En este fin de año, con el trágico telón de fondo de la guerra de Gaza, resulta una afortunada paradoja la visita a Jaén de la Orquesta Fundación Baremboin-Said que nos ha ofrecido, casi en exclusiva, un magnífico concierto. La Fundación, conviene recordarlo, fue patrocinada por nuestra Junta de Andalucía en 2004 y desde entonces tiene su sede en Sevilla. Fue el resultado de la asociación del músico argentino, nacionalizado español, israelí y palestino Daniel Baremboin, y el crítico cultural palestino Edward Said. Su objetivo era fomentar la amistad entre ambas nacionalidades y su primer resultado fue la creación de la West-Eastern Divan Orchestra integrada por músicos israelíes y palestinos. Sirva esta introducción divulgativa para destacar esa preciosa utopía en estos días de mutuo terrorismo y genocidio entre estos dos pueblos separados por la religión, que no por la raza.
La orquesta que nos ha visitado en
esta víspera de Nochevieja es otro de los proyectos de la Fundación destinado a
la formación musical al estilo de los conservatorios. Está integrada por
jóvenes músicos y por un elenco de profesores solistas de las más prestigiosas
orquestas europeas. El repertorio que nos han ofrecido ha sido ensayado bajo la
batuta de Vasily Petrenko que, a pesar de su juventud, cuenta con
un abultado curriculum como director de orquesta en Oslo, Liverpool y actualmente
director de la Royal Fhilharmonic Orchestra de Londres.
El programa del concierto era muy sugerente. Dos compositores rusos que representan de alguna forma el
inicio y el final de mi evolución como aficionado a la clásica. La primera obra
interpretada fue Scheherezade, Suite sinfónica Op. 35 de Nikolái
Rimski-Kórsakov (1844-1908). Esta pieza musical me acompañó como fondo
musical durante largas horas de estudio en los tres primeros años de mi
licenciatura, con el rudimentario soporte de una cassette y un
reproductor Philip. Es muy conocido que está inspirada en los cuentos de las
Mil y una Noches. Consta de cuatro movimientos separados por los diálogos entre
el sultán (viento) y la delicada Sherezade (violín con acompañamiento de
arpa), con variaciones sobre el mismo tema que se prestan al virtuosismo del
primer violín, en este caso la profesora Mirelys Morgan que tuvo una
actuación excepcional. El gusto
orientalista de Rimski Kórsakov se manifiesta en las dulces melodías y
en el intenso dramatismo de algunos de los pasajes que nos introducen en un
mundo de fantasía. Los cuatro movimientos tienen títulos alusivos a los
cuentos, pero el compositor prefirió retirarlos para dejar al oyente margen a
la imaginación, y aun así han perdurado en los programas. No voy comentar los aspectos más técnicos de la obra, que
necesariamente serían copia de textos disponibles en la red. Insistiré en la
brillantez orquestal de esta suite, mil veces oída, que me sigue provocando
sensaciones nuevas y la emotividad que despierta la evocación del pasado.
La segunda composición programada fue
una selección de movimientos del ballet Romeo y Julieta de Serguéi
Prokófiev (1891-1953). Este compositor pertenece, junto con Ígor
Stravinski, a la generación más joven e innovadora de la música rusa de transición
del XIX al XX. Fue un pianista excepcional y sus Conciertos para piano
son de lo más conocido de su producción. Su obra tiene influencias del
modernismo e impresionismo francés y de los ritmos norteamericanos sin
renunciar del todo a su espíritu ruso. Introdujo en su música bruscas
disrupciones y cierto grado de disonancias sin abandonar la melodía como
integradora del conjunto. Todos esos aspectos destacan en las piezas del ballet
Romeo y Julieta, sin olvidar el
importante papel de los instrumentos de percusión que resaltan el
dramatismo de algunas escenas. Esa intensidad dramática es manifiesta en el movimiento más popular,
titulado el Baile de los Caballeros, también conocido como Montescos y
Capuletos.
Tengo que aclarar que el ballet fue
muy controvertido en su época por lo innovador. Los bailarines tradicionales
del Bolshoi decían que era imposible de bailar y algo de razón llevaban.
Por ese motivo el compositor recogió la música de las escenas en varias suites
sinfónicas sólo instrumentales. De alguna de ellas, o de varias, serían las
piezas seleccionadas en nuestro concierto.
Para terminar, Prókofiev es hasta
ahora el último compositor que se adapta bien a mí oído musical, siempre de
aficionado. Más moderna es la música
atonal, que es para mí como el arte abstracto, que no comprendo, ni me despierta sensaciones. En fin, todo
necesita una evolución a la que aún no he llegado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario