Mi primera
lectura de este clásico francés fue, hace muchos años, una colección de sus relatos cortos, reunidos y
editados a partir de 1929 con el título de Crónicas italianas. Mucho
después leí La cartuja de Parma (1839), que los críticos consideran su mejor
novela; aunque a mí me impresionaron más aquellos cuentos italianos escritos
con una sensibilidad estética que se amoldaba mejor a mi percepción juvenil de
la Historia que, por aquel entonces, se recreaba en aspectos épicos y
dramáticos, es decir, en lo romántico, antes que en los analíticos y objetivos
de la misma que podríamos calificar de realistas. Y si me atrevo a establecer
estos símiles es porque, en mi opinión, nadie como Stendhal supo narrar
las grandes pasiones y sentimientos humanos e insertarlos con acierto en el
marco social e histórico de su época, reuniendo así en su obra lo mejor de
ambas corrientes literarias, básicamente antagónicas, una como reacción frente
a la otra, que se sucedieron en Francia y Europa durante casi todo el siglo XIX.
Henri Marie Beyle (1783-1842) firmó sus escritos con varios
seudónimos. Stendhal fue el más popular y con él pasó a la historia de la
literatura. Era de origen burgués y en su juventud participó en las guerras
napoleónicas. Sus cargos diplomáticos le permitieron viajar por Europa. La
admiración por el arte y la cultura italiana quedó reflejada en sus novelas. De
carácter alegre y seductor se le reconocieron una decena de amantes. En
política fue anticlerical y bonapartista pero su muerte, diez años antes, le impidió conocer el Segundo
Imperio francés. Nunca sabremos si su militancia ideológica hubiera sido
favorable al gobierno de Napoleón III,
tan diferente a su tío.
Los
tratados didácticos no son unánimes al encuadrar a nuestro escritor de forma absoluta
en los movimientos literarios y artísticos de su época. La mayoría lo considera
un autor de transición entre romanticismo
y realismo aunque en el libro que hoy
comentamos hace un alegato a favor de este último cuando afirma: “una novela es un espejo que se pasea por un
ancho camino”.
Rojo y
negro (1830) es una de sus obras maestras y
quizás el mejor ejemplo de esa armónica combinación de estilos. Porque
la de Julián Sorel es una historia romántica
en una época, la Restauración borbónica, que ya no lo es. La de un
régimen político que pretendió anular los logros sociales de la Revolución y después de la épica
imperial, arrasada en la debacle de Waterloo, renunció a la “grandeur”
para refugiarse en un pasado caduco. En este marco histórico coloca Stendhal su espejo para reflejar la
realidad del momento, enfocándolo hacia dos sectores sociales muy concretos y
representativos; la pequeña nobleza y alta burguesía provincianas, y la aristocracia parisina, obsesionada ésta
por conservar unos privilegios de clase
ya imposibles. A lo largo de la trama argumental desfilan ante nosotros toda
una serie de personajes secundarios prototípicos; políticos arribistas, nobles
orgullosos y superficiales, campesinos tacaños, y curas ambiciosos, que
intentan medrar en un mundo saturado de intrigas de salón, fraudes electorales
y corrupción política, que en algunos momentos nos parece muy actual. Y para conseguir este retrato, el autor
recurre a un narrador en tercera persona, que de vez en cuando enfrenta
directamente al lector para contarle sus opiniones personales o se disculpa por
las mismas, al tiempo que con lenguaje elegante y preciso va dibujando los
perfiles de los personajes, mediante diálogos cortos y sin abusar de elementos
descriptivos o ilustrativos. Es en este último aspecto donde la novela alcanza
una relativa complejidad ya que el escritor se dirige a unos lectores
contemporáneos a los que supone enterados de la actualidad política y social de
su tiempo, así que suele referirse a los acontecimientos mediante alusiones
indirectas de nombres o lugares relacionados con los mismos. Para un lector
actual, alejado de los hechos, esto no afecta a la comprensión de la trama
argumental pero sí es un inconveniente que de alguna forma puede mermar la
riqueza del relato, de ahí que resulte recomendable leer este clásico en una
edición bien anotada.
Retornando
al narrador; su carácter omnisciente le
permite penetrar los flujos de pensamiento de los protagonistas principales y
mostrarnos de esta forma un profundo análisis psicológico de los mismos, en
particular de Julián y sus amantes, Madame de Rênal y Matilde de
la Mole. No voy a insinuar siquiera las peripecias del joven Sorel en su intento de ascenso en una
sociedad dominada por la hipocresía, ni adelantar nada de sus aventuras
sentimentales. Si diré que es éste el
núcleo esencial del relato y es aquí donde se despliegan las pasiones de
los protagonistas y la novela se
convierte en un drama romántico.
Quiero
comentar finalmente dos cuestiones anecdóticas. Según señalan las notas del
traductor de mi edición, en el carácter y vivencias del protagonista hay muchos
aspectos, más bien secundarios, pero coincidentes o paralelos a experiencias propias del autor
o de sus amantes, y nos remite para
confirmarlo a sus libros autobiográficos, en concreto Vida de Henry Brulard y Recuerdos
de egotismo. La segunda anécdota se refiere a
los epígrafes que encabezan cada capítulo, atribuidos a escritores reales y en
ocasiones ficticios que, en opinión de los expertos en el escritor, son en su
mayoría inventados. Pienso que bien se pueden perdonar estas sutiles travesuras
en un escritor de la talla de Sthendal.
En
resumen, la novela es una de las clásicas de la literatura que no debería ser obviada
por los buenos lectores aunque suponga un pequeño esfuerzo adicional de
documentación.
¡Estupenda reseña, cada vez mejor Lope!
ResponderEliminarSi el reflejo del autor, se nota en la obra.
Leída en el club, es mucho más atractiva.
¡Enhorabuena!
Magnífica reseña. Una novela con tantos matices y no se te escapa nada. Gracias por ilustrar nuestras lecturas, don Lope de Sosa.
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