Como lector
habitual puedo decir que sólo en muy contadas ocasiones he vuelto a leer lo ya
leído. Sin embargo algunos escritores como Italo Calvino o Jorge Luis
Borges recomiendan la relectura en etapas de cierta madurez. Se dice que en
la primera lectura nos centramos más en el contenido, intentando comprender el
ambiente y los conflictos planteados por el autor, mientras que una segunda nos
abre el acceso a lo literario, a los aspectos estructurales que
definen la estética de la obra. Es el caso que, a solicitud de mi club de
lectura y tras veinticinco años, he releído esta novela y estoy plenamente de acuerdo con esa
opinión. En la primera ocasión el relato me decepcionó un tanto y consideré
inmerecida la popularidad que alcanzó entonces, pero ahora lo he disfrutado en
aspectos y valores que antes no percibí, quizás favorecido por esa evolución y
madurez que aporta el tiempo.
Juegos de la edad tardía (1989) fue
la ópera prima del escritor extremeño Luis
Landero (1948), la obra más premiada de su corta producción narrativa y
todo un éxito editorial en la década de los noventa, en suma, la que supuso su
consagración como uno de los grandes narradores de la literatura española
contemporánea. Un título asociado para siempre a su autor en la memoria de los
lectores.
La novela
tiene una clara inspiración cervantina en cuanto al estilo literario basado en
una prosa brillante, barroca aunque clara y directa, sin cultismos pero no
exenta de ciertos hallazgos verbales (ej. zabuquear), muy precisa en lo
descriptivo y rica en asociaciones incluso sinestésicas. También el protagonista
tiene rasgos quijotescos, y en los personajes secundarios que animan el enredo
argumental encontramos similitudes y estereotipos cervantinos y de la novela
picaresca.
Estamos
ante un relato agridulce pero tratado
con humor, de estética surrealista oscilante entre el absurdo kafkiano y el
grotesco esperpento. Es la historia de Gregorio Olías, un hombre marcado
por el afán de ser alguien en la vida, que intenta superar con fantasía su frustración
y la mediocridad del mundo en el que vive imaginando un alter ego, Augusto
Faroni. Al principio sólo es un juego ilusorio pero en su relación con Gil,
frustrado como él y creyente al estilo de Sancho, el personaje ficticio termina
por eclipsar al real, evoluciona desde la ilusión íntima hacia una mentirosa ficción en la
que Gregorio- Faroni queda atrapado y desdoblado, a medio camino entre
realidad y fantasía.
La
ambientación de la historia es deliberadamente imprecisa. El protagonista vive
en una ciudad grande pero en un barrio
triste y deprimido que no difiere mucho del ambiente rural pobre y atrasado en
el que vive Gil su amigo e
interlocutor. Tampoco conocemos la época pero por unas pocas y claras alusiones
podemos suponer que estamos en la España de los años sesenta. El tratamiento
del tiempo narrativo es original; desde el principio se fija un presente,
datado en un cuatro de octubre, y desde el mismo se evoca el pasado del
protagonista hasta llegar a la fecha señalada, y a partir de ese punto la
historia hace crisis y se proyecta hacia el futuro, se acelera progresivamente
y se torna enrevesada hasta desembocar en un desenlace brusco mediante la
aparición de don Isaías, un personaje que aparece velado en algunos
momentos de la trama argumental y que puede ser la representación simbólica del
destino. La ruptura, al estilo del deus ex machina de la tragedia
clásica, supone la salida de la locura quijotesca y el retorno a los orígenes
en un epílogo final menos dramático y más amable que en la novela cervantina.
En la
imaginación y reflexiones de Gregorio Olías aparecen de forma recurrente
alusiones de marcado sentido alegórico. Así la aporía de Zenón (Aquiles
y la tortuga) o al conquistador Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, que en mi
opinión simbolizan la dimensión épica de la ambición y el fracaso. También las
referencias a la Trinidad o al mito platónico de la caverna, como
expresión de la personalidad desdoblada
y las múltiples facetas que caracterizan al ser humano; o la recurrente
y onírica imagen de la isla como refugio
interior y aislamiento ante la agresividad del mundo y la propia
frustración.
Estamos
ante un relato no solo divertido sino también abundante en matices en el que
subyacen ideas como la ambición y el fracaso, la imaginación y la cultura como
superación de las limitaciones personales; la fama que evita la segunda muerte
que es el olvido, o los límites éticos entre fantasía y mentira. Y todo sustentado
por un estilo y lenguaje capaz de aportar fuerza estética al fracaso vital del
protagonista. En resumen, una buena novela que por sí misma justifica a un gran
escritor. Amena y profunda a un tiempo,
merece la popularidad que tuvo y creo aún tiene
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