viernes, 31 de mayo de 2013

CONCIERTO DE GUITARRA. Antonio José Manzano López

Nunca dejaré de lamentar la escasa publicidad que  en nuestra ciudad recibe la cultura. En general la oferta no es abundante, hay que decirlo, pero la desidia de las instituciones, la pobreza de medios, o cualquier otra causa que desconozco,  impiden una amplia difusión de los pocos actos que se programan. Digo esto porque ayer, por casualidad y gracias al  boca-oído, tuve  la suerte de enterarme y asistir a un interesante recital de guitarra. Estaba incluido en un ciclo de conciertos que los docentes del Conservatorio provincial está ofreciendo esta primavera en el Paraninfo de esta institución, la antigua iglesia  de un convento  jesuita; uno de  esos  tópicos pero acertados “marcos incomparables”, con sus estucos decorativos que evocan el estilo renacentista de Vandelvira en la Sacristía de la Catedral. Quizás  por desconocimiento o por desinterés la asistencia de público fue escasa, unas quince personas, con  ausencia  casi total de alumnos, y esto parece grave teniendo en cuenta que el concierto era en su propia escuela. No me arrepentí de ser uno de esos pocos asistentes y pude disfrutar de una estupenda velada musical.
También es tópico decir que la guitarra es un instrumento muy nuestro, pero es verdad. No sé si sus acordes los llevamos inscritos en nuestro genoma cultural, en esas raíces profundas de nuestra tradición, pero lo cierto es que suelen tocar a menudo nuestra fibra sensible hasta emocionarnos.
El programa  del concierto fue monográfico dedicado a un compositor actual, el sevillano José María Gallardo del Rey, un guitarrista clásico con  profundas influencias del flamenco en muchas de sus composiciones. Al músico, el profesor Antonio José Manzano, tuve  ocasión de oírlo no hace mucho como  guitarra solista en una interpretación  del  Concierto de Aranjuez y, como entonces,  su ejecución fue más que notable, virtuosa y brillante en muchos momentos.
Comenzó con un arreglo del mencionado compositor sobre una tocata barroca, y una suite que recrea este mismo estilo musical del XVIII. Le siguieron otras composiciones, unas con inspiraciones melódicas de tipo oriental y sefardí, y otras que evocaban claramente sones  americanos, quizás cubanos. Poco a poco las piezas que siguieron, sin abandonar el clasicismo, fueron incorporando ritmos del flamenco claramente identificables, aires de bulerías, ritmos de tango y rumba, evolucionando así desde el frio virtuosismo académico de las primeras piezas hasta  estas más apasionadas y sensuales, más nuestras. En una de ellas se hizo acompañar  por un percusionista que imitaba el taconeo flamenco como contrapunto rítmico
En fin, un concierto  sorprendente no sólo por inesperado sino por la elegancia y belleza de las composiciones y la calidad de la interpretación.

         

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