De este escritor
se ha dicho que fue la conciencia crítica de Italia, porque toda su obra
narrativa es una continua denuncia de la corrupción política y de la violencia
mafiosa. Yo añadiría que, por sus reflexiones éticas y la clara percepción del
carácter siciliano, fue también la conciencia literaria de su tierra. En
Sicilia nació y vivió la mayor parte de su vida Leonardo Sciascia (1921-1989). Fue maestro y simpatizó con el partido comunista
aunque mantuvo cierta independencia en cuanto a militancia. Tras dejar la
enseñanza se dedicó al periodismo y la literatura y, cuando alcanzó fama y
reconocimiento público, estuvo en política y fue elegido diputado europeo,
diputado al congreso italiano e integrante de la comisión de investigación
sobre el asesinato de Aldo Moro.
La
obra narrativa de Leonardo Sciascia
ha de ser entendida en un contexto histórico concreto. Un periodo de la política
italiana conocido como los años de plomo,
comprendido entre las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo. Años de caos
político en el que se sucedían los gobiernos en cuestión de días; de violencia
callejera protagonizada por grupos terroristas extremistas cuya finalidad
última tendía a derrocar un orden institucional capitalizado por partidos
corruptos, encabezados por la democracia cristiana, e infiltrado por
asociaciones parásitas como la mafia.
En
su primer libro, Las parroquias de
Regalpetra (1956), un relato realista y autobiográfico, el escritor
siciliano mostraba ya las que serían las claves éticas y los temas de toda su
obra narrativa posterior; la derrota de la razón y las víctimas de esa derrota;
la religiosidad mítica popular y la miseria; la corrupción política, la necedad
de los líderes y la mafia. Y todo lo anterior, visto desde la perspectiva de
un siciliano escéptico y humanista,
crítico pero comprensivo y compasivo, al que se le podría aplicar -sí existe
tal vocablo- el concepto cualitativo de sicilianidad.
Porque no es casual que casi todas sus obras estén ambientadas en Sicilia, y
nadie como él ha sabido describir esa especie de sentimiento mafioso del pueblo siciliano, construido y basado en la
desconfianza ancestral hacia el poder político y la justicia del Estado, con la
argamasa del miedo y la ley del silencio.
El día de la lechuza (1961) fue la
primera novela de Sciascia sobre la
mafia y también la primera de sus novelas policiacas. A esta siguieron otras
muchas, entre las cuales tuve ocasión de leer dos más, Todo modo (1974) y El caballero
y la muerte (1988). En efecto, el relato comienza con el asesinato de un
pequeño constructor, Salvatore Colasberna,
en la plaza de un pequeño pueblo siciliano, en pleno día y ante multitud de
testigos que desaparecen o no han visto nada. El capitán de los carabinieri, Bellodi, natural de Parma y poco
familiarizado con las costumbres sicilianas, inicia una investigación sujeta a
principios de profesionalidad e ideales de justicia. Con paciencia y dificultad
va desentrañando una trama con repercusiones económicas que parece implicar
incluso a las altas instancias políticas. El desenlace supone el triunfo de la
racionalidad policial pero también su previsible derrota ante un poder que,
como un cáncer, infiltra y corrompe a la sociedad siciliana.
La
trama discurre tensa e interesante pero no debemos esperar el tipo de acción a
la que estamos acostumbrados en las historias de mafiosos americanos. Nada de metralletas, ni
cabezas de caballo entre las sábanas, al estilo de El Padrino. La mafia siciliana, sin renunciar al asesinato, es más
sutil en la extorsión y el chantaje como medios de conseguir sus fines,
amparada en una sociedad que por miedo o complicidad la oculta de miradas
indiscretas. Conforme avanza el relato nos damos cuenta de que el caso
policíaco es sólo una excusa para ilustrar las reflexiones del narrador, a veces
expresadas a través de los comentarios y pensamientos de los protagonistas. Así
comprendemos mejor la desconfianza de los sicilianos hacia los continentales, que les lleva a
refugiarse en la familia (en sentido contractual) y en sus propios códigos de
conducta. En particular la reflexión, de sentido metafórico, sobre los cornudos
sicilianos, nos aproxima al sentimiento de un pueblo que a lo largo de su
historia ha sido continuamente explotado por poderes extranjeros. En el plano
histórico, las alusiones a Cesare Modi
o la república de Saló, nos hablan de
la paradójica relación entre mafia y fascismo o de la democracia cristiana como
refugio de antiguos fascistas. Los comentarios sobre la ópera Cavallería rusticana, de Pietro Mascagni, nos ayudan a entender
los códigos de honor, la religiosidad, el sentido fatalista y trágico de la
vida que configuran el alma siciliana.
En fin, la novela trasciende lo puramente policíaco, es
profunda y rica en matices, no solamente en el contenido sino en el
planteamiento estético. En algunos momentos el estilo es irónico con toques de
humor. Como ejemplo de esto último, la historia del médico que recibe una
paliza por encargo de la mafia y después recurre a la misma mafia para vengarse
de los sicarios.
En las notas finales el escritor
destaca el verdadero objetivo de la novela, que no es otro que denunciar el
fenómeno de la mafia en un momento,
principio de los años 60, en que el gobierno italiano se empeñaba en ignorarla, o
incluso la negaba con hipocresía, cuando ya era clara la implicación de los
políticos. En ese apéndice la define como:“una burguesía parasitaria, una burguesía que no emprende sino que
solamente explota” y la despoja así de esa aureola romántica que otro tipo de
literatura y las versiones cinematográficas le han dado.
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