La novela, como género literario, se desarrolla en torno a un eje central, el relato de ficción y las ideas que trascienden al mismo, en suma, el contenido argumental. Pero en ocasiones la forma, la estructura narrativa, puede ser igual de importante y destacar por su originalidad. Creo que este es el caso del libro que hoy comento, un encargo de mi club de lectura. Esa importancia estructural la veo confirmada en la edición de Austral que tengo en mis manos, en la cual el introductor y comentarista, Antonio A. González Yebra, abunda en anotaciones y un extenso análisis de la obra, con tan clara intención didáctica que al final incluye un comentario de texto con preguntas claramente dirigidas a los estudiantes de bachiller.
Debo de admitir que dicho análisis
textual acortará mi propio comentario por una simple cuestión de pudor. Porque
todo lo que pueda decir será redundante sobre lo ya dicho por otro con mejores
y más precisas palabras que las mías.
En cuanto a Miguel Delibes
(1920-2010), es esta la sexta de sus novelas que he leído y no deja de
admirarme, como escritor polifacético y por la variedad de enfoques temáticos,
con el nexo común de un profundo análisis psicológico de sus personajes. Pero
en esta ocasión riza el rizo y nos describe, con la precisión de un
profesional, el que quizás sea uno de los complejos infantiles más precoces. Un
cuadro de celos en el que muchos vemos el reflejo de nuestra propia infancia.
La trama argumental la acotaré en
algunas frases del extenso resumen promocional: “… es la historia de un
niño, Quico, que va a cumplir cuatro años…le ha nacido una hermanita, Cris, que
lo ha relegado a un segundo plano. Ahora ya no es el rey de la casa…es el
príncipe destronado”.
La originalidad aquí no es tanto el
tema como la forma de plantearlo. También lo resumiré a grandes rasgos: La
acción se desarrolla en un día, el 3 de diciembre de 1963, a lo largo de 12
horas, que titulan sendos capítulos, desde las 10 de la mañana a las 10 de la
noche, desde que Quico se levanta hasta que lo acuestan. Tiene dos narradores,
el primero es un narrador testigo que en tercera persona cuenta lo que sucede
en la casa y el ambiente familiar. El otro es el propio Quico, que
mediante los diálogos con el resto de personajes se expresa con un lenguaje y
la lógica elemental propia de su edad. Mediante este recurso el lector
comprende la psicología del niño sin necesidad de monólogo interior.
Con estos mimbres, a base de sucesos
de la vida cotidiana, el escritor consigue mantener nuestra atención mediante
indicios que nos hacen presagiar desenlaces dramáticos. Incluso en el último
tercio del relato intuimos un secreto familiar que, echando la vista atrás, se
nos ha ido desvelando mediante pistas que antes pasaron casi desapercibidas.
La historia tiene también un trasfondo social. Es el retrato de una familia de la alta burguesía franquista, con todos los estereotipos de los años 60: Padre tiránico muy adicto al régimen. Esposa sumisa, continuamente humillada y relegada a parir hijos y a labores de la casa. Hijo adolescente rebelde en lo político. Ambiente de mojigata religiosidad en la que todo es pecado. Abusiva explotación del servicio doméstico. Marcadas diferencias entre clases sociales. Pero en este deprimente ambiente, algunos personajes como la tía Cuqui apuntan ya ideas de progreso. Ella y el médico son los únicos que comprenden el síndrome de Quico.
Para terminar, una obra más de la singular narrativa de Miguel Delibes y una original sorpresa. Además, una recomendación para los lectores mayores como yo: Escoger alguna edición que no tenga la intención didáctica de esta de Austral. Pienso que a estas alturas de la vida es conveniente sacar nuestras propias conclusiones sobre una lectura, sean más o menos acertadas. A fin de cuentas, el aprendizaje del bachiller me queda tan lejano como el síndrome del príncipe destronado.
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