John Steinbeck (1902-1968) está desde hace tiempo en mí particular selección de autores favoritos. El escritor californiano es ya todo un clásico. Perteneció a una generación literaria que, durante la primera mitad del siglo XX, llevó a cabo una profunda renovación de la narrativa norteamericana, con un nuevo estilo y técnicas novedosas que aportaron una contribución decisiva al desarrollo de la novela contemporánea. El referente magistral aquella generación fue William Faulkner, y otros miembros destacados fueron Ernest Hemingway, John Dos Passos y Scott Fitzgerald, entre otros. A ellos les debemos aportaciones técnicas como la ruptura cronológica de la acción (flashback) o el monólogo interior.
Entre esos escritores, la obra de Steinbeck, destaca por un fuerte contenido social. Casi siempre ambientada en su California natal, tiene un marcado protagonismo de las minorías sociales oprimidas. Sus personajes son un paradigma de la dignidad de los pobres que, atrapados en un mundo injusto, luchan por sobreponerse a la miseria, humanos pero heroicos a pesar de su derrota. Los títulos de esa producción son ya antológicos de la historia de la literatura y del cine. De algunos de ellos tengo entradas en este blog.
Insistiendo en mi predilección por la novela corta, diré que La perla (1947) es un buen ejemplo de intensidad narrativa condensada en menos de cien páginas. Su trama argumental es transparente y sin artificios. Contada en tercera persona por un narrador omnisciente, en una prosa sencilla, escasa en diálogos, pero muy precisa en los aspectos descriptivos. En algunos momentos intensos, como la persecución por el desierto, se diría que el lenguaje es cinematográfico, el propio de un guion. Y en efecto, la novela fue versionada al cine, como otras muchas del autor.
La historia está basada en una leyenda recogida por Steinbeck durante sus viajes por la baja California. Los protagonistas son Kino y Juana y su hijo de pocos meses. Son una pareja de indios mejicanos que viven en la orilla del golfo californiano. Pertenecen a un pueblo indígena, humildes pero felices en su pobreza. De una religiosidad sincrética entre el cristianismo y sus antiguos dioses y genios telúricos. Orgullosos de su raza y al mismo tiempo recelosos del hombre blanco que durante siglos los ha dominado y humillado. Se les puede considerar dichosos a pesar de esa austeridad emotiva, parca en palabras, tan típica de los indios americanos, muy próxima a lo instintivo y con marcados roles sexuales. Ambos cuidan al hijo, Coyotito, su orgullo y la razón de sus vidas.
La trama comienza cuando un escorpión pica a Coyotito. Kino, en un desesperado intento de salvarle la vida, recurre a su habilidad como pescador de perlas y en encuentra una grande, la Perla del Mundo. A partir de ahí se suceden una sucesión de causas y efectos que terminarán en un dramático final. El hallazgo cambia la vida de la pareja y les revela un mundo hostil donde la miseria, la codicia y la muerte forman parte de lo cotidiano, aunque también el amor y la solidaridad.
Cuando comenzamos la lectura de La perla, intuimos con cierta claridad como se desarrollarán los acontecimientos con el previsible desenlace, y a pesar de eso, el relato nos atrapa. Pienso que es el mismo efecto catártico del teatro que nos libera y purifica suscitando emociones como el horror y la compasión. Porque esta novela recuerda a la antigua tragedia griega y nos sugiere uno de sus principales temas trascendentes, el destino. Un concepto ligado a un poder sobrenatural, muy presente en las antiguas religiones, que la teología católica no ha podido antagonizar totalmente con su opuesto, el libre albedrío. También la filosofía ha polemizado sobre el mismo hasta su negación existencialista.
En esta tragedia los protagonistas son auténticos héroes que intentan luchar contra el inexorable destino. Kino es la fuerza y el instinto, pero en él se cumple un antiguo dicho griego en varias de sus versiones: “los dioses favorecen…enloquecen a aquellos a quienes quieren perder”. Experto en supervivencia no puede evitar el pánico de la fiera acorralada. La auténtica heroína es Juana, a la que en algún momento se la compara con una leona. En los momentos de pánico, es ella la que mantiene fría la cabeza y toma la iniciativa.
El destino se cumple y el trágico final es al mismo tiempo la apoteosis de los héroes y la liberación emocional del lector. Solo una gran novela como esta puede combinar con acierto lo épico con lo lírico.
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