De nuevo en nuestra Catedral se ha ofrecido un concierto de música sacra, patrocinado por la misma en colaboración con una entidad bancaria local, instituciones a las que no me cansaré de agradecer este tipo de eventos culturales.
En esta ocasión se presentó un programa muy atractivo para los simples aficionados y poco técnicos como yo. Dos piezas muy populares, nada menos que el Réquiem en re menor, K.626 de Mozart, y el Gloria RV 589 de Vivaldi. La interpretación corrió a cargo de una asociación entre el Coro y Orquesta MusicAlma y la Orquesta Sinfónica Fundación DOM.
En cuanto a la primera obra, es de sobra conocido que la muerte impidió a Mozart completar el Réquiem y que parte del Offertorium y el resto de las partes finales fueron compuestas por su discípulo Süssmayr. No obstante, se suelen interpretar todas juntas hasta el apoteósico final con la repetición de fragmentos del Introito y Kyrie. Pues bien, en esta ocasión el director nos avisó de una variación ya anunciada en el cartel del evento bajo el epígrafe: “De la lacrima a la gloria”. En esencia se decidió interrumpir el Réquiem tras el movimiento conocido como Lacrimosa y unirlo con el Gloria de Vivaldi. Se argumentaba que esta parte del Réquiem es la única compuesta en re mayor igual que el Gloria, una nota más vivaz que el re menor del resto del primero. Se trataba así de superar simbólicamente el tono mortuorio de la primera obra con la esperanza en la resurrección de la segunda, tan propia de la Pascua. Comprendo bien el simbolismo religioso y no tanto la técnica explicación de la anotación. Reconociendo la originalidad del planteamiento, en todo caso el resultado fue que el Réquiem quedó amputado en casi la mitad de su duración. Es verdad que se interpretaron las partes más vistosas del mismo, tanto en lo coral como lo instrumental. Pero también quedó mermado el lucimiento de los solistas en partes tan significativas como el Domine Jesu o el Benedictus.
Afortunadamente la segunda parte del programa se interpretó íntegra y además la más popular de las cuatro versiones que Vivaldi hizo del Gloria, la RV 589, que empieza con el espectacular y conocido movimiento Gloria in excelsis Deo.
En cuanto a la interpretación debo decir que la del coro fue espectacular. Interpretaron el Réquiem en un tempo vivaz, muy apropiado para el lucimiento. En esta ocasión se evitó el despliegue de los cantores en las escaleras del presbiterio, en filas sucesivas y de progresiva elevación, con las voces femeninas abajo y delante y las masculinas arriba y atrás. Creo que se intentaba evitar la merma de sonido provocada por la gran cúpula central de la Catedral. Se prefirió desplegarlos en el Coro, arropados por la madera y menor altura de las bóvedas. La idea fue buena con una sola objeción: El abundante número de cantores y músicos, y el más reducido espacio, obligó a disponerlos en forma de U, con las voces masculinas al fondo y las femeninas en ambos lados y más próximas al público. Se originó con ello un claro desequilibrio entre agudos y graves, con predominio de los primeros. Aún así, la interpretación fue magistral, igual que la de la orquesta, muy próxima en número a la dispuesta por Mozart y sin merma de sonoridad.
Respecto a los solistas, el Réquiem está compuesto para soprano, contralto, tenor y bajo. El Gloria para dos sopranos y contralto. Es conocida la relativa escasez de cantantes en las tesituras más extremas en agudos y graves, en particular la contralto y el bajo. Los solistas en esta ocasión fueron soprano, mezzosoprano, tenor y barítono. Este último interpretó muy bien piezas como el Tuba Mirum, especialmente exigentes para el bajo. Destacaron también la soprano y la mezzosoprano. Ésta tenía una voz grave muy próxima a la tesitura de contralto que fue una sorpresa para mí. Destacó en el Réquiem y aún más se lució en el Gloria.
En fin, las objeciones señaladas, que no críticas, no deben ocultar mi total satisfacción y la del público asistente con el programa del concierto y su interpretación, tanto coral como instrumental , en esta velada musical.
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