falsificaciones. Un restringido círculo de adeptos obsesivos, bibliófilos expertos e iniciados, de copistas, restauradores y falsificadores, dominados por el secretismo, la vanidad y la rivalidad entre ellos.
El relato se desarrolla en dos planos
temporales. El primero es tan actual que nos remite al inmediato futuro de mayo
del 2022 (meses o días antes de la publicación). El narrador protagonista es Unai,
un ex-inspector de la policía vasca que nos cuenta en primera persona la
investigación de una trama delictiva en la que está personalmente implicado
porque afecta a su propia familia. El segundo plano se localiza en 1972, cincuenta
años atrás, y nos cuenta la aventura personal de Ítaca Expósito, una
huérfana sin padres conocidos que vive en un convento de monjas de Vitoria.
Curiosamente el narrador de este último plano no parece omnisciente sino
testigo de la vida de Ítaca y parece dirigirse a ella en segunda
persona. Los dos planos se suceden, inicialmente con predominio del actual y
luego de forma alternativa, hasta unirse en el desenlace.
La
investigación avanza entre Vitoria y Madrid. Como siempre, se plantean dudas y
sospechosos iniciales mientras avanza la trama. Y también como suele ser
habitual, en el último tercio se precipita la acción a base de continuos y
sorprendentes giros. En los capítulos finales, una vez resuelto el enigma, hay
una especie de recapitulación o epílogo que termina con la cita de uno de los
poemas históricos de Constantino Cavafis, “Camino a Ítaca”.
Toda la novela está saturada de
culturalismo, es decir frecuentes alusiones históricas, filosóficas, artísticas
y culturales en general. Pero no hay que asustarse. Unas son necesarias y
justificadas por el carácter divulgativo de la novela. Otras son tan obvias que
no deberían ser explicadas, bien por conocidas del lector o en caso contrario
porque anulan su propia curiosidad investigadora, cosa bien fácil en nuestro ciberespacio
mediático. Por fin otras citas parecen ser una intencionada muestra de la
erudición de la escritora. En este campo hemos de reconocer la profusa
documentación de la novela, bien reseñada en la bibliografía final. Pero en
cuestión de erudición queda muy lejos de Umberto Eco, mi erudito
favorito.
Con lo dicho no pretendo desmerecer la
obra. Se trata en fin de una buena novela de intriga. Se lee con agrado y
mantiene la atención, aunque por su extensión no pueda leerse de un tirón. En
una lectura obligadamente discontinua y con argumento enrevesado es fácil
perder datos y por momentos el hilo de lo narrado. De cualquier forma, muy
entretenida.
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