Casi todos
sentimos cierta preferencia por escritores concretos, aquellos que mejor
sintonizan con nuestra sensibilidad o modo de pensar. Esos autores favoritos
dicen mucho de nosotros, y de alguna manera nos definen como lectores. Quizás
por eso nos alegramos al coincidir en gustos con personas afines y, en cambio,
sentimos cierta inquietud al compartirlos con aquellos que nos caen mal.
José
Saramago (1922-2010) ingresó en mi particular lista de
escritores predilectos cuando, hace bastantes años, leí Historia del cerco de Lisboa (1989) y
quede impresionado por su forma de narrar. Desde entonces he leído más de la
mitad de sus novelas que, con distinto grado de intensidad, siempre me han
enganchado. No sabría explicar con
precisión las razones de esa afinidad, pero me sumo a las que dio la Real
Academia Sueca cuando, al concederle el Nobel en 1998, destacó su capacidad
para “volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por
la imaginación, la compasión y la ironía”. De la biografía del autor
portugués llama la atención su carácter de escritor tardío que, partiendo de
una formación autodidacta y superando condiciones adversas, consigue fama y
reconocimiento en una edad muy madura. También su utópica idea pan-ibérica,
basada en una identidad cultural común a españoles y portugueses, que ha
defendido en entrevistas y abordó en su novela La balsa de piedra
(1986). Quizás por esto último no ha sido aceptado de forma unánime en su país.
Tampoco ayudó su ateísmo públicamente reconocido, ni su militancia política comunista.
En particular su novela El Evangelio según Jesucristo (1991) provocó el
escándalo entre los círculos católicos y conservadores de Portugal. En fin, con
Saramago se cumple aquello de “nadie es profeta en su tierra”.
Ensayo sobre la ceguera (1995) es
una de sus obras más conocidas. El título, que no es casual sino preciso,
parece indicar una aparente contradicción entre dos géneros literarios que no
es tal. Es indudable que se trata de una ficción narrativa, con la estructura
argumental típica, exposición, nudo y desenlace, de una novela. Pero en este
caso, el narrador omnisciente, que puede ser
la voz del propio escritor, tiene un papel decisivo porque, al tiempo
que nos cuenta la historia, introduce sus propias reflexiones en torno al
fenómeno de la ceguera, las sensaciones que produce, las reacciones
psicológicas de los afectados, y sobre la naturaleza humana en general. Esas
impresiones subjetivas trascienden el relato y nos obligan a pensar que
haríamos puestos en esa situación, y todo eso queda implícito en el concepto de
ensayo.
El
argumento es sencillo, una extraña e inexplicable epidemia de ceguera blanca
afecta progresivamente a la población. El relato se centra en unos pocos
personajes que son aislados en cuarentena en un antiguo manicomio. A ninguno se
le da nombre propio sino que son descritos por sus cualidades o rasgos; el médico, el primer ciego, la joven de gafas
oscuras o el niño estrábico, y esto paradójicamente no los despersonaliza sino
que acentúa sus rasgos individuales. Entre ellos destaca como principal, la
mujer del médico, la única que no está ciega, auténtica personificación de la
generosidad y solidaridad humana y
válvula de escape en las tensiones que se generan, que tienen la virtud
de implicar al lector emocionalmente hasta el punto de sentir cierto grado de
angustia. La historia alcanza un intenso clímax dramático y después avanza y
nos da un relativo respiro hasta el brusco desenlace. La trama pone de manifiesto todo tipo de vicios
y virtudes del ser humano en situaciones extremas; el egoísmo, el afán de
sobrevivir a toda costa, la satisfacción de los instintos más básicos, pero también
el generoso sacrificio y el amor. El narrador no juzga a los protagonistas sino
que, sin justificarlos, extiende sobre ellos esa mirada compasiva que antes se
citaba.
El lenguaje
es claro y sencillo, abundante en refranes y dichos populares. Destaca la
ironía pero siempre en un tono amable. El relato destila un cierto humor
agridulce cuando pone de manifiesto las paradojas del lenguaje corriente en
torno a la ceguera y la visión. Las frases siguientes, dichas por los
personajes ciegos, pueden ilustrarlo bien: “una epidemia de ceguera es algo
que nunca se ha visto”, o “no voy a recetarle nada, sería recetar a
ciegas”.
La novela
es en realidad una parábola sobre la sociedad actual, sobre lo que disfrutamos
y no valoramos. Se trasciende la ceguera en su significado puramente físico
para incidir en otros tipos de ceguera, la ignorancia o la inmoralidad entre
otras. Lo que el escritor quiere decirnos puede resumirse en dos frases. La
primera en el prólogo: “Si puedes mirar, ve. Si puedes ver, repara” (Libro
de los Consejos). La segunda la dice un personaje en el epílogo: “Creo
que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que, viendo, no
ven”.
En resumen,
una magnifica novela, de las que atrapan al lector y le hacen pensar. Sin duda
una de las mejores de Saramago.
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