miércoles, 15 de mayo de 2013

CRÍTICA DE LA VIOLENCIA. Walter Benjamin


La filosofía en general, entendida más allá de su amable y poco concreta  definición etimológica,  siempre fue para mí un terreno incognito. Me reconozco poco capacitado para penetrar la densidad de muchos conceptos metafísicos, me pierdo entre las premisas, inducciones, y deducciones de la lógica, y no suelo captar las sutilezas del lenguaje filosófico. Por otra parte mi formación en  esta materia se reduce a unos cuantos conceptos y algún conocimiento de historia de la filosofía. No obstante  siempre sentí gran interés  por  una  rama  determinada de la misma, la filosofía política, que estudia las relaciones del individuo  con la sociedad, es decir las distintas  formas de constitución política, los derechos individuale, y las leyes que relacionan el poder político instituido con el cuerpo social, entre otras cuestiones.  En aras de este interés he leído a filósofos y escritores como Platón, Aristóteles, Cicerón, Maquiavelo,Montesquieu, Voltaire, Aranguren, no siempre con buen provecho, tengo que admitirlo, porque  en  la navegación por el mar de la filosofía he sufrido más naufragios que arribadas a puerto. 
         Una vez más he puesto a prueba mi voluntarismo con este libro  que hoy comento. Lo escribió un escritor alemán desconocido para mí hasta que leí algo  sobre su  vida  y su dramático  final  narrado por Muñoz Molina  en su novela Sefarad. Walter Benjamin (1892-1940) fue un filósofo berlinés, también traductor y crítico literario. En su producción literaria destacan los ensayos  sobre lenguaje, literatura y filosofía. Mantuvo correspondencia con intelectuales como Bertolt Brecht y Theodor Adorno. Se sintió marginado  por su origen  judío y terminó autoexiliándose en Ibiza y luego París. A pesar de su ideología marxista se opuso tanto al comunismo  como al fascismo y criticó abiertamente a Hitler. Cuando los nazis llegaron a Francia en 1940, huyó de París  junto a un grupo de refugiados judíos que pretendía llegar a España. En el pueblo fronterizo de Portbou fueron interceptados por un grupo de falangistas y murió allí en circunstancias poco claras que posteriormente se han puesto en duda. Según la versión oficial  se suicidó en su hotel  ingiriendo morfina por miedo a ser devuelto a Francia. Al resto del grupo se le permitió la entrada en nuestro país. 
En filosofía intentó conjugar  y adaptar  dos  ideologías  contrapuestas,  el misticismo judío y un cierto grado de mesianismo que fue su vocación juvenil con el marxismo y el materialismo histórico de su madurez,  y para ello utilizó  el método dialéctico,  es decir, aquello de tesis y antítesis que se unifican en una síntesis final. Una propósito  difícil y no completamente conseguido en opinión  de sus críticos, pero en eso radica precisamente su originalidad.
          Crítica de la violencia (1920) es su ensayo filosófico más conocido.  En el mismo se  parte ya de una sutileza lingüística implícita en el mismo título porque en el idioma alemán, el  término  gewalt  tiene un doble significado, como cualidad de violencia pura  y también como poder legítimo instituido, entendida aquella como  poder coercitivo del Estado. El objetivo declarado del ensayo es estudiar la violencia en su relación con el derecho y la justicia. Para ello se analiza la violencia  como fin en sí misma y como medio que utiliza el poder para conseguir lo justo, y también se valora  su legitimidad desde la óptica del derecho natural y del  positivo.  Se establecen dos categorías básicas de violencia coactiva en cuanto al derecho, la que lo crea y la que lo mantiene. A continuación pone de manifiesto las contradicciones  de  la violencia como medio  y las ejemplifica con los supuestos de la huelga general revolucionaria, el derecho de guerra, la pena de muerte y la policía como poder coactivo.  Finalmente se concluye que el uso de la violencia por el poder es esencialmente inmoral aunque necesario y que éste  tiende a monopolizarla y arrebatársela al individuo, no sólo como medio para preservar bienes jurídicos justos, sino también buscando su propia conservación como poder.
         Frente a la violencia relacionada con el derecho, establece dos nuevas categorías de violencia como manifestación; la violencia mítica  como voluntad de los dioses o el destino, con ejemplo en el mito de Niobe, y la violencia divina, pura e irracional, de Jehová en algunos relatos bíblicos.  Ambos tipos están claramente inspirados en las  ideas místicas del escritor judío. También lo está la síntesis final a todas las contradicciones  mostradas, cuando ofrece como alternativa pacífica el propio lenguaje entendido no como simple medio de expresión sino  como objetivo en sí mismo, con unas cualidades  espirituales  casi mágicas.
         En realidad  en el libro se integran dos ensayos, el  que acabo de comentar y la introducción  de  Eduardo  Maura Zorita  tan extensa, tan erudita y técnica, qué  supera con creces la finalidad de prologar y se convierte en una “crítica de la crítica”  que parece destinada más bien al  ámbito académico. Reconozco que  ante tan compleja y enrevesada exposición  he vuelto a fracasar y no he estado a la altura.  En mi defensa debo decir que  en esta ocasión el filósofo ha superado en sencillez y claridad a su comentarista  así  que recomiendo  saltar esta introducción a todos aquellos  que  humildemente se reconozcan profanos  y no quieran acabar con cefalea.
         No quiero terminar sin destacar la posible  influencia  que en la vida y la obra de Walter Benjamin tuvo la convulsa época que le tocó vivir;  entre la  revolución  rusa, la crisis económica  y política de la república de Weimar, y la  aparición de los totalitarismos fascistas.  En  ese escenario hay  que colocar a  un  intelectual  alemán y  judío  que intentó una utópica  síntesis entre judaísmo y marxismo y fue siempre crítico con el poder político. Con estos condicionantes ambientales  el personaje se nos presenta con los rasgos de una víctima predestinada al sacrificio.

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