De las
muchas y variadas sugerencias que pueden incitarnos a la elección de una
lectura, ninguna mejor que las inspiradas por el propio autor cuando la comenta
y despliega ante nosotros las motivaciones y matices de la obra, e incluso sus
ideas en torno a la creación literaria. No soy asistente habitual a las
presentaciones de libros pero cuando acudo a una de ellas, la personalidad del
escritor y una exposición interesante son
a menudo reclamo suficiente para mi curiosidad. Ese ha sido el caso de José A. Ramírez Lozano (1950) cuando
vino a nuestra ciudad hace poco para promocionar el que creo es su
último libro editado. Este escritor extremeño, autor de una considerable
producción narrativa y poética, has sido para mí un feliz descubrimiento gracias
a esta novela. La introducción y los comentarios fueron ilustrativos y el posterior coloquio en
torno a la misma resultó muy animado.
El relojero de Yuste (2015),
subtitulada Los últimos días de Carlos V, tiene un título tan explícito
que no puede llamar a engaño. Estamos desde luego ante una novela histórica
pero, estoy de acuerdo con lo dicho en la sinopsis de contraportada, no es una
más. Es una biografía novelada que nos ofrece un retrato del emperador en su
declive final. Una versión bien documentada en lo histórico al tiempo que una visión
muy personal del escritor sobre el personaje que, resaltado en sus defectos,
dudas y contradicciones, humaniza y desmitifica su figura histórica que termina
por ser cercana y emotiva para el lector.
En su
retiro, acosado por la enfermedad y frustrado en su ambición de un
imperio católico, europeo y universal, Carlos V está rodeado o recibe
visitas de una serie de personajes, casi todos históricos, entre los que destacan
su relojero italiano Juanelo Turriano (Giovanni Turriani), Francisco de Borja, su
confesor el fraile Juan de Regla o su hijo bastardo Jeromín, el
futuro Don Juan de Austria. Los diálogos entre ellos son abundantes y se
reproducen en una imitación aceptable del lenguaje de la época que, sin
entorpecer la lectura, da fuerza a la ambientación y hace verosímiles las
cuestiones que tratan. En el relato asistimos a la lucha larvada entre una
mentalidad medieval e inquisitorial, representada por los frailes jerónimos, y
el erasmismo, encarnado en Turriano
y el mayordomo flamenco Van Male. Entre esos dos polos se debate el
emperador que, obsesionado por la ortodoxia religiosa en la que ha fundamentado
la unidad de sus reinos, intuye el comienzo de una era política propiciada por
las nuevas ideas. No en balde algunos historiadores han considerado a Carlos
V como el último caballero medieval y primer príncipe renacentista.
Toda la
historia está saturada de elementos simbólicos muy claros; la cerveza frente al
vino, las campanas opuestas a los relojes, todo traduce esa tensión entre
religión y ciencia, entre cerrazón inquisitorial y apertura científica, en una
época y una España que evoluciona desde la Reconquista medieval a la Era de los
Descubrimientos. Los elementos simbólicos se refuerzan en los agónicos sueños
del emperador, con esa lucha continua y desesperanzada contra la Muerte,
encarnada a menudo en los fantasmas de su pasado. Las alusiones pictóricas son
frecuentes. Destaca entre ellas la referencia a
El caballero, la muerte y el diablo, el famoso grabado de Durero
de claro sentido alegórico. También a los retratos del emperador, realizados
por Tiziano en distintas etapas de su vida, fiel reflejo de sus triunfos
pero también de su derrota frente al paso del tiempo. Por último ese retrato de
la emperatriz Isabel de Portugal que Carlos lleva consigo a todas
partes, el recuerdo de su único amor. Todos esos elementos otorgan al relato un
sentido poético que trasciende lo puramente histórico e induce a melancólicas
reflexiones sobre el tiempo y la muerte que pueden resumirse en aquella locución
latina sic transit gloriae mundi que advierte sobre la vacuidad de la
fama.
En resumen,
se trata de una novela entretenida que se lee con facilidad y no cansa porque
no se extiende más de lo necesario. Muy asequible para los no familiarizados
con la historia, aunque los algo más versados en ella la disfrutarán más. Por
cierto, una curiosidad final; el relojero e ingeniero Juanelo Turriano
fue el responsable involuntario de la muerte del emperador cuando construyó un
estanque junto a su palacio en Yuste. En aquel clima supuestamente saludable y
seco, Carlos V murió de malaria en septiembre de 1558.
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